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Natalie


No podía creer aquello. 

¿Me había dado calabazas diciéndome que no se acordaba de nada? 

Si necesitaba una señal para alejarme de él, era esta. Había estado a punto de poner en juego todo por un tío al que simplemente, ni siquiera la importaba.


Aunque pensándolo fríamente, era lo mejor, lo mejor para mí, lo mejor para los dos. Yo no tendría que preocuparme por él, al fin de al cabo, aunque no me gustase, acabaría casándome con algún hombre rico que mi madre me haya buscado.


Pasé por la residencia para entregarle los disfraces a Janne, aunque ella no estaba, ya que tenía un examen y se había ido a la universidad. Pero a la que si vi, fue a Morgan, que leía en su escritorio y me saludó con una amplia sonrisa.


- ¿Son los disfraces? Preguntó

Asentí

- ¿Qué son?

- Me han prohibido mirarlos, pero ya he empezado a descartar opciones, no hay muchos disfraces de tres.

- Buena idea, hagamos una apuesta. ¿Tú que dices? Me dijo

- Según el peso diría que no lleva mucha tela, así que...

- Puede ser de los Power Rangers. Intervino

- ¿Esos no son 5?

- Bueno, estoy segura que sería capaz de encontrar a dos voluntarias solo para completar el disfraz. Dijo y yo reí

- Creo que ya sé que será.

- Yo digo Alvin y las Ardillas. Dijo y no pude evitar soltar una carcajada.

- ¡¿Qué?!

- Era su película favorita cuando era pequeña.

Volví a reir

- Yo creo que ya lo he adivinado. Así que no te diré nada. Dije

- ¿Qué? ¡Eso es injusto! Vamos, dímelo. Dijo poniendo ojos de cachorrillo

- De eso nada. Dije haciendo el amago de marcharme por la puerta.

Finalmente me acerqué y se lo dije cerca del oído, como si Janne estuviera allí y pudiera oírnos.

- Tiene sentido...

- Mañana lo comprobaremos. Dije divertida despidiéndome.



Camino a casa no pude volver a pensar en lo que había pasado hacía apenas unas horas en casa de Marcus. Estaba algo enfadada, y triste... aún no sé por qué, él no me importaba. Era simplemente el típico tío guapo con el que te cruzas una vez en la vida, que acaba siendo un cabrón demostrándote que no tiene sentimientos y haciéndote quedar como una desesperada.


Y a pesar de que yo también había apoyado esa decisión, nuestra pequeña pelea me estuvo rondando la cabeza todo el día. Así que supe que debía distraerme. Abrí Netflix y elegí una de mis películas favoritas: Una Rubia Muy Legal.

Era una película que solía ver con mis amigas en Washington, y la vi tantas veces que me terminó encantando. Podría parecer la típica película de comedia en la que una rubia tonta se intentaba ganar durante una hora y media el amor de un chico, pero tenía un trasfondo mucho más motivador. 

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