CATORCE

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1930-1931

Para María cada día de su vida era una aventura nueva. Quería descubrir todo, saber todo; su curiosidad no tenía límites, pero la paciencia de Mónica sí.

–María ya basta. Eres igual a tu padre. Deja eso. Bájate de ahí –parecían ser las frases favoritas de mamá.

Era una niña de cuatro años, preciosa y graciosa. Tenía los ojos de su madre, la nariz de su padre. Una pequeña tan grácil e inocente no suele tener que preocuparse por nada, pero María no era una niña como las demás. Sus padres empezaron a notar que era distinta a lo que debería ser para su edad y que hacía cosas que no eran, a su parecer, muy normales.

Disfrutaban cuidar las plantas y los animales juntos, los días en casa solían transcurrir lentos y últimamente para Mónica eran demasiado pesados también. Los problemas de su hija empezaban a hacerse más notorios, sus arrebatos no tenían precedentes.

Sucedía muy a menudo que la pequeña podía estar jugando apaciblemente y de la nada empezar a gritar desenfrenadamente, a aporrear cosas, golpearse y jalarse los cabellos, del mismo modo empezar a reír alegremente para salir a jugar de nuevo. Hacer un gran alboroto por cualquier nimiedad que le pasara e inmediatamente olvidarlo y ser feliz nuevamente.

Esos cambios drásticos de temperamento tenían a Mónica al borde de un colapso nervioso.

Ella no tenía mucha paciencia cuando esto pasaba, las primeras veces solía tomarla por los hombros y gritarle que se calmara lo cual empeoraba las cosas. Lo que le había funcionado hasta el momento era encerrarse en el cuarto a llorar y rezar hasta que escuchara a María reír de nuevo, solo entonces salía y se arrepentía otra vez por haber tenido a esa niña.

*

Tiempo actual

*Piiiiiii*

– ¡Ya voy! –grito al conductor de atrás.

El claxon hace que me sobresalte, salgo abruptamente de mis pensamientos, creo que ya llevo un rato con el semáforo en verde. No puedo dejar de pensar en la conversación que tuve hace unos días con Alberto, cuando se dignó a llamarme.

El conductor que venía detrás me saluda con el dedo de en medio mientras me rebasa.

–Tenga buen día también –respondo.

Mi tío me ha pedido que no haga nada hasta estar absolutamente seguro de que sea ella, me ha pedido que lo espere cuando ni siquiera él mismo sabe cuándo regresará.

No pensaría igual si estuviera en mi situación, bueno, ambos estamos en esta situación; pero él no lo siente como yo, es mi hermana.

No tengo duda de que sea ella, creo firmemente que la sangre llama a la sangre, ella llegó a nosotros y desde ese momento no he podido dejar de pensarla. Las otras veces que creía dar con Ana no me había pasado esto, por eso estoy seguro de que tiene que ser ella. No hay otra explicación, ¿o tal vez estaré obsesionado?

No debo darle tantas vueltas. Empiezo a dudar y eso no es bueno. Debo creer que ella es Ana, solo así daré todo para encontrarla.

Estaciono el coche y me quedo dentro pensando un rato, a pesar de que vengo cada semana me siento nervioso hoy. Vane no ha podido acompañarme, es una lástima porque ella siempre sabe qué hacer. Tomo las flores que compré, bajo del auto y camino tranquilamente hacia la clínica.

Pienso en cuál sería la mejor manera de abordar el tema de Ana con la abuela.

Es una mujer ya mayor, hace unos meses cumplió noventa años, aunque pareciera que me supera en vitalidad. Tristemente ese vigor ha ido mermando con el tiempo, pero era de esperarse, llega un punto en el que todos empezamos a envejecer, nuestro cuerpo cambia y empieza a atrofiarse. Aunque sea difícil, es parte de la vida.

¿Quién eres?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora