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Su mente divaga en escenarios irreales los cuales se encargan de intimidarlo más de lo que ya está. Aprieta el volante, fija los ojos en un punto delante suyo, golpea el piso con su talón reiteradas veces y se remueve en su asiento en más de una ocasión.

Todo su nerviosismo tiene nombre, y es Rogerina. Ella le causó varios estremecimientos en cuanto le dijo, de una forma hostil, que tenían que verse, tenían que hablar y resolver un asunto entre ambos. A Brian le aterra imaginar de qué podría tratarse, quizá es sobre la relación que mantienen, quizá es sobre un impedimento entre los dos, quizá le declare su amor, quizá lo rechace. Cualquier cosa es probable, las posibilidades son infinitas.

Detiene el auto justo al frente del departamento indicado. Le hecha un vistazo al edificio soltando un suspiro. Antes de salir, trata de conservar la calma y mantenerse positivo no importa qué.

Recorre el lugar hasta llegar al ascensor. Estando ahí, presiona el botón que lo lleva a la planta alta, y mientras sube repasa mentalmente su reacción a todas las posibilidades.

Toma una bocanada de aire al caminar por los pasillos. Se posiciona enfrente de la puerta en la cual figuran los signos 4B. El de rizos golpea suavemente y espera a ser atendido.

La puerta se abre, pero May no se encuentra con quien esperaba, sino todo lo contrario. Aparece ante sus ojos Roger Taylor, quien lo mira sin un ápice de emoción, inexpresivo, estático. Brian se retuerce de la vergüenza y de la incomodidad; se ha equivocado.

—Lo lamento —balbucea con nerviosismo—. Me equivoqué de dirección.

Planeaba dar media vuelta e irse, pero la respuesta de Roger lo desconcierta por completo.

—No, Bri. No te equivocaste. —asegura.

El mencionado no llega ni siquiera a unir el entrecejo porque Taylor aprisiona su muñeca y lo obliga a entrar.

—¿Qué está pasando? —pregunta confundido mientras el contrario cierra la puerta.

—Te lo explicaré todo, solo siéntate, por favor. —le indica el sillón detrás suyo y May obedece un poco extrañado.

—¿Explicarme qué? —indaga. Sus insistencias consiguen preocupar al rubio.

Roger se lleva las manos a la cara mientras ahoga un suspiro. Se sienta paralelo a Brian, con todo su cuerpo apuntando hacia él. Piensa en palabras directas para poder expresarse de forma concisa, pero la mirada desesperante de May está complicando las cosas.

—Yo soy Rogerina.

Brian queda perplejo ante tal afirmación, más confundido que al principio. Arquea las cejas, en silencio, sin poder decir nada.

—Ella no existe —continúa, frustrado por la falta de entendimiento—. Soy yo disfrazado, carajo.

Compara a Roger con el recuerdo que tiene de Rogerina. Encuentra similitudes, semejanzas no sólo faciales sino también en el nombre, en las manos, en la altura, en la piel. Parece verídico, y sin embargo se niega a creer que sea cierto, no puede aceptarlo, no quiere aceptar que la mujer que lo conquistó fue una ilusión.

Taylor se pone de pie, de dirige a su cuarto a paso apresurado, y trae en brazos un montón de vestidos, maquillaje, ropa interior, medias, y la peluca.

—¿Lo ves? ¡Esto es todo lo que tengo que usar cada puta noche! —exclama alterado. Brian observa cada prenda en completo silencio, sin saber cómo sentirse pero sabiendo que nada de lo que vivió fue real, sino un juego. Roger se agobia con su quietud—. Dime algo, por favor...

—¿Por qué me hiciste esto? —dice simplemente, con su voz débil.

Roger se angustia con aquellas palabras, desfallece al oírlo tan lamentado. Deja sus pertenencias sobre la mesa y regresa con Brian, inclinándose hacia él y tomándole las manos.

midnight dance; brian may & roger taylorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora