Capítulo 24

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Yo estoy muy segura que en algún momento, tal vez hace algunos años, o tal vez hace meses, incluso tal vez hace días... Sé que en algún momento de mi vida estuve segura de entender el significado de fortaleza. Estoy segura que estaba segura. Pero, ahora, mientras me levantaba con dificultad, mis rodillas temblando y mis pulmones ardiendo... Parecía no saberlo. Todos siempre decían: "¿Cómo puedes entrenar todo el tiempo con Bakugo?", impresionados de que me haya adaptado a su rutina, que haya aceptado la dieta que él me había recomendado, y que me presentara todos los días con disciplina al mismo lugar para recibir siempre la misma paliza.

Siempre pensé que fortaleza era perseverancia. Que aquellos que siguen intentándolo sin importar qué eran los más fuertes, pero, después de salir de ese maldito agujero... Fuerza no significa ni remotamente lo mismo. Yo persevere. No fui corrompida. Cada vez que Tomura u otro enfermo entraba por aquella puerta me rehusaba a cooperar, decia maldiciones y sonreia como idiota, diciendoles que nunca me volveria la misma mierda. Sin embargo... A pesar de... superar todas esas cosas... No me sentía fuerte. No había fortaleza en mi. Era débil. Simples palabras me derrumban. Simples ideas me traían a mis rodillas y me hacían temblar como gelatina. Yo era todo menos fuerte...

No importaba cuantas veces entrenará contra el rubio cenizo, cada día que me daba una patada en el culo o me jalaba del cabello y me azotaba contra el concreto, o me explotaba la cara... Cada uno de esos días eran absolutamente insignificantes y sin sentido porque no importa que tanto lo intente nunca sería tan buena como ningún otro estudiante de la Yuuei.

Sé muy bien que, cuando esté involucrada en una pelea, o un combate simple, o cualquier otra cosa que involucre tener que reunir coraje para hacer algo... En ese momento seré solo peso muerto.

Estoy segura que cuando entreno con cualquiera de los otros estudiantes ellos intentan no hacerme sentir mal. Estoy segura que nunca piensan en mí como una amenaza. Como un contrincante digno. Nunca iban en serio conmigo. Tenían pena. Yo daba pena. Sabían que ninguno de ellos estaría dispuesto a hacerme llorar, o a dañarme. Ninguno quería darme más cicatrices. Ninguno quería hacerme daño, porque no querían verse como los mismos bastardos que habían dañado a una niña indefensa.

Bakugo era el único que no se contenía. Si el combate duraba solo cinco segundos, solo cinco segundos duraría. Si el podría derribarme y azotarme contra el suelo eso haría. Si pudiera sacarme el aire con un puñetazo en el estómago, lo haría. No le importaba si el punto de contacto de sus nudillos era mi rostro, mi torso, mis piernas. Nada de eso le importaba, porque él sabía que si me dejaban salir al combate solo representaría problemas.

Aun así, no sentía que estaba progresando. No me sentía más fuerte ni más resistente, ni siquiera mejor estratega. No era mejor que el día anterior. Ni siquiera un poco.

Y cada día se hacía más y más claro que no estaba hecha para esto. Especialmente cuando Bakugo estaba ahí, sosteniendo con una de sus manos mi cabello, la palma de su gran mano llena de cicatrices en mi rostro, uno de sus pies encima de mi garganta, y el otro usado como balance.

Me sentía humillada. Impotente. Débil. Estupida. Inocente por siquiera pensar que en algún momento podría ser rival de alguien como él. Y, no tengo ni la menor idea de por qué, pero me lo merecía. Me merecía que todos los días me hiciera comer tierra. Me merecía que todos los días me pateara y golpeara como saco de boxeo. Me merecía llegar cada día llena de magulladuras y raspones. Me merecía que me tratara de esa manera, incluso cuando todos los demás le rogaban que en algún momento me dejara tener la victoria. No me merecía ganar. Me merecía que me hiciera sentir miserable.

Solté un claro suspiro, y cerré los ojos con fuerza, tal vez intentando moverme, tal vez simplemente agotada, y, puedo suponer que Bakugo fue capaz de leer el ambiente. Soltó un suspiro pesado, se quitó de encima y me ayudó a levantarme. Como única muestra de agradecimiento ante este gesto asentí con levedad y tomé un respiro.

—No vuelvas a presentarte a nuestros enfrentamientos, nunca.— Escupió él, sacudiendo con calma y cautela el polvo que había en su ropa. Ni siquiera se molestó en mirarme cuando dijo eso, solo se limitó a gruñir con clara irritación antes de comenzar a caminar de vuelta a los dormitorios... Como si no acabara de decirme que no volviera a pelear contra él.

—¡Espera! ¿Eso qué significa? ¿Por qué no quieres pelear contra mi? ¿Ya no quieres que entrenemos juntos?—

Él soltó un suspiro, cómo si escuchar mis dudas y confusión fuera una especie de problema. Como si cada palabra simplemente le diera más cansancio. El dio la media vuelta, viéndome con su usual ceño fruncido, y, aunque esperaba que fuera una broma de mal gusto de su parte, él únicamente negó con la cabeza.

—Ni siquiera lo estas intentando...— Soltó por lo bajo. No parecía enojado. No parecía nada... Más que cansado. Había sido capaz de hartar al brillante e inquebrantable Katsuki Bakugo. Había hecho lo imposible. Había logrado que olvidara, o tal vez la palabra correcta era odiara, la adrenalina de ganar un combate. Sabía que combatir conmigo era siempre una victoria segura, sin importar contra quien fuera, pero... Nunca esperé que, a causa de ello, ni siquiera Bakugo Katsuki, el amante de la victoria quisiera combatir contra mi.

¿Qué había hecho?

—Me sacas de quicio en cada combate. Nunca haces nada nuevo. Nunca intentas ni escapar ni luchar. Eres solo una maldita extra. Un puto transeunte indefenso el cual tendria que proteger algun dia. El mundo no necesita un héroe que no puede ni salvarse a sí mismo.—

¿Qué había hecho?

¿Qué había hecho?

¿Qué había hecho?

¿Qué había hecho?

¿Qué hice?

¿Qué hice para merecer que--

—No puedes llamarle entrenamiento a usar un saco de carne como costal de boxeo—

—Lo sé.— Dije por debajo de mi aliento, temblando. —Sé que no deberia de siquiera intentar ser una heroina. No sé que pudo interesarle a Nezu de mí.—

—Extra, ni siquiera usas tu putero kosei de mierda. No seguiré peleando contra una estupida de mierda que solo me hace perder el tiempo.—

Entonces, por alguna razón, él estaba en el piso, y yo estaba encima de él.

Mis nudillos ardían. Y no había nada en mi mente. Solo claridad. No había ni luz ni oscuridad a mi alrededor, ni siquiera había felicidad o tristeza. No había miedo o valentía.

Olía a hierro, y mis brazos se sentían pesados. Había manchas de líquido en mi camisa deportiva. Había muchas cosas, pero ninguna tenía sentido. No podía ver nada. Era como si el mundo fuera rojo.

El mundo era Rojo. Carmín. Carmesí. Escarlata. Tal vez granada. El color de las rosas. El color de los corazones. El color de la pasión. El color del coral. Color tal vez de los ojos de Katsuki.

El color de la sangre. 

Ansiedad -- Midoriya Izuku × OCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora