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—Ningún comentario —le escucho decir a Sam, mientras entra en el coche y se abrocha el cinturón.

Estas dos semanas han sido una pesadilla. Si creí que lo más difícil sería decirle a Taylor sobre Lana, me equivoqué de manera terrible. Lo más difícil ha sido tener que mirarlo a los ojos, en esa postura tan vulnerable que tiene ahora consigo. Lo trasladaron a Atlanta la semana pasada, porque no quiso quedarse en la casa de sus padres.

Tampoco quiso llegar a su casa. La casa que compró para su familia...

Y no ha querido ver a su hija.

Sam está deshecha en impotencia. Estos días se ha enojado, aturdido y tropezado gracias a los reporteros que la siguen a donde quiera. A mí o a Bee no se atreven a acercarse. Incluso, cuando buscaron a Elle en la fundación el miércoles luego de que trajeran a Taylor, se vio obligado a insultarlos ya que le hicieron preguntas estúpidas —"¿qué va a pasar con Leah Laurent sin su madre"?— delante de Beth.

Han comenzado a darse cuenta de que para Bee, Elle y Bethany son intocables, y si se meten con ellas, conocerán su peor lado.

Tengo las manos fuertemente apretadas del volante en el auto de Sam. Ella me recogió en el campo esta tarde; si soy sincero, no tuve la cabeza en los gritos del entrenador. De hecho, todos los muchachos tenían caras de no querer jugar. Pero lo hicimos. Lo hicimos porque el duelo no le incumbe a la NFL. La temporada se llevará a cabo sin Taylor.

No fue al funeral de Lana. Se negó a hacer el intento.

No quiere hablar con nadie. No dice nada mientras estás junto a él, tratando de estar ahí, aunque no haya ninguna conciliación que pueda minimizar su dolor.

—Estoy tan cansada —dice Sam.

Se ata el cabello en un moño desprolijo. La admiro solo unos instantes y me recreo en su imagen. Afortunadamente, yo no he tenido que pararle el alto a ningún reportero que no entiende lo que significa un no. Sam ha hecho uso de sus peores modales con ellos. Ha estado trabajando duro para su hermano, yéndose a verlo todos los días aunque él no quiera recibirla.

Toda la familia está desesperada por él.

Sí, puede que Taylor tenga el dinero suficiente como para rodearse de un centenar de profesionales ahora que está convaleciente, pero hasta que la fractura no consolide —dentro de un lapso de cuatro a seis meses, como indicó el médico—, su vida está en pausa. Y es que es muy pronto como para exigirle que levante la cabeza. Sin embargo...

—Debería aferrarse a su hija —musita Sam, arrancándome ese pensamiento.

Pongo la mirada al frente solo porque no quiero entablar esta conversación con ella. No quiero llegar a hacerla preguntarse qué pasaría si fuéramos nosotros en esa posición. Sé que también estoy pensando en que Taylor tiene una muy buena razón para poner todo de sí en su recuperación. Pero tampoco me atrevo a juzgarlo.

¿Y si fuera yo? ¿Qué haría yo de estar en sus zapatos?

Me duele el alma nada más plantearme esa posibilidad, así que lo único que consigo hacer es estirar la mano hacia Sam y apretar la suya; hoy más que nunca quiero sentir su cercanía, olerla, abrazarla y saber que, por una noche más, podemos estar juntos.

Bee está en la misma posición. Se va a su casa tan rápido como el entrenamiento acaba. Solo el jueves después de que trajeran a Tay me acompañó a visitarle. Estaba tan ausente, tan herido por todos lados, que nos costaba mirarlo a la cara. Sobre todo, nos costaba no fruncir los ceños cuando se limitó a decir que no intentáramos entenderlo.

KamikazeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora