27

449 94 1
                                    







En un mes inicia la temporada. Y el campamento tendrá lugar mañana; ya todo el estado es consciente de que Taylor no participará de ninguna de las dos cosas. A él, no obstante, no le importa. El duelo le está costando más de lo que hubiéramos esperado. Sé que nadie quiere decirlo, pero, ya pasaron casi dos meses, y apenas hemos conseguido que nos deje entrar en su casa.

La irritación tiñe sus facciones en este momento. Cada músculo de su cuerpo está tenso por la ira. Lo conozco demasiado como para no notar que le ha molestado lo que le dije; su padre vendrá para hablar con él sobre Leah, cuyos abuelos maternos le han recogido mientras Taylor mejora. Sin embargo, es esa mejoría una de las cosas que a Tay parecen tenerlo sin cuidado.

Las personas que lo atienden me han dicho que se muestra indiferente a sus progresos. Y, en este caso, el empeño y las ganas de salir adelante son primordiales. No puede dejarse caer. Acabo de decírselo. Su rostro sufrió una contorsión cuando le hice notar que seguramente esto es lo que Lana no hubiera querido de él. Ella se habría molestado por la actitud que tomó frente a su hija.

Es tan pequeña, que no notará el vacío hasta que alguien le cuente sobre él; la ausencia de su madre será notoria mucho tiempo después de que se hubiese ido. Pero, con Taylor aquí, ignorando su parte en una adversidad que pudo haberle ocurrido a cualquiera, será más difícil para la niña.

—¿Qué harías, si estuvieras en mi sitio? —me pregunta, en tono agrio.

Estamos sentados en el pequeño jardín que ofrece la casa en la que está viviendo. Hay un día gris, triste y húmedo afuera; la lluvia ha cesado, pero el ambiente aún está embargado de la humedad posterior a una tormenta matutina.

—Seguramente estaría igual que tú —admito, agregando de inmediato—: pero trataría de abrazar a mi hija para saber que ella fue real.

Un asentimiento trémulo por parte de Tay me indica que está sofocando el llanto. Para un hombre como él, es poco agraciado derramar una lágrima, pero si eso te da libertad, ¿por qué tendría que ser incorrecto?

—Se parecen tanto —susurra él, cabizbajo.

—Es posible que no te vaya a gustar esto que voy a decirte, pero tienes que saberlo —mascullo, arrellanándome en mi lugar. Taylor me escudriña unos instantes y, con gesto indiferente, entorna los ojos, tal vez preparándose para una diatriba que le apretará el corazón en un acto que no intenta ser su tortura, sino un alivio. Así que, una vez que veo que no se opondrá a mis opiniones, le digo—: Si te has quedado sin fuerzas, reconócelo. No le hace mal a nadie bajar la guardia de vez en cuando. Si quieres llorar, hazlo. Trae a tu hija y acurrúcate junto a ella. No tienes otra opción.

Por unos instantes, creo que no responderá nada, pero me reconforta que no se esté cerrando del todo a escucharme. A ningún miembro de su familia —incluido Martin— le ha permitido adentrarse tan profundo en su desgracia. Quizás porque sabe que, de cierta manera, la gente que lo ama no entenderá lo que es perder a la mujer con la que creyó que pasaría toda su vida. Para cuando lo veo sonreír, y echar la cabeza en el respaldo de la silla, sé que he conseguido algo.

Algo pequeño, pero algo al final de cuentas.

—Es obvio que me he quedado sin fuerzas —murmura, mientras cierra los ojos—, pero ¿cómo le dices a la gente que... no puedes?

—Tal vez no es necesario que lo digas —digo—. Taylor... —Logro captar su atención en el acto. Sus ojos, en ese momento, se anegan en lágrimas. Tiene los iris de color verde, pero con un tono raro, que parece azul en contra de las luces; con las pupilas cristalizadas por la contención del dolor que siente, se ven de un tono brilloso en exuberancia—. ¿Qué te diría Lana en este caso?

KamikazeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora