VEINTINUEVE

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1943

Ese día un poco más temprano

Concepción, una de las sirvientas de más confianza, no pudo terminar de limpiar la oficina del señor Herrera; había otras cosas más urgentes que arreglar. Él había regresado con el doctor Pilar, así que ella salió de la oficina para darles el espacio, sin embargo, ellos ni lo notaron y fueron a la biblioteca. No se sintió mal, estaba acostumbrada a que se ignorara su presencia y a que tampoco se le tomara en cuenta.

Encontraron a María llorando entre los estantes, así que la mandaron a su cuarto y ahí estuvo un rato, los niños se habían asustado un poco con los gritos de hacía un momento, los más pequeños se veían alterados y Catalina debía tranquilizarlos.

Después de pasar unos momentos en su habitación María no se sintió cómoda, fue con Catalina a ver a los niños y esa noche durmieron todos juntos. Ella despertó en la madrugada sin más ganas de dormir, talló sus ojos para espabilarse un poco y comprobó que aún estaban húmedos por las lágrimas del día anterior.

Salió silenciosamente de la habitación y bajó a ver si su tío ya había terminado de hablar con el doctor, no los encontró en la casa.

Entró a la oficina a ver si estaban ahí, no había nadie, pero la encontró aún desordenada y apestando a alcohol. Vio el reloj y se sorprendió por lo tarde o más bien, por lo temprano que era.

Supuso que su tío no había regresado a la casa esa noche, ella no tenía más ganas de dormir así que empezó a acomodar la oficina, a pesar de que no era su trabajo, pero estaba segura de que hacerlo la distraería por un rato.

Tenía el permiso de su tío para entrar ahí cuando quisiera, él solía guardar ahí nuevas colecciones de libros que le llegaban antes de ponerlas en la biblioteca de la casa o antes de llevarlas a la biblioteca de la ciudad, por lo que María podía tener acceso a esos libros con solo pedírselo.

Mientras terminaba de recoger pedazos de vidrio que quedaron desperdigados (parecía que Jorge había reventado algunas botellas), se dio cuenta de que varios papeles se habían mojado con unas pequeñas gotas de licor. Los sacudió un poco y trató de secarlos lo mejor que pudo. Abrió un pequeño cajón de la estantería del fondo donde sabía que su tío guardaba los papeles importantes y los metió ahí, pero justo antes de cerrarlo algo le llamó la atención.

Ahí en el fondo de ese cajoncito, bien acomodadas y atadas con un listón amarillo, había un gran montón de cartas que María reconoció al instante. Al principio solo se les quedó mirando sin dar crédito a sus ojos, de pronto la visión se le nubló debido a las lágrimas y entonces las tomó en sus manos temblorosas para confirmar sus sospechas, aquellas eran las cartas que ella había estado escribiendo a sus padres por años.

Las revisó esperando que tal vez fueran únicamente los sobres y que su tío hubiera enviado las cartas en un sobre distinto ya que él también les escribía, pero para su sorpresa descubrió que los sobres no estaban abiertos y verificó unos cuantos solo para confirmar que ahí dentro estaban aún sus cartas sin enviar. Se quedó sin aliento.

Todos estos años, su tío la había engañado.

María estaba furiosa.

En ese momento escuchó la puerta abrirse, vio entrar a Jorge y sintió miedo.

No es que temiera ser regañada, sino que el hombre que tenía en frente no se parecía en nada a su tío, lucía como si se hubiera pasado diez años encerrado en alguna prisión, como si de repente trajera todo ese cansancio encima, la camisa con manchas oscuras, un olor a alcohol etílico que se mezclaba con el aroma de la oficina, algunos cabellos en el rostro, la mirada cansada ojerosa y la ropa desaliñada. Ese hombre no era su tío.

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