SESENTA Y TRES

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1943

–Oh, María –susurró Alejandro acariciando su cabello–. Solo mírate, has crecido tanto.

María sonreía y lloraba sin saber cómo sentirse. Nunca centró su búsqueda en Alejandro, ahora entre sus brazos sabía que era justo lo que necesitaba encontrar. Su corazón rebosaba de alegría y había mil y un preguntas que quería hacerle.

– ¿Qué te pasó?... Después de que mamá... ¿Dónde estuviste?

Él suspiró, sería difícil resumir los años que llevaban separados.

–Después de... de los terribles sucesos fui enjuiciado porque el pueblo así lo exigió. Me encerraron en prisión por algunos meses hasta que al final se decidió en un concilio especial (y secreto) que sería expulsado del pueblo. Lo hicieron a mitad de la noche con permiso de "Dios" y del santo cura. Estoy seguro de que a la fecha ni siquiera mis padres saben qué fue de mi... y no les interesará saberlo.

–Pero... ¿Por qué nunca me escribiste? ¿Por qué no me buscaste? –Preguntó con el corazón agradecido pero a la vez destrozado.

Él dudó.

–Debes saber que Jorge y yo éramos muy buenos amigos. Él me pidió cuidar de ti y de Mónica cuando se marchó.

–Él nunca mencionó nada de ti, incluso cuando preguntaba por mamá... evadía el tema –su corazón latía con fuerza, tratando de asimilar todo lo que escuchaba.

La miró con los ojos llenos de pesar.

–Aunque los años han pasado y han ocurrido un sinfín de cosas, sigo agradecido con Jorge por la oportunidad que me dio de compartir unos años al lado de tu madre y contigo. No quiero que cambies el respeto y amor que tienes hacia él, pero debes saber que no hubo una sola noche en que no te escribiera, mandaba las cartas cada semana pero nunca obtuve respuesta... hasta pasados algunos años –se detuvo un momento, tomando su tiempo para continuar–. Un día, llegó una carta de Jorge pidiendo que no te escribiera más y que jamás me atreviera a presentarme o buscarte, si no, él... No quisiera agregar o quitar palabras... aún conservo esa carta, sería mejor que tu misma la leyeras si así lo quieres.

Asintió limpiándose los ojos, tomó la mano de su padre y lo acompañó hasta la habitación que le correspondía en la parroquia. Entraron a los aposentos, humildes y sencillos pero realmente acogedores.

Mientras Alejandro removía cosas en un antiguo baúl al lado de la cama, María miraba alrededor.

– ¿Te gusta vivir así? –preguntó con cautela sentándose en la cama.

La pregunta lo tomó por sorpresa, pero consideró el estado de su hija. Había nacido de padres acomodados que no pudieron darle comodidades, posteriormente se mudó con su padre donde vivió en la opulencia y sin carencias.

–Es la única vida que conozco ahora –respondió incorporándose–. Aquí está la carta.

La tomó con las manos temblorosas.

–No sabes lo feliz que soy por haberte encontrado. Te amo papá y nada va a cambiar eso.

Se abrazaron de nuevo y él la tomó de las manos.

–Antes de que la leas quiero que sepas lo mucho que te amo aunque no seas mi hija de sangre, y que amé a tu madre como nunca he amado a nadie más en mi vida. Jorge fue mi mejor amigo durante años, aún ahora daría lo que fuera porque siguiera con vida.

María aguantó un sollozo.

–Cuando me enteré del incendio... Mi corazón se partió, estaba seguro de que habías muerto junto con él y su familia, pero al verte aquí ahora renuevas mis esperanzas. ¿Él realmente está muerto?

¿Quién eres?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora