5

909 161 25
                                    





Esta es una fiesta, pero para mí, se siente como un sepelio. Seguramente Rick, el comentarista más detestable en el mundo del deporte, ha intentado sonsacar a Sam en alguna de sus respuestas. En el partido de ayer, ella dijo algo al respecto de mí y de Taylor que logró captar la atención de varios. Lo peor de todo es que, si pensaron que estaba defendiéndome solo porque sí, no tienen ni la menor idea.

Ella acaba de darse la vuelta y su figura está a punto de perderse entre la barahúnda de gente que usa el salón de mi casa como pista de baile.

Permito que mi corazón sea el que guíe mis pasos y comienzo a caminar hacia ella. He dejado mi vaso de vino en la barra improvisada, donde el sujeto que atiende se limita a mirar detrás de mí; y, aunque sé que parezco muy obvio, decido ignorar su mirada sugerente y la forma en la que observa el andar perezoso de Sam, que hoy, para mi desgracia y mi tortura, ha venido vestida como si su meta esta noche fuera volverme loco.

Vaya que está consiguiéndolo. Pero ni mis recriminaciones internas ni el miedo que siento al sujetar su antebrazo y obligarla a detenerse, hacen que cambie de opinión: no soporto la idea de dejarla marchar esta noche sin antes haberla tocado, sin haber siquiera probado de nuevo lo que se siente no tener que pensar en nada más que en una persona.

Es la cosa más maravillosa del mundo: el enfocar tu atención únicamente en ese alguien que te quita el sueño; se siente como haber muerto y haber vuelto a la vida.

Doy un par de pasos hasta estar muy cerca de ella, tanto que su aroma fresco y desinhibido azota mi nariz como si hubiera sido esa su intención original. Echo un vistazo breve hacia la gente en derredor e intercepto un par de miradas que se posan en nosotros, quizás advirtiendo la posesión del agarre que estoy efectuando sobre ella.

Tal vez no he pretendido eso en un principio, pero tocarla se siente tan bien, que cuando cierra sus ojos, el poder que me otorga su gesto, frágil y dulce al mismo tiempo, es como si estuviera dándome permiso de invadir su espacio personal. Sin embargo, noto la resistencia que intenta imprimirle a sus ademanes atropellados.

Tras espabilar y mirarme de nuevo, su concentración se centra en los ruidos. Lo sé porque permanece con la vista en el suelo y el pensamiento lejano a mí. ¡Por Dios que me encantaría ser yo quien ocupara cada rincón de su mente!

—Deja de provocarme —le digo, luego de que la observo lamerse el labio inferior.

Sam levanta su vista hacia mí y parpadea tantas veces que me cuesta mucho comprender por qué lo hace así.

—Estás ebrio —me espeta.

Ante su comentario, no puedo evitar reírme. No puedo evitar sentir que me ahoga la presión de la atmósfera y que el oxígeno que va a mi cerebro esta vez amenaza con dejarme solo; sí, esta noche me he bebido la frustración en el vino y he intentado apaciguar mis ganas fingiendo que no me escondí en mi habitación para no tener que mirarla de frente, para no tener que buscar su sonrisa.

No podría estar más arrepentido por haberme marchado aquella noche. Pero, en aquel momento, la carga sobre mis hombros no era tan ligera; es por eso que sé que el licor ha hecho lo suyo en mi cuerpo.

—Tú también —le señalo. Su rostro de niña tierna se ve ensombrecido durante un par de segundos, segundos que a mí me atormentan mucho más de lo que espero. Aun así, la mirada de esta chiquilla me envuelve tan rápido, que deseo que nunca sepa cuán fácil ha sido para ella el sujetar mis emociones en sus manos y hacerlas totalmente suyas—. ¿Quieres bailar?

KamikazeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora