—¿Podemos hablar?
Los ojos de Sam, desorbitados por la sorpresa, se posan en los míos con un gesto inocente que me parece poco adecuado y que, aun así, logra apabullar el ligero recelo que había surgido en mis pensamientos para con ella; bien podría estar jugando conmigo o haber sido víctima de los tragos de licor que ha ingerido, pero, para mi fortuna, termina viniendo hacia mí con los mismos soltura y nerviosismo que antes.
Estaba sentada en la cama, y mientras se levantaba alcancé a vislumbrar el dejo de extrañeza en la mirada de Elle. No pienso darle una explicación, pero mi orgullo no evita que me sienta avergonzado de haber tenido que venir en mitad de la noche, a buscar a una mujer que piensa que puede activar mis emociones y luego marcharse como si nada hubiera ocurrido.
Esto ha pasado, y tiene que quedarle claro que en mis planes no se haya el arrepentirme.
—Ya es un poco tarde, ¿no crees? —me dice.
Tuerzo una sonrisa y, haciendo un gesto hacia Elle, que continúa recargada en el marco, tiro de Samantha hasta hacerla salir al pasillo. Acto seguido, miro a la amiga de Sam y vuelvo a sonreír en su dirección.
—No la esperes —le espeto.
Ella, en respuesta, frunce los labios y, con cara de circunstancias, cierra la puerta.
El chasquido no es más que el detonante de mi cuerpo, y de cualquier forma no me importa si alguien viene de pronto y se da cuenta de que ignoré todos los códigos de honor que hay entre dos mejores amigos.
A lo mejor, se podría decir que estoy exagerando, pero cuando se trata de Taylor, nunca está por demás tomar sus precauciones. Ya que, si hay alguien en este mundo capaz de tergiversar una situación de modo que se ajuste solo a su filosofía, ese es mi mejor amigo; es tan arcaico en sus pensamientos que en ocasiones me pregunto cómo diablos Lana logra mantenerlo en su elemento.
Quizá lo desarma su propia fragilidad, o tal vez es tan fuerte que, si su relación está en peligro, lo único que tiene que hacer es sacar el cobre delante de Taylor.
Sam se ha recargado en la pared de modo que parece un ratoncito acorralado; no podría parecerme más tierna. De hecho, me acerco a su cuerpo solo con la intención de incrementar sus nervios mezclados con deseo: porque sé que es eso lo que brilla en su mirada y es eso lo que le ha obligado a permanecer en silencio.
—¿Acostumbras dejar las cosas a medias? —le pregunto.
—Solo íbamos a probar un punto —me contradice.
El tono mordaz de su voz es todo lo que necesito para acabar con el aire que nos separa, y hacer de esa muralla un resquicio entre su cuerpo y el mío. Ha colocado las manos detrás de la espalda. Lo cual me dice que está tratando de provocarme o bien, que no tiene ni idea de lo que uno solo de sus movimientos puede hacerle a mi sentido común en este instante.
Con la mano empuñada, coloco la palma a la altura de su oído, recargada en la pared.
—Aquí está tu punto —Sam mira por el rabillo del ojo su braga encerrada en mi puño.
Miro a un lado y otro. Cuando estoy seguro de que nadie me está mirando, elevo la otra mano y la coloco a la misma distancia que la primera. Sam duda unos segundos, pero al sentirse encerrada entre mis brazos y la pared, luego de que he dado un paso más para apretarme a ella, saca las manos de detrás de su cuerpo y las pone, extendidas, sobre mi pecho.
A través de la tela puedo sentir la tibieza de su piel, y me pego más para que sienta cuán loco puede volver a un hombre si hace las cosas con una mínima de esfuerzo.
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Kamikaze
RomanceVersión de ECLIPSES narrada por Ramsés, el protagonista. Es recomendable haber leído aquella, aunque no obligatorio. *** Ramsés Neil es el receptor estrella del equipo de Fútbol Americano de Atlanta, el mejor hijo del mundo, el mejor amigo de Tayl...