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Natalie


Había evitado durante todo el día a Marcus, incluso le había puesto una excusa barata para no ir a estudiar a su casa aquel día. 

Debía controlar todos esos impulsos que sentía por él y encerrarlos muy dentro de mí para que no pudieran salir nunca.

Sabía que si me dejaba llevar todo podría terminar muy mal. Me arriesgaba a terminar sintiendo algo por alguien con él que jamás podría estar. Mi madre me lo prohibiría de todas las formas posibles, y sería un completo desastre.


Era el último día antes del examen, y sí, había avanzado algo el día que estudié con Marcus, pero me faltaba demasiado temario que no podía entender. Había intentado de todas las formas posibles entender todo aquello, pero era imposible.


Mi madre me había llamado hacía tan solo una horas para advertirme que no podía bajar mi rendimiento académico, y que debía sacar las mejores notas posibles ya que necesitaba estar muy bien preparada para saber dirigir su empresa en un futuro.

Yo siempre había intentado complacerla sacando la mejor media de la clase, no había sido fácil, había arriesgado mucho pero siempre lo hice para que se sintiera orgullosa de mí, para poder sentir que realmente sí valía para algo.

Y llevaba haciéndolo tanto tiempo que ni siquiera me acordaba. Y lo había hecho desde que había empezado la carrera. Pero para ella, nada era suficiente


Mi casa estaba llena de ejercicios de matemáticas y de apuntes. Había esparcido todo por el salón en un cutre intento por intentar entenderlo todo.

Incluso había faltado a clase aquel día para tener más tiempo que estudiar.

Sólo había una única opción y no iba a llamar a Marcus, por nada de este mundo le llamaría, arriesgándome.


Entonces el timbre de mi casa sonó y me levanté a abrir la puerta.

Me quedé paralizada unos segundos.


- ¿Marcus? ¿Qué... haces aquí? pregunté

- Janne me dijo que insistiera, así que aquí estoy.

- Oye no te preocupes. Llevo genial el examen, no necesito tu ayuda. Dije con mi mejor sonrisa

- Ya veo... Dijo inclinando la cabeza para ver el desastre que había montado en el salón.

- Estoy casi segura de que lo llevo bien.

- Oye, no me cuesta nada ayudarte. Y el otro día se te dio muy bien. Eres muy lista, pero al parecer, sigues sin creértelo.

Esa frase logró ablandarme el corazón.


Le dejé pasar y recogí rápidamente todos los papeles que estaban por el suelo y los coloqué encima de la mesa. Ahí coloqué dos sillas y nos sentamos.

Aquel día fue incluso más duro que el primero. Estuvimos allí sentados más de cinco horas. Hice miles de ejercicios, tantos que gasté el cuaderno que había comprado a principio de curso para practicar matemáticas.

Serían más de la una de la madrugada cuando estaba terminando el último ejercicio y Marcus se ofreció a prepararme un café.

Yo acepté y decidí continuar aquel ejercicio, pero los párpados me pesaban demasiado y sentí cómo mi cuerpo se relajaba cada vez más. Cerré levemente los ojos. Tan Oslo durante unos segundos para descansar. Juro que no quería dormirme. Pero supongo que lo hice. 

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