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La cara que tiene Bee debería de ser fotografiada. Lo mejor de todo es que Sam, que es experta en hacer leña del árbol caído —tratándose de una persona con la que tiene una relación estrecha—, no ha parado de preguntarle si se siente bien o si puede ayudarlo. Pero Brent Dylon no es el tipo de hombre que acepta que está dolido, triste o, en este caso, celoso. Elle ha traído consigo a Gray Thomas, el propietario de la estancia infantil a la que acude Beth, su hija.

Mientras bebe de su cerveza, sentados en donde nos encontramos junto a Sam e Irina, Bee ha estado mirando a la feliz pareja. Estoy tratando de no sonreír, de no reírme de la estúpida etapa por la que está pasando mi amigo, pero es inevitable. No puede ser más tonto; todo este año ha sido incapaz de pensar en nada más que en cómo decirle a Elle lo que siente. Es un cobarde en ese aspecto porque no quiere arriesgarse.

Además, asegura que Elle no será feliz a su lado. Nosotros, sin embargo, hemos sido testigos de la química que hay entre ellos; por algo la gente, cuando los ve en la calle, cuando ella acude a los partidos a darle un apoyo que necesita pero que nunca se atreve a pedir, siempre cree que son la pareja perfecta. A pesar de sus diferencias, suelen llevarse muy bien. Han demostrado que se hacen bien el uno al otro.

Nadie entiende por qué no han continuado...

Pero tampoco vamos a preguntar. No obstante, Sam, que le tiene una espantosa reticencia a la cobardía, no se queda callada y le está dando la reprimenda de su vida.

—Es que no puedes ser más patético, ¿cuántos años tienes? ¿Cinco? —le espeta. Está sentada junto a mí, frente a Bee, en una silla de metal del jardín. La fiesta de Leah se está llevando a cabo en el enorme patio trasero de la casa que Tay compró para su familia—. ¿Qué es lo que estás pensando que es ella? ¿Un objeto que compraste?

—No seas tan dura... —se ríe Irina.

—No, sí hay que ser duros. Es un adulto y está creyendo que Elle no merece ser feliz.

—Estás más loca que una cabra —dice Bee, pasándose una mano por el pelo—. Elle puede hacer lo que se le venga en gana.

—Es cierto, Sam —intervengo, tragándome la sonrisa y las ganas de seguirle el juego—. Elle puede tomar sus decisiones ya. Además, Gray parece ser un buen tipo. Por lo que veo, van muy en serio. Y, si eso la hace feliz, qué más da.

Sam entorna los ojos y se echa por completo en la silla. Durante unos cuantos minutos, no hace más que escuchar cómo Irina le cuenta de las terribles náuseas matutinas de las que está siendo víctima. Mi Kamikaze parece estar sumergida en esos síntomas, porque clava la vista en la barriga de su hermana y se agacha para colocar el oído en ella, como si pudiera escuchar algo.

El gesto no hace sino lanzar un terrible dolor por todo mi cuerpo. Ha nacido en el pecho, y se ha esparcido por mis extremidades. Luego, desviando la vista hacia la casa, veo a mi madre hacer una seña a Sam. Entrecierro los ojos al tiempo que me estiro para palmear el hombro de ella. Entonces, y un poco confundida, Sam levanta la mirada para comprobar que mi madre la está llamando.

Se levanta de su sitio sin sonreír, y con las mejillas levemente coloreadas de rojo.

—Ya vengo —dice, marchándose a través del jardín.

Irina también se levanta y, suspirando de pesar por el cansancio que seguro le producen los malestares del embarazo, acaba por avanzar hacia la fiesta, adonde se encuentran un montón de niños y toda la familia.

KamikazeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora