21

551 109 2
                                    




El resumen del evento anterior, según Taylor, consistió en un breve relato sobre cómo el candidato aceptó cambiar a Sam de obligaciones. Aceptó olvidar este percance que se puede entender como una coacción disfrazada de trampa, con el único requisito de dejar en paz a su hermana. Y de, además, no volver a poner la mirada en ella.

Tay dice que estuvo a nada de pegarle un par de puñetazos.

—El tipo ni siquiera vale la energía —aseguró antes de marcharse.

Sam y yo bajamos a la primera planta para continuar fingiendo que no estamos ansiosos por marcharnos a la habitación. Ella, siempre educada, lúcida y sonriente, le explicó a un entrevistador de no sé qué revista cómo le hizo para convencerme de apoyar su lado político.

De un momento a otro, hasta que muchos de los invitados no se han retirado, ella comenzó a decir sin temor alguno que vive conmigo. Su padre ha estado litigando este mes en un caso muy importante, por lo que no está presente, pero sé que querrá escuchar de mi boca por qué no se lo dijimos a él primero.

Como Sam dijo, ya se hicieron a la idea de que tal vez nos adelantamos; no es que fuéramos muy discretos. Yo creo que mi casa se convirtió en la suya desde hace mucho tiempo.

—Pero ¡¿cómo puedes pedirme que me calme!? —está diciendo Ruth en este instante.

Ella e Irina se encuentran al pie de la barra afuera de la casa. Irina lleva puesto un vestido que acentúa perfectamente su barriga. Luce hermosa así.

Le pongo una mano en el hombro para llamar su atención...

—Taylor acaba de decir que Ruth no sabe lo que quiere —se ríe ella.

—Es un patán —masculla la aludida, y se lleva un vaso de no sé qué bebida a los labios—. No puedo creer que el pajarillo de Lana pueda tolerarlo —dice, con tono dolido.

—Si me lo preguntas a mí —le escucho decir a Sam, que se coloca en medio de ambas y le quita su vaso a Ruth—, pones demasiada de tu atención en el niño enorme que es mi hermano. Ya deberías saber de qué pie cojea.

—Lo hace para molestarte —señala Iri.

Ruth nos está mirando a todos, como si no supiera a cuál ver para comenzar a lanzar todos sus argumentos en favor el repelús que le tiene a las personas como Tay. Ella misma lo ha dicho; no es el machismo, o el conservadurismo de Taylor, sino él.

—Y tú caes redonda —intervengo—. Taylor no es como piensas —le espeto.

—¿Por qué crees que le apodan «dulzura»? —inquiere Sam, riéndose sin disimulo.

Después de eso, Ruth nos concede un poco de razón sobre que reacciona mal con cualquier cosa que Tay dice; fueron a diferentes campus en la universidad y por eso no tuvieron oportunidad de tratarse mejor, pero, aunque son polos opuestos, yo estoy seguro de que podrían llevarse muy bien.

Mientras ellas hablan acerca de la pulcritud del evento, escucho que Ruth les dice que Elle se sentía mal y que se tuvo que ir hace como media hora. Tras cavilar unos segundos y buscar, sin encontrarlo, a Bee entre el resto de gente que queda en la fiesta, hago un breve recorrido por la casa.

Las partes que están destinadas a ser privadas también se encuentran vacías. Así que saco mi móvil y tecleo el acceso rápido de Bee. Pero lo único que recibo es la frase maquiavélica de su buzón.

Su ya sabes qué hacer me provoca tanta risa, que no hago sino mirar, estupefacto, mi teléfono. Ojalá que todos mis presentimientos sean tan buenos como este. Ojalá que él haya decidido dejar de perder el tiempo. Porque, si lo hace cuando ya sea muy tarde, no me quiero ni imaginar lo que sentirá.

KamikazeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora