En cuanto me levanto percibo una sensación extraña. Anoche me acosté pensando en mi nuevo amigo y esta mañana también amanezco con su recuerdo. Una parte de mí siente que no es un desconocido más, cada vez me resulta menos anónimo; de hecho, roza el umbral de la zona amigos. Esta es una sensación chocante, porque tampoco es que hayamos hablado tanto, aunque puedo garantizar que en poco tiempo sabe más cosas de mí que mucha gente que me ve a diario.
Mientras me aseo no dejo de pensar en nuestra última conversación, nos dedicamos simples palabras a las que mi imaginación ya ha puesto la voz y el tono de la persona que está al otro lado, incluso mi mente ha dibujado su rostro a partir de la información que he obtenido de él; no tengo remedio, estoy empezando a desvariar como una loca.
Me visto con lo primero que encuentro en el armario y, sin dudarlo, llamo a Raquel para decirle que vamos a ir a despertar a nuestra amiga Gina; nos encontraremos directamente en su casa. Antes de llegar, hago una parada en la churrería para comprar el desayuno.
—Esto de tener las llaves de vuestros apartamentos es una gozada –constato tan pronto entro en el comedor.
Gina vive en un espacioso loft del centro, en una finca antigua que carece de ascensor. Tiene el espacio separado por biombos y la decoración es bastante actual. Mire donde mire hay esculturas de barro, formas imposibles, restos de arcilla y pedazos de granito. Su casa es un verdadero caos, pero dentro de ese caos, reina cierta armonía.
—¡No la aguanto! –exclama Gina, dirigiéndose a paso ligero hacia mí–. Como vuelva a rociarme con ese espray que lleva a todas partes, juro que la mato.
—¿Desde cuándo no limpias los platos? –le recrimina Raquel desde la otra punta–. ¡Aquí hay restos de turrón de la pasada Navidad!
Me echo a reír, pero Gina tiene una cara de mala leche que me intimida.
—Sara, haz algo para evitar un asesinato, por favor.
—Está bien, toma –Le hago entrega del cucurucho de churros–, intentaré razonar con ella.
—¿¿¿Razonar??? ¿Piensas que una persona que fotografía sus lunares y los compara con un grano de arroz para ver si han aumentado de tamaño puede razonar? Pues buena suerte, para mí es un caso perdido.
Pongo los ojos en blanco y camino hacia el rincón donde está nuestra amiga. Mientras avanzo, hago caso omiso a los reproches de Gina, que siguen resonando entre el eco de la habitación. Frente al fregadero se encuentra Raquel, poniendo a remojo los platos sucios, intentando tocar la menor superficie posible con las manos enfundadas en guantes de látex.
Me acerco al grifo y cierro el agua bajo su atenta mirada; a continuación, la cojo de las manos y la hago girar para que deje de mirar la pila de platos sucios de hace días, una pila a la que ella definiría como foco de infección.
—Hoy voy a proponerte un reto... bueno, en realidad es un reto para todas.
—¿Cómo dices?
Sonrío y tiro de ella con cariño hasta llegar al comedor.
Gina ha dispuesto unas tazas de café y depositado el paquete de churros encima de la mesa.
—A ver, desembucha –me increpa–, nos tienes muy intrigadas.
Cojo un grasiento churro y le asesto un gran bocado, ellas me imitan poco después.
—No vamos bien –empiezo con voz tranquila, pausada–, somos un completo y absoluto desastre, cada una en su campo.
Mis amigas arquean las cejas, obviamente no saben lo que pretendo decirles, así que continúo.
—Somos treintañeras, fuertes, independientes y solitarias, pero estaréis de acuerdo conmigo en que nos falta algo...
—Habla por ti, a mí no me falta absolutamente nada –espeta Gina, dando un sorbo a su taza de café–. Tengo un techo, aire en mis pulmones y centenares de churros de barro con forma de pene –enfatiza señalando a su alrededor.
Las tres rompemos a reír a la vez tras su ocurrencia.
—No le hagas caso, continúa –me anima Raquel, haciendo las risas a un lado–. ¿Qué se te ha ocurrido?
—Creo que ha llegado el momento de dar un pequeño giro, intentar cambiar para sentirnos mejor, y eso solo se consigue haciendo cosas normales, comunes, como la gente de nuestra edad...
—Miedo me está dando...
Suelto una risita. Gina es tan escéptica como de costumbre; no me sorprende.
—He pensado que esta noche podríamos salir, para variar. Solo unas copas en un bonito local de moda y para casa. ¿Qué me decís?
Mis amigas se quedan sin habla. Raquel se recoloca la mascarilla en la cara y Gina me mira con la misma expresión que lo haría si le hubiese confesado que he cometido un atroz asesinato en el punto más concurrido de toda la ciudad.
—¡Vamos, chicas! –las incito–. Hacer algo normal no nos matará, además, tenemos que celebrar que el lunes tengo una entrevista de trabajo.
—¡Oh, qué alegría! –dice Raquel, tocándome un hombro.
—Sí, una alegría tremenda –interviene Gina en tono mordaz–, pero ¿crees que es necesario celebrarlo de esa manera? Sabes que ese tipo de distracciones no nos van. Además, ¿cómo se te ocurre sacar a Raquel de casa? ¡No conoces los efectos que la luna llena puede tener en ella!
Amortiguo una carcajada con la mano; sin duda es un riesgo que no he valorado.
—Muy graciosa, Gina, a veces me pregunto por qué todavía no te ha fichado el Club de la comedia –replica Raquel con retintín–. Pero en eso tiene razón, Sara, no sé si salir de "fiesta" es buena idea...
Cojo aire y profiero un casi imperceptible suspiro; esto también me lo esperaba.
—Sabéis que no acostumbro a pedir nada, pero por favor... Me gustaría salir esta noche.
—No lo entiendo, ¿por qué esta noche?
—Estoy cansada, Gina, cansada de siempre lo mismo, quiero intentar por primera vez hacer algo diferente, sentirme mujer, sentirme joven... No os lo pediría si no fuera importante para mí.
Mis amigas se miran entre sí, están valorando mi argumento. Soy consciente de que estos cambios les suponen un gran sacrificio, pero creo que cerrarse en banda es un gran error. Esto es algo inocente, una salida de chicas no debería suponer un enorme sacrificio. Dejando a un lado la conversación que ayer mantuve con Aitor, pienso que ya va siendo hora de que las X-Girls hagan algo con sus vidas.
Después de un rato más intentando convencerlas empiezan a ceder. Sé que únicamente me conceden el capricho porque me quieren y aprecian, pero es suficiente, al menos lo he conseguido.
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Friend Zone
RomanceSara García no tiene nada: ni un físico envidiable, ni un trabajo bien remunerado, ni una familia unida y mucho menos unas amigas normales, pero sí tiene un sueño: conocer al hombre perfecto a la vuelta de la esquina. ¿Lo conseguirá? ... Esta soy yo...