SESENTA Y OCHO

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1945-1954

Conforme pasaba el tiempo, la relación entre María y Martina se iba fortaleciendo. Más que trabajar María iba a hacerle compañía a su abuela cada día, la ayudaba con algunos quehaceres mientras compartían historias de sus padres. Estaba encantada con su nueva rutina, cada día se despertaba emocionada sabiendo que su abuela la esperaba. No ganaba mucho dinero pero estaba feliz y en ese momento era lo mejor que podía tener: tranquilidad total.

Pasaban juntas todo el tiempo que podían, tratando de ser discretas cuando Epifanio se encontraba en la casa. Pero a pesar de todos sus esfuerzos él terminó por darse cuenta, pasados varios meses, de que existía más que una relación laboral entre las mujeres, claramente le disgustó enterarse de que su esposa se llevaba tan cándidamente con la servidumbre.

–Quiero que despidas a esa muchacha –sentenció aquella noche durante la cena –. De inmediato.

Martina no supo qué decir.

– ¿Me escuchaste? –gritó aporreando el puño en la mesa.

Ella no respondió.

–Te estoy hablando mujer.

Martina tenía tantas cosas por decir, tenía ganas de... No, no podía decir ni hacer nada aunque quisiera. La educación que había recibido, su forma de vida por tantos años; se habían tomado muchas medidas para mantenerla reprimida y ella había permitido que tuviera efecto en su vida. Así que solamente asintió levemente ante la demanda de su esposo y se levantó de la mesa sin decir nada.

Al día siguiente María llegó tarareando, reflejando la alegría que la embargaba por un nuevo día. Le extrañó ver a su abuela esperándola en el jardín.

–Mi niña –Martina se acercó al verla llegar–, temo que ya no podrás seguir viniendo, Epifanio me ha prohibido verte. Anoche me pidió que te despidiera.

– ¿Qué?, eso no es justo – estaba muy enojada–. No puedes permitirlo, abuela. Tienes que hacer algo.

Martina apartó la mirada apenada.

–Así es la vida que me tocó vivir, solo puedo aceptarla, no hay nada más qué pueda hacer.

La ira y tristeza llenaban el corazón de María, quizá su abuela no podía hacer nada al respecto, estaba claro que le tenía miedo a Epifanio y lo último que quería era tener problemas con él.

Aceptó la nueva realidad a la que tendrían que enfrentarse pero tomó la decisión de encargarse de que su abuela fuera más feliz de ahora en adelante.

*

Se podría decir que desde el reencuentro con su padre y su abuela, la vida se había vuelto normal nuevamente. María se sentía en casa una vez más, aunque tuvo que aprender un poco de todo para salir adelante lo hizo con mucho gusto.

Por otro lado, Fernando tenía aún asuntos que resolver. Los últimos años se había dedicado a trabajar en el estudio fotográfico de Don Pedro, de quien había aprendido mucho.

María tenía presente que Fernando la había ayudado de corazón, también sabía lo preocupado que debía sentirse por no saber nada acerca de su familia. Aunque ella prefería ignorar esos pensamientos sabía que tarde o temprano esa situación los obligaría a estar separados por un tiempo. Pero en la vida siempre hay plazos para cada cosa y al final terminan alcanzandonos.

–Debo irme, María –Fernando la había invitado a comer ese día–. Creo que he logrado ahorrar lo suficiente estos años para buscar a mi familia a través del país.

No supo qué responder, solo asintió débilmente reprimiendo las lágrimas.

– ¿Cuándo volverás? –Trataba de no sonar muy interesada.

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