TREINTA Y SEIS

352 80 21
                                    

1943

A pesar de que Fernando traía la comida y regresaba integró el cambio del dinero, María no se fiaba por completo de él. A modo de intercambio por la ayuda prestada habían acordado que ella le pagaría un boleto de tren también al mismo destino, pero se separarían apenas llegaran a la última parada.

–Vaya que este pueblo es un lío –exclamó Fernando acomodándose entre las ramas después de hacer las compras de comida ese día–, menos mal que mañana nos largamos.

– ¿Por qué? –preguntó María, quien ya estaba harta y lastimada de la espalda por estar tanto tiempo en ese incómodo árbol. Había accedido a bajar por la noche, pero no había descansado correctamente desde quién sabe cuándo, ya ni lo recordaba.

–Hay un lío tremendo por un asesinato que se cometió hace unos diez años, pero se creía que había sido un suicidio. Desde que llegué estaba en todos los titulares de los periódicos.

– ¿Qué?, no me entere de eso ¿por qué?, ah ya recuerdo. No me dejaron leer los diarios.

Se sintió enfada con su tío de nuevo.

–Pues no te perderás de mucho, es solo chisme –hablaba mientras intentaba pelar una naranja con las manos–. Pero al parecer hay personas aquí en el pueblo que están involucradas. A diario salen nuevas versiones del tema.

María se quedó perpleja, ¿sería acaso eso lo que su tío le estaba ocultando? Sería él acaso un asesino. No, lo conocía. No se veía como ese tipo de persona. Pero tal vez algún conocido de ellos o de la familia de Catalina... seguro que por eso se habían marchado un tiempo del pueblo, que la familia del alcalde se viera involucrada no era poca cosa.

–Si consigues periódicos de estos días –María lo miró fijamente a los ojos– prométeme que los traerás, quiero leer las noticias.

–Mmm –él encogió los hombros–, vale, está bien.

Se quedó reflexionando, tal vez su tío solo quería protegerla. Pero por qué negarle la verdad, por qué pensar que encerrarla sería la solución.

Pasaron las horas restantes en vigilia. Al llegar la noche María intentaba dormir, necesitaba descansar o se pondría mal, se conocía, pero por más que lo intentaba no lograba conciliar el sueño.

Después de varios minutos por fin se quedó dormida, fue un sueño ligero y poco reparador. Había soñado con su madre y eso le había dado las fuerzas que necesitaba.

–Hoy es el día –anunció Fernando entusiasmado mientras veía a María desperezarse.

–Por fin –entreabrió los ojos y vio al chico bastante activo, seguramente estaba despierto desde hacía un rato–. ¿A qué hora vendrá el tren?

Fernando se mordió los labios.

–Ese es el punto al que quería llegar.

Lo miró recelosa.

–Escuché que hubo un problema con las vías y un vagón, por lo que el tren llegará hasta la noche. Pero no te preocupes...

Agitó la mano izquierda, mostrando dos boletos de tren recién comprados.

–Aquí están nuestros boletos de salida.

María casi casi lo abraza de la emoción.

–Muchas gracias, en verdad Fernando, no sé qué habría hecho sin ti. Gracias, gracias.

–Bájale un poco mujer, no es para tanto, tú me diste un boleto. Te lo agradezco.

Esperaron impacientes hasta que poco antes del anochecer vislumbraron de lejos la línea de humo tan característica del vapor aproximándose en la lejanía.

¿Quién eres?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora