22

576 112 0
                                    




El clima de Clarke no podría ser más adecuado. Mientras Martin nos explica cómo el padre de Elle ha podido apelar su sentencia, yo me encuentro disfrutando de una de las pocas veces de mi vida en las que no tengo que controlar nada y, aun así, sé perfectamente lo que va a suceder sin tener miedo alguno.

A pesar de que Sam ha arreglado todo para la cena, tengo un secreto guardado en mi interior; algo que solo puedo confesarle a ella. No le he contado nada acerca de la piedra que compré para que luzca en una montura de oro blanco, ni tampoco que el grabado interior significa, para mí, que a partir de ahora no seremos ella y yo solos, sino uno mismo.

Como bien lo demanda la institución, estoy dispuesto a comprometerme porque hace mucho tiempo que tomé la decisión de amarla.

—Ahora vuelvo... —está diciendo justo en este momento. Como por arte de magia, noto que tiene las mejillas arreboladas y que sus ojos destellan nerviosismo.

Echo un vistazo a los presentes antes de que Sam por fin se levante y se marche con dirección al interior de la cocina, en la casa de sus padres. Martin y Taylor, que no han notado para nada el miedo que rutila en los ojos de Sam, empiezan a discutir si Félix Lewis debería de conseguir la libertad.

Yo no voy a decirles que, para Bee, eso sería un tormento más. Aunque estoy seguro de que está dispuesto a pagarlo. Casi podría jurar que, si tuviera que hacerlo con tal de proteger la integridad de su familia —Elle y Beth—, lo hará.

En el fondo, quiero pensar que es más que inteligente; no permitiría que el padre de Elle le infringiera ningún daño. Desde lo moral, el tipo la dejó hecha trizas cuando la culpó por su condena. Igual que Brenda. Igual que muchos en su familia que supieron que fue Elle quien le entregó a Sam el libro contable que aclaró la imputación de Martin.

Le doy un trago al vino tinto que Sara acaba de servirme de nuevo. Ella, que me observa con suspicacia, se agacha un poco para fingir que está recogiendo algo en la mesa.

—Ya se tardó, ¿no? —me dice, con su voz cantarina.

La veo esbozar una pequeña sonrisa. En consecuencia, yo miro al pasillo por el que se ha marchado Samantha minutos atrás. Sara Laurent conoce muy bien a su hija, así que no me extrañaría que supiera el porqué de su nerviosismo. Miro de nuevo alrededor, y veo que solo Blake e Irina están mirándome.

Lana, por otro lado, está concentrada en escuchar los detalles de lo que Martin y Taylor están diciendo.

No sin disimular lo suficiente, me levanto de mi sitio y, tras disculparme con todos, hago mi camino siguiendo los pasos de Sam. Apenas entro en la cocina, la veo recargada en contra del granito en la alacena. Tiene la mirada clavada en el suelo, pero, cuando la alza hacia mí, soy consciente de que la pobre no tiene ni idea de cómo hablar...

Evito reírme porque a todas luces se nota que está sufriendo de estrés gracias a la posible reacción de euforia en su familia; puede ser que nunca lo haya dicho, pero Sam se aturde cuando la gente quiere tomar decisiones por ella. Se abruma si, sus padres, intentan decirle cuándo es el momento de hacer tal o cual cosa.

A estas alturas, yo sé que no se los va a permitir, pero también sé que los ama y que no le gustaría hacerles un desaire.

Así, convencido de que es eso lo que le pasa, me limito a abrazarla y a hundir la nariz en la curva de su mandíbula y su cuello.

—Te están esperando —le aseguro, al mirarla a los ojos.

—Ya sé. Lo siento. —Una de sus cejas se enarca, pero de pronto los nervios se escabullen de su rostro y, una de sus sonrisas hermosas, perfectas, se dibuja en sus labios—. Por favor —dice, cerrando fuertemente los ojos—, no vayas a permitir que mi madre quiera hacer uso de sus dotes de organizadora. O sea... me gustaría que intervinieran y todo, pero no quiero...

KamikazeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora