Veo a lo lejos cómo algunos árboles pierden sus hojas tiñendo de naranja y amarillo el frío asfalto. El viento sopla ligeramente apilando montoncitos de tierra en las esquinas de la acera y el cielo empieza a adquirir ese indescriptible aire aguado de una estación que está cambiando, recordándonos que los días de sol y playa han concluido; debemos dar la bienvenida al triste otoño.
El tiempo pasa e inevitablemente todo sigue su curso. Son increíbles los cambios que he experimentado en los últimos días y de entre todos esos cambios, destaco el inesperado acercamiento que se ha producido con Alberto.
—¿Preparada? –pregunta mientras se baja la visera del casco.
—¡Preparada! –exclamo y corro a esconderme tras los fardos de paja antes que me dé alcance.
Permanezco inmóvil durante un rato, hasta que me parece intuir su proximidad por la espalda y me giro asustada, empuñando con firmeza la escopeta de paintball; aunque en esta ocasión, resulta ser una falsa alarma.
Me muerdo el labio inferior con fuerza y avanzo dando pequeños pasitos, agazapada para no ser vista. Doy la vuelta a la esquina y distingo su desgarbada silueta en la lejanía. Parece distraído, mirando detrás de unos tablones de madera para intentar darme caza, pero al no encontrarme, camina sigiloso hacia no sé muy bien dónde. Lo hace de una forma peculiar, para ser precisos, su avance adquiere una pauta fija: tres pasos rápidos hacia la izquierda, pausa, tres pasos rápidos hacia la derecha y pausa. Intento no reírme de su estrategia, pero veo su pompis a tiro y no lo puedo evitar, es como una pequeña diana que me tienta a disparar sin piedad. No freno mis ganas, apunto, disparo y... ¡Tocado!
El pobre se retuerce de dolor, quejándose mientras se cubre el culo con la mano abierta. Se gira enérgico y nuestras miradas se cruzan un par de segundos, en sus ojos veo cómo se desata su sed de venganza y me tiro en plancha para salir cuanto antes de su campo visual, con la suerte de esquivar de refilón un proyectil de pintura amarilla que cae justo a mi lado. Me arrastro por el suelo intentando huir del contra atacante, pero no llego demasiado lejos, en un abrir y cerrar de ojos se planta frente a mí. ¡¿Cómo coño ha hecho eso?!
Ahogo un grito y me levanto de un salto para salir corriendo en dirección opuesta, sus disparos me persiguen, aunque por suerte, no acierta ni una. Ese hecho me envalentona, me doy la vuelta cuando menos se lo espera y descargo bolas de pintura roja contra él, impactando una de ellas en su rodilla provocando que su cuerpo caiga al suelo.
—¿Te rindes? –pregunto sin dejar de apuntarle con mi arma.
—¡Eso jamás!
—Tú lo has querido...
Disparo de nuevo y, esta vez, la bola estalla contra su chaleco. Aprovecho el tiempo que tarda en reaccionar para correr hacia los fardos y agacharme. Al poco empiezo a ponerme tensa, necesito saber dónde está porque no quiero que me encuentre por sorpresa. Levanto lentamente la cabeza y miro alrededor; ¿dónde diantres se ha metido?
Respiro con ansiedad a la par que me muevo pegando mi cuerpo a la pared, empuñando la escopeta con el dedo índice sobre el gatillo, preparada para disparar a la menor oportunidad.
—¡Te pillé! –escucho desde las alturas.
Alzo el rostro alarmada y emito un estridente chillido cuando mi verdugo salta sobre mí, aprisionándome entre el suelo y su cuerpo; la escopeta ha caído fuera de mi alcance, solo queda rendirme. Pero antes de darme tiempo a hacerlo, Alberto suelta su arma y se quita el casco. Permanezco inmóvil estudiando cada movimiento, incluso cuando considero que su imparable proximidad está invadiendo mi espacio. Retira con cuidado la protección de mi cabeza y se queda quieto, esperando alguna reacción por mi parte, pero como en otras ocasiones, no hay nada, no sé cómo actuar ante situaciones así, no quiero hacer nada que pueda herir sus sentimientos. Sin pensárselo más, desciende lo suficiente y percibo su agitada respiración, me veo obligada a reprimir la mueca de asco que me provoca su característico olor a bolsita de té usada.
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Friend Zone
RomanceSara García no tiene nada: ni un físico envidiable, ni un trabajo bien remunerado, ni una familia unida y mucho menos unas amigas normales, pero sí tiene un sueño: conocer al hombre perfecto a la vuelta de la esquina. ¿Lo conseguirá? ... Esta soy yo...