He ocultado a mis amigas mi último encuentro con Aitor, no he tenido la valentía necesaria para revivir ese doloroso momento y hacer frente a todas las preguntas que sé que me harían; aún tengo mucho que asimilar y este no es el mejor momento, ya que hoy, otro acontecimiento ocupa el centro de mis pensamientos.
Doy un último vistazo al espejo, preparada para enfrentarme a mis propios demonios: mi familia.
Siendo completamente sincera, admito que a lo largo de la semana he inventado varias excusas para no tener que acudir, pero mi padre me conoce demasiado bien y mis patéticos intentos por escaquearme han sido frustrados.
Respiro hondo y salgo disparada hacia la boca del metro. Mi indumentaria para la ocasión consiste en una blusa verde con discretos topos blancos, combinada con mis habituales vaqueros azul oscuro y las siempre presentes deportivas. Algún día me atreveré a llevar tacones, lo prometo, pero no será hoy, porque mis piernas pueden ceder más que cualquier otro día, y solo me faltaba eso para acabar en el suelo en presencia de mi prima, ¡para qué quiero más!
Me cuadro frente al restaurante de siempre, en el mismo lugar de siempre y en la misma sala de siempre, mentalizándome para vivir un aciago día.
A lo lejos veo como algunos de mis tíos y primos entran embutidos en sus mejores galas, no pueden negar que enmascaran su insulsa existencia bajo metros de ropa cara, como si con eso dejaran constancia de lo bien que les va la vida, de lo mucho que tienen y de lo felices que son. Ya me gustaría a mí mirar a través de un agujerito y descubrir todos sus secretos. Pero no, empíricamente no hay nada que pueda reprocharles, ponen todo su empeño en ocultar los cabos sueltos que hay en sus vidas, así que se consuelan atacando al más débil, que obviamente soy yo, ya que estoy dentro de la treintena y mi vida sigue estando en punto muerto desde que acabé la universidad.
Suspiro con resignación. Es lamentable ver que por mucho que intenten remediarlo, no hacen más que navegar por un océano de mediocridad.
En fin... ¡No pierdas el oremus, Sara, necesitas centrarte para enfrentarte a lo que se te avecina!
Cojo un par de rizos rebeldes que se han interpuesto en mi campo visual y los acomodo detrás de la oreja antes de encaminarme con paso firme y decidido hacia el restaurante.
—Hola cariño –me saluda mi padre, complacido al ver que he acudido puntual a la cita.
—Hola papá, ¿qué tal va todo por aquí?
—Pues como siempre. –Emite un suspiro de agobio mientras pone los ojos en blanco–. Este año la pequeña Virginia nos deleitará con un solo de violín, que Dios nos coja confesados...
Me echo a reír, espero que se le dé mejor que el solo de trompeta de hace dos años.
—¿Cuántos instrumentos del repertorio le quedan por aprender?
—No se acaban nunca, precisamente ahora mencionaban que querían apuntarla a clases de chelo... Solo de pensarlo me pongo a temblar.
—Quien sabe –digo encogiéndome de hombros–, pude que algún día encuentren el instrumento adecuado y se convierta en una gran artista...
—Yo ya les he dicho que le veo un prometedor futuro con la zambomba. –Se me escapa la risa y me obligo a contenerla tapándome la boca–. Pero creo que me han tomado por loco y ni siquiera se han tomado la molestia de contestar.
—¡¿Cómo se te ocurre decirles eso?! Se nota a leguas que los detestas tanto como yo, lo que no entiendo es por qué seguimos viniendo.
—Ya te lo he dicho muchas veces, son la única familia que tenemos; nos guste o no, es la que nos ha tocado.
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Friend Zone
RomantizmSara García no tiene nada: ni un físico envidiable, ni un trabajo bien remunerado, ni una familia unida y mucho menos unas amigas normales, pero sí tiene un sueño: conocer al hombre perfecto a la vuelta de la esquina. ¿Lo conseguirá? ... Esta soy yo...