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Estoy nerviosa, y eso es porque hoy es un día especial. A Gina van a darle un premio, sus esculturas son cada vez más cotizadas y acaba de firmar importantes contratos con otros países, que también quieren un pedacito de ella en la recepción de sus edificios más emblemáticos. Todavía no me creo que vaya a tener una amiga famosa.

—¡Ya voy! Dame cinco minutos, como a las estrellas –digo entre risas, corriendo por el pasillo en dirección al baño.

—Se va a disgustar si llegamos tarde. Sabes lo maniática que es para estas cosas, y más cuando van a darle un premio.

—¡No tardo nada! –repito desde el baño, metiéndome en la ducha en tiempo récord.

Al final se me ha echado el tiempo encima, he ido a ver a mi padre y no pensé que me entretendría tanto, ahora no me queda otra que correr.

Escucho a Héctor dirigirse a la cocina, abrir una lata, posiblemente de cerveza, para hacer la espera más amena mientras termino de prepararme.

Salgo de la ducha y me seco el pelo lo más rápido que puedo, sin dar importancia a los anchos rizos que se contraen como muelles cada vez que muevo la cabeza.

—Espero que no me multen, he dejado el coche en doble fila. –Me recuerda desde la distancia con el único objetivo de presionarme.

Pongo los ojos en blanco: hombres, siempre con las prisas...

—¿Raquel ya está allí?

—Sí, ha ido para ayudar a Gina a vestirse y esas cosas de mujeres.

—Ah, perfecto –digo enfundándome el vestido azul marino que he comprado para la ocasión.

Es un poco ajustado, pero informal. Tiene cuello de barca, mangas tres cuartos y se adapta a mi cuerpo hasta debajo de las rodillas. Lo mejor es el tejido, lana de angora, tan cálido y suave que dan ganas de tocarlo a todas horas.

Me pongo las gafas y me doy un poco de brillo en los labios, ya casi estoy.

Llega el peor momento de todos: buscar el calzado apropiado. Niego con la cabeza y opto por las deportivas blancas de siempre; no tengo remedio.

Estoy lidiando con mi melena cuando escucho el sonido de mi teléfono móvil, que está en el comedor; debe ser Raquel, que llama para meterme prisa, ¡como si lo viera!

—¡Contesta y di que no tardo nada! –grito desde el baño.

—Pero ¿te falta mucho?

—Noooooo... –digo alargando la palabra con pesadez.

Termino de colocarme las horquillas para que el pelo no me moleste en los ojos, me pongo un poco de colonia y salgo disparada hacia el comedor.

—¡Corre, vamos!

—¡Aleluya! –contesta abriendo la puerta con decisión.

Entramos a la sala del hotel que han habilitado para la ocasión, somos de los últimos invitados en llegar, así que nos abrimos paso entre el tumulto hasta alcanzar nuestro privilegiado asiento en primera fila.

Escuchamos un largo discurso y vemos las esculturas galardonadas el pasado año, antes de presentar las de Gina. La verdad es que son impresionantes, debe ser difícil moldear un trozo de barro y crear expresiones humanas tan realistas, lo cierto es que nuestra amiga lo borda.

Miro ilusionada cómo le entregan el premio Ángel Orensanz por haber presentado una maqueta tallada en mármol al concurso internacional de escultura, y se me llenan los ojos de lágrimas.

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