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 «Bien, Sara, hoy es tu gran día».

Echo un último vistazo al calendario de dos mil cuatro que tengo en el comedor, convencida de que eso me traerá suerte. Y eso parece, porque nada más salir por la puerta me asalta una increíble sensación de seguridad.

Las aceras están húmedas por el rocío de la madrugada y el personal de limpieza ejerce su labor con presteza. El sol despunta con timidez entre los densos bancos de nubes, quiere bañar el paisaje urbano resaltando sus colores mientras avanzo por las calles grises, prácticamente vacías, observando las persianas cerradas de los comercios y la escasa circulación de vehículos: es el lento despertar de una esplendorosa ciudad.

El metro se convierte en un lugar tranquilo y apacible, incluso hay sitio en los andenes. La empresa no está lejos, en Lesseps, a solo unas cuantas paradas.

A medida que me acerco al edificio, mi corazón late con fuerza recordándome que este es un paso importante.

Me cuadro frente a la fachada acristalada contemplando mi reflejo, respiro hondo y... ¡Plaf! Hago mi gran aparición chocando contra la puerta.

¡¿Cómo coño es posible que me pasen siempre estas cosas?! ¡Ni los detectores advierten mi presencia!

Tras el golpe, las puertas se abren automáticamente dándome paso a una recepción donde hay poca gente, pero sí la suficiente para darse la vuelta y mirarme. Discretas risitas se escuchan a lo lejos, pero decido obviarlas y, sacando toda mi entereza, camino hasta llegar al mostrador de recepción ignorando el chichón que se está formando en mi frente.

—Buenos días, soy Sara García, recibí una citación para una entrevista.

—¿Vienes por el puesto de administrativa? –comenta la chica, dirigiéndose a mí con familiaridad.

—Sí –confirmo.

—Bien, ¡genial! –exclama con espontaneidad–. Espera ahí. –Señala un pequeño espacio con butacas–.  Enseguida te avisamos.

—Gracias.

Me guiña un ojo cómplice que no sé cómo interpretar dada la situación y le correspondo con una fugaz sonrisa.

Nada más sentarme me fijo en que no soy la única aspirante al puesto, hay cinco personas más. Solo ver al resto de las chicas, vestidas con traje de chaqueta y con la manicura recién hecha, me doy cuenta de que no me elegirán a mí; de hecho, estoy barajando la posibilidad de tirar la toalla y regresar a casa.

Emito un imperceptible suspiro y me relajo en la butaca. Ya no tengo miedo, ni siquiera noto el frenético latido de mi corazón; para qué preocuparse, he venido hasta aquí para nada.

Me encuentro absorta en mi mundo cuando escucho mi nombre, ha llegado mi momento, soy la última aspirante por entrevistar; bueno, diez minutos y se acabó.

Entro en la oficina, un hombre vestido de manera informal me atiende sin prestarme demasiada atención, está revisando papeles sentado tras una mesa de cristal.

—Buenos días –saludo con timidez.

—Buenos días. Siéntese, por favor.

Hago lo que me pide y en cuanto me sitúo frente a él, levanta la vista.

Tendrá unos cuarenta años, es algo regordete y llama la atención la ausencia total de pelo en su cabeza.

—Veo que tiene una amplia experiencia en el sector administrativo –comenta de pasada.

—Sí, he cubierto suplencias en diferentes sectores, incluso he trabajado para la Generalitat.

—Exacto –murmura sin dejar de mirar entre el desorden de papeles que inundan su mesa–. Tengo que comunicarle que ha habido un cambio respecto al puesto que se ofrece. –Le miro extrañada–. Digamos que hemos ampliado la oferta. La persona que hasta ahora cubría el puesto ha pedido el traslado a otra sucursal, de manera que se trata de una vacante. Necesitamos a una persona capacitada para que se encargue del papeleo y tramite los pagos puntualmente.

—Bien.

—En ocasiones también se requerirán otra clase de servicios. Verá..., debe entender que esta es una empresa pequeña, de manera que si hay alguna baja todos colaboramos para cubrirla, aunque no tenga nada que ver con nuestra competencia. Por ejemplo, la persona que la ha atendido en recepción es Laura, encargada de márquetin y publicidad, además, lleva la página web de la empresa.

—Entiendo.

Sonríe fugazmente antes de continuar.

—Hace poco que estamos en estas oficinas, somos una empresa joven en proceso de crecimiento y, como en todos los inicios, hay que hacer grandes esfuerzos y asumir ciertas responsabilidades, por lo tanto, debemos involucrarnos, ¿entiende lo que le digo?

—Sí, por supuesto.

—Queremos que haya buen ambiente entre la plantilla, que actualmente es de dieciséis personas, a los que se suman contratos eventuales como refuerzo en momentos puntuales. Pero si estamos creciendo es precisamente porque todos y cada uno de los trabajadores aporta su granito de arena para que esto sea así. ¿Tiene alguna pregunta?

Me muerdo el labio inferior, soy consciente de que debo decir algo, no puedo quedarme callada sin más, aunque no se me ocurre nada...

—Por ahora no tengo dudas. Entiendo perfectamente lo que busca y, pese a no tener experiencia en empresas de transporte, creo poder garantizar de antemano mi predisposición y voluntad para favorecer el crecimiento de la empresa, sobre todo en lo referente a mi trabajo.

El hombre sonríe antes de devolver la vista a los papeles.

—Creo que tiene sobrada experiencia, la administración de una empresa de transportes no dista mucho a la de cualquier otro sector, así que por mi parte no tengo más que decir.

Me quedo bloqueada unos segundos, esperaba que dijera que me llamarán como dicen siempre, aunque luego no lo hagan.

Interpreto su silencio como un gesto de despedida y me levanto de la silla, seguidamente, tiendo la mano en su dirección para estrechársela. El hombre se levanta y me la estrecha con firmeza.

—¿Cuándo puede empezar?

¡¿Cómo?! Abro desmesuradamente los ojos por la sorpresa, incluso estoy pensando que se trata de una broma de mal gusto, aun así, necesito preguntar:

—¿Estoy contratada?

—¿Ha visto al resto de aspirantes? –pregunta, y por un momento pienso que pretende meterse conmigo– ¿Cree que alguna de esas mujeres serían capaces de ayudar a descargar un camión si se diera el caso? Me temo que esta no es una empresa donde vestir de Dior sea algo imprescindible. Trabajamos para un determinado público y no necesitamos vestir de etiqueta, solo ser profesionales y transmitir confianza a nuestros clientes.

Sonrío mordiéndome el labio inferior al mismo tiempo, no me puedo creer que vestir con vaqueros y deportivas haya servido para conseguir una vacante laboral.

—Pues no sé qué decir, estoy muy emocionada, puedo empezar en cuanto me requieran.

Se echa a reír.

—Soy Juanjo. –Me tiende nuevamente la mano–. ¿Mañana le parece bien? Aquí hay mucho trabajo por hacer.

—¡Perfecto! –exclamo ilusionada.

Me despido de él con lágrimas en los ojos que intento controlar, pero es la primera vez en mi vida que me salen bien las cosas, que consigo algo sin tener que disfrazarme, y eso me hace sentir orgullosa. Por fin alguien valorará mi trabajo sin tener en cuenta mi aspecto, que nada tiene que ver para desempeñarlo.

Camino a paso ligero, ahora el sol me acompaña y siento cómo me recarga de positivismo.

En cuanto llego a casa, llamo a mi padre y a mis amigas para comunicarles la gran noticia.

—¡Chicaaaa menudo notición! ¿Cuándo lo celebramos? –pregunta Gina.

—En cuanto me den el horario definitivo hacemos planes.

—Perfecto, lo celebraremos brindando con Malibú con piña, ya sabemos lo mucho que te gusta...

Me echo a reír; me temo que a partir de ahora tendré que aguantar cientos de comentarios similares.

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