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Sam le relató a Taylor lo sucedido. Sé que lo hizo porque no quería verme solo en todo este embrollo, y a lo mejor también lo hizo porque está asustada. Tanto, que puedo verla a través de la grabación, temblando como niña e insegura como nunca lo ha estado. Hace mucho tiempo que no se pone en una situación como esta.

Solo serán un par de minutos, me digo; he tratado de decírmelo estas semanas mientras sopesaba los planes de Samantha: quiere grabar a su jefe para que le deje en paz. Yo confío ciegamente en ella; sé que, si lo está haciendo así, es porque conoce el terreno que está pisando y no se atrevería a avanzar sin antes haber hecho un estudio minucioso.

Estoy frente a la enorme pantalla de la habitación en donde puedo ver las cámaras. Le pedimos a un técnico que esa en especial tuviera un mejor enfoque; no quiero que nada salga mal. No quiero haber tenido que exponerla de esta forma y, por último, no haber conseguido nada.

La Sam de la imagen está tecleando algo en su móvil, recargada en contra del tocador en el baño.

—¿Me puedes repetir qué es lo que harán con el video? —me pregunta Taylor, colocándose a mi lado.

—Advertirle de que se metió con la familia equivocada —interviene Bee, que está bebiendo whisky de un vaso.

Lo ha dicho porque puede leerme. Yo ni siquiera he logrado tragar saliva como es debido. Tengo la ira puesta en lugar de ropa, encima de la piel. Y me quema. No sé si podré tolerar el ver cuando el tipo llegue —si es que llega— a su lado. Ya me juré que si acaso se atreve a ponerle una sola mano encima...

Casi siento que es por esto que Bee ha hablado en mi lugar: no voy a poder controlarme. Él mejor que nadie debe de estar entendiéndome ahora. Sus problemas en cuanto a Elle se han incrementado y, sin embargo, está aquí, dándome un apoyo que ni siquiera me atreví a pedirle.

Fue Sam quien les sugirió a ambos que me acompañaran. Los dos están que hierven en rabia, y yo, yo no logro sino verme a través de sus facciones.

Quisiera poder abrazarla justo en este instante. Pero la imagen de la puerta del baño abriéndose, envía toda mi preocupación por el caño; de inmediato, es ira contenida lo que fluye por mis venas. Los oídos me pitan tan fuerte que de un instante a otro creo que me he quedado sordo.

—Ahí está el pequeño bastardo —musita Taylor.

Yo me agacho para sujetar con todas mis fuerzas la tela del sofá. Aprieto el borde del cojín y me inclino un poco: me obligo a mantener la vista sobre Sam, que se ha quedado tiesa junto al tocador. All Gregory se queda frente a ella. No puedo verle la cara. No puedo ver cómo la está mirando.

Sam, de manera furtiva, echa una mirada hacia la cámara. Estoy pendiente de la manera en la que ha comenzado a hablar. Entonces, y sin que yo me lo espere, esboza media sonrisa; pero está apretando su móvil en la mano derecha.

Contengo la respiración porque no sé qué otra cosa hacer. No puedo conmigo mismo en este momento...

—¿Cuánto tiempo necesitaba? —inquiere Bee, que también tiene la voz enronquecida.

Si yo hablo, seguro que mi voz no será otra cosa sino un amasijo de sonidos berreantes, como los de un animal herido y moribundo.

Con la respiración apretujada en el pecho y el ardor inundando todas y cada una de mis terminaciones nerviosas, le digo—: Iba a levantar el teléfono hacia el sujeto, apuntando a la cámara.

KamikazeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora