TREINTA

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1943

María salió de la oficina sin decir nada, dejó a su tío llorando solo, ni siquiera le dirigió una mirada cuando se fue.

Jorge tampoco la miró a ella. Estaba demasiado cansado y preocupado por sus problemas como para pensar en otros. Había llegado a su límite y sabía que no resistiría otra sorpresa ese día. Lloró en soledad un rato más, luego tomó un baño y fue a dormir. Cuando todos en la casa regresaron a sus faenas normales él pidió que nadie lo molestara, ni siquiera si era un asunto urgente.

Incluso Catalina continuó con las labores normales y lo dejó a él tomarse un tiempo. Para la tarde fue a ver cómo se encontraba, pero no lo vio mejor. María tampoco se veía de muy buen humor, al preguntarle qué le pasaba no quiso decir nada, así que sospechó que algo debió haber pasado respecto a Mónica, puesto que ella era la unión entre los dos.

Pasó unos minutos con los niños quienes ajenos a todo lo que sucedía a su alrededor ya estaban riendo y jugando de nuevo, como si los hechos del día anterior solo hubieran sido un mal sueño.

Ver a sus hijos tranquilos le inspiró paz, así que sintiéndose mejor fue a ver su marido de nuevo.

Lo encontró meditando, no lo interrumpió. Fue hacia su tocador, sacó papel y un sobre para escribir a sus hijos que se encontraban lejos.

–Iré a ver a mis padres.

Catalina se quedó quieta al escuchar la afirmación. Dejó de lado papel y pluma, se dio la vuelta lentamente y miró a su esposo con ojos desafiantes.

–¿No vas a decirme nada? –recriminó él.

–No sabía que estabas pidiendo mi opinión –respondió irritada.

Jorge entornó los ojos y se levantó para vestirse.

–¿Entonces?, ¿qué piensas? –dijo mientras se abrochaba el saco.

–Al menos, ¿puedo saber qué pasó ayer?

Jorge la miró con desdén al notar la dura mirada que le dedicaba, sabía que tenía razón, si quería una buena opinión de Catalina ella debía conocer los detalles.

–Me parece justo, vamos a la oficina.

Ella suspiró aliviada, creía que sí entendía bien lo que había pasado podría tal vez emitir un mejor juicio y entender a su esposo y a María, pero resultó en todo lo contrario.

Después de escuchar a Jorge, se quedó pensativa e inquieta.

– ¿María lo sabe? –preguntó alterada.

Jorge respiró profundo y cerró los ojos.

–No, aún no le dicho.

–Y ¿qué esperas para decirle? Ambos sabíamos que este momento llegaría algún día Jorge. Y Mónica también lo sabía.

Él se estremeció.

–Mientras más tiempo esperes más duro será decirle.

Sabía que ella tenía razón.

–No necesito que me digas qué hacer –dijo aporreando la mesa con las manos.

Catalina se sobresaltó, pero no dijo nada, solo lo miró con tristeza, se dio la vuelta y agregó.

–Tengo cosas que hacer, discúlpame.

Se disponía a abrir la puerta cuando su esposo la detuvo.

–Catalina, espera – ella dudó un momento, luego se dio la vuelta en donde estaba–, necesito que me digas ¿qué piensas?

Tomó una respiración profunda. Conocía a su esposo, estaba desesperado.

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