Capítulo 11.

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Hi~ No tengo mucho más que reportar además de cansancio y desesperación por el largo de los capítulos que no es intencional, solo pasa de esa manera, esperemos que no se alarguen más o terminaré subiendo testamentos y lloro. Mil gracias a las personas que se toman el cariño para leer, espero que les guste.

Aslan piensa en el buzón de su casa en Cape Cod, si le preguntan no poseía nada que lo hiciera lindo o especial, al contrario, era una lata de metal recubierta de tanto óxido que el color no era metálico sino de un rojizo tierra, su ala no funcion...

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Aslan piensa en el buzón de su casa en Cape Cod, si le preguntan no poseía nada que lo hiciera lindo o especial, al contrario, era una lata de metal recubierta de tanto óxido que el color no era metálico sino de un rojizo tierra, su ala no funcionaba y hacía un chirrido horroroso cada vez que se abría, y pese a esto, era su melodía preferida, porque eso significaba que Griff había enviado una carta. Durante los años primerizos de su ausencia Ash las esperaba con un brillito propio de su inocencia chispeando en sus ojos, a veces lo acompañaba papá y otras veces alguna vecina simpática, podía estar haciendo lluvia, nieve o un calor insoportable y ahí estaba él, plantado ante el buzón, a punto de desmoronarse pero resistiendo por una última carta.

«Uno de estos días voy a traerte a tu hermano en lugar de una carta», era lo que el cartero prometía para animarlo y eso avivaba su espíritu un millón de veces más.

Este día Griff vendrá y no será una carta, se decía.

Hoy es el día en que pasará algo especial.

Pero no fue así hasta una década por delante y durante esos años de ausencia lo único que consiguió llenar fueron cajas y cajas con cartas y poemas de un hermano fantasma que no le contaba casi nada de la guerra y demasiado sobre un tal Max Lobo. Con el transcurso de su vida Aslan las revisaría más de una vez, porque leer un pasaje era meterse en el cerebro de ese héroe al que siempre admiró, a los 13, a los 14 e incluso a los 15 había deseado comprender lo que pasaba tras su prosa, quería ser capaz de entender si la guerra le había dejado el corazón lastimado y la mente ida. Sin embargo, no fue capaz de preguntarle y prefirió enterrar las cartas bajo su cama, las metió en una caja de cartón, las pateó en su bodega impermeable y deseó jamás haberlas visto. Sí, Ash aprendió a esconder tanto sus sentimientos como su pena, su rabia, su ira, su felicidad, su inocencia, su dolor, su exaltación, su ignorancia, todo, absolutamente todo, pero...

¿Qué hay del amor?

—¡Auch! —El quejido de Eiji lo saca de su trance y lo regresa a la pelea como si acabasen de romper el ancla atada a su tobillo y pudiese nadar a la superficie otra vez—. Sé más cuidadoso. —Lo regaña, Aslan se encuentra arriba de él, lo tiene apoyado contra el pavimento y acaba de estampar un crudo puñetazo contra esa adorable y regordeta mejilla, va a quedarle hinchada y morada por días.

—Lo siento. —Se disculpa, relajando sus piernas a los costados del japonés, los gritos a su alrededor lo hacen saber de lo violenta que se ha vuelto la disputa—. Estaba en otra parte.

—Aslan. —Y entonces lo llama con ese tono extraordinariamente frágil y extiende su palma con la finalidad de acogerlo y acunarlo, no es justo, espeta, si es tan dulce no puede evitar amarlo—. ¿Estás bien?

Love struck.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora