CUARENTA Y NUEVE

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1943

La brisa matutina era sumamente fresca, el cabello de Fernando se mecía suavemente al igual que la falda de María.

Caminaban sin prisa observando el paisaje a su alrededor, no había mucho que ver, pero lo que los rodeaba les inspiraba paz. Una vasta extensión de matorrales espesos que se extendían hasta donde la vista alcanzaba, adornada por el vasto follaje de algunos árboles enormes cuyas raíces saltaban a la superficie rompiendo la corteza del terreno, como si fueran pequeños obstáculos que a la vez embellecían el sendero hacia el pueblo.

El camino era estrecho, lo necesario para que transitara una carreta a la vez.

No se dijeron nada hasta que vislumbraron señales que indicaban la proximidad del poblado, el corazón le latía fuerte a María, no sabía qué le esperaría ahora que por fin habían llegado a su destino, pero fuera lo que fuera lo afrontaría valientemente.

Avanzaron decididamente hasta que se mezclaron con la multitud, tal y como se los había señalado Don Simón salieron directo al mercado del pueblo donde la muchedumbre se amontonaba alrededor de las mestizas que ofrecían insumos diversos para la comida y las tareas del día a día.

Decidieron acercarse a ver y comprar algo para comer, consiguieron fruta fresca a buen precio y se sentaron en la sucia acera a saciar su hambre.

– ¿Cómo no fuimos al mercado en el otro pueblo? –hablaba Fernando mientras devoraba una mandarina.

–No lo sé, pero nos hubiéramos ahorrado el malestar de comer en un comedor tan sucio como aquel –respondió María mordiendo su tercer plátano.

Cuando estuvieron satisfechos se pusieron de pie y caminaron sin rumbo, no quisieron pedir indicaciones ya que la gente no parecía muy amable, ellos no habían parecido llamar la atención y preferían quedarse así; aunque claramente la valija de María hacia ver que no eran de por ahí y sus ropas delataban que llevaban algunos días viajando.

Después de unos minutos paseando María dio un respingo.

– ¡Ah!, Fernando –dijo ella emocionada tomándolo del brazo–. ¡Es aquí, reconozco la plaza principal! Por ahí está la oficina de correos y en esa calle el trabajo de mi padre...

Fernando la escuchaba realmente feliz, por fin estaban donde querían estar.

–Y ¿qué quieres hacer? –preguntó él.

María se quedó callada, se apartaron un rato para platicar los pasos a seguir a continuación. Si bien estaban donde querían, ahora debían ser cuidadosos. Por lo que sabían, debido a su camino y a la información recolectada, las personas de ese lugar odiaban a la familia Herrera así que debían andar con cuidado para no despertar sospechas y que no se conociera la identidad real de María.

– ¿Será buena idea preguntar por mi padre? –preguntó ella– Alguien debe conocerlo por aquí.

–Pienso que es algo arriesgado –respondió Fernando después de unos segundos–, ¿para qué lo estaría buscando alguien?

–Entonces ¿qué propones?, es más arriesgado pasearnos buscándolo, levantaremos sospechas –sonaba desesperada.

Él pensó un poco más.

–Podríamos solo ir a "ver" los alrededores, dar una vuelta, preguntar por el costo de un telegrama, curiosear en la tienda de ropa... Algo común, ya sabes, salir de ahí, dar una vuelta más y regresar a preguntar por él... como si no lo hubiéramos encontrado...

–De acuerdo –habló no muy convencida–, vamos entonces.

Avanzaron las pocas cuadras que los separaban de la calle que querían. María se detuvo en la esquina y se dio cuenta de que su plan no funcionaría.

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