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Lana podría ser la chica perfecta... pero para mí no lo es. Yo estoy determinado a olvidar a cualquier mujer con tal de concentrarme en Samantha. Acabo de tirar la fotografía de Charlotte —luego de hacerla pedazos— a la basura. No he parado de maldecirme antes de hacerlo: a veces, la gente no me entiende porque yo... decido cosas sin decirlo. Decido, por ejemplo, que quiero a Sam en mi vida.

No se lo he dicho, y ella sigue esperando a que lo haga.

En cuanto se marchó me vi tentado a llamarla a su teléfono. Pero decidí, también, darle su espacio. Decidí que este pleito no es para tanto y que ella se merece mi comprensión. Ahora mismo estoy mirando a Lana, después de decidirme a venir a la casa de Taylor; la noche está por caer, y yo supongo que, como ya han pasado varias horas, su ánimo habrá mejorado.

—Quién lo hubiera dicho, ¿eh? —se ríe Lana, caminando delante de mí tras abrirme la puerta del penthouse.

—Si te lo piensas, no es tan extraño —le digo; porque a estas alturas eso es lo que creo: creo que Sam nunca bajó la guardia—. Tendría que haber prestado más atención.

—Y nosotros... —suspira Lana—. Sam es muy obvia. Y tú, bueno, tampoco es que sepas disimular mucho.

Justo en la antesala, me detengo a examinarla y admiro su rostro de facciones finas. Lleva el cabello anudado en un moño arriba de la nuca. Sus ojos chispeantes y ligeramente rasgados me estudian en respuesta a mi escrutinio.

Después de conocerla en la universidad, la verdad es que también sé mucho sobre ella. Más de lo que puedo admitir.

—¿Hace cuánto que lo sabes? —le pregunto.

Es solo una corazonada.

—Meses —sonríe, por fin, confirmando la sospecha.

—Vaya.

—Tranquilo. Son perfectos el uno para el otro: tú un titán y ella una guerra encarnada. —Frunce las cejas por un momento, y hace un movimiento con la cabeza para indicarme la terraza—. No seas muy duro, por favor. Ya he tenido que consolarlo un poco.

—Nunca soy lo suficientemente duro con nadie —admito, también sonriendo.

A veces comprendo muy bien por qué Taylor la ama; su sonrisa podría iluminar el más oscuro de los lugares.

—Salvo contigo mismo —contradice, antes de palmearme un brazo con su pequeña mano—. Anda.

De nuevo tomo una decisión cautelosa; me he planteado durante horas qué cosas son las que le voy a decir a Taylor, o mejor dicho, cómo voy a hacer para decírselas sin enojarme.

Para colmo, Irina me ha contado que quien subió la foto ha sido Elle. Creí que los Laurent estarían enojados, pero por alguna razón más bien lo están con Sam, o quizás están decepcionados. De cualquier manera, a mí me confundió muchísimo y, sin embargo, acabé comprendiéndola; todo tiene un límite en esta vida y el límite de Elle quizás fue tan estruendoso que tuvo que minimizarlo.

Las consecuencias han sido graves, pero no dejo de decirme que en el fondo me ha hecho un favor tremendo.

Cuando me asomo a la terraza, a través del cancel que lo divide de la estancia, Taylor me echa un vistazo sobre el hombro, recostado en un camastro; la vista del centro de Atlanta es increíble. Aquí el bullicio de la ciudad se pierde con el provocado por el viento; el ocaso está terminando su demostración.

KamikazeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora