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Hace una noche clara y despejada, el cielo está salpicado de diminutas estrellas que centellean con más fuerza que nunca y, para variar, el clima también nos acompaña, pues no corre ni gota de aire ni hay demasiada humedad; hoy todo es perfecto, la noche nos sonríe y nada puede salir mal.

Me preparo para salir, en mi cabeza resuenan las palabras de Aitor: "...vístete con la ropa que más te favorezca, te maquillas ligeramente y te echas colonia..." Es obvio que no me conoce, alguien como yo no tiene ropa que le favorezca, todo me sienta mal, y si hablamos de maquillaje ya ni te cuento; no obstante, no pienso poner pegas a su primer consejo. Me visto con mis habituales vaqueros desgastados, me pongo una camiseta que me deja un hombro al descubierto y me peino; aunque después de haber estado hora y media lidiando con mis rizos, decido recogerlos en una coleta y pasar olímpicamente del pelo suelto. En lo que a maquillaje se refiere, solo soy capaz de ponerme un poco de brillo en los labios y pintarme de forma muy sutil la raya del ojo, con esto solo consigo acentuarlos más, hacerlos todavía más grandes, pero en cuanto me pongo las gafas me siento segura y a salvo, escondida tras los grandes cristales.

Un poco de colonia Carolina Herrera, regalo de mi padre, y ya estoy preparada para reunirme con mis amigas.

Quedamos en el aclamado pub Claro de luna; sí, ese del que por una astuta maniobra del destino dispongo de consumiciones gratis. El sitio no está mal, es bastante amplio y la decoración atrayente. Pero lo mejor es la terraza exterior que tiene, ahí podemos sentarnos en los sillones de estilo chillout y conversar y, en cierto modo, pasar desapercibidas, apartadas del tumulto que reina en la sala central; aunque nuestro principal objetivo es hacer que Raquel se sienta mejor, menos agobiada.

Mis amigas me hacen un gesto con la mano en cuanto me ven aparecer a lo lejos y esta es la imagen:

Gina lleva puesta una camiseta negra y pantalones anchos de color marrón, es la clase de atuendo que usa para trabajar, con esto pretende dejar clara su poca predisposición a exhibirse en lugares como estos.

Y Raquel... bueno, poco puedo comentar, solo basta con imaginársela con el pelo recogido en una tirante coleta, una mascarilla blanca tapando su boca y nariz, sin olvidar los guantes que cubren sus manos (en esta ocasión, para salir de la monotonía, ha optado por guantes de látex transparentes, todo un detalle).

Me río mientras avanzo, creo que esta noche seremos el centro de todas las miradas y no en el sentido que me gustaría.

—¡Estarás contenta! –espeta Gina cruzando los brazos sobre el pecho–, al final te has salido con la tuya. Ya estamos aquí, y ahora, ¿qué?

—Ahora vamos a pedir unas copas y a sentarnos en la terraza –ordeno dirigiéndome con seguridad hacia la zona exterior.

Tengo la oportunidad de ver cómo Raquel entra en la sala moviéndose como una grácil mariposilla, esquivando a la gente que camina, la que está sentada en sus mesas y a los camareros que van de aquí para allá con ostentosos cócteles en sus bandejas.

Avanza con rapidez y sin mirar atrás hasta llegar a la terraza, luego se acerca a una silla, la rocía con aerosol desinfectante y se sienta segundos después, cruzando las piernas como si nada. Gina va partiéndose el culo por detrás, negando reiteradamente con la cabeza a causa de las excéntricas manías de nuestra amiga.

En cuanto tomamos asiento, cada una en su lugar, llega el gran dilema: ¿qué beber? Por lo general el alcohol no nos va, solo metemos mano a la cerveza de vez en cuando. Les muestro los papeles de consumiciones gratis que guardo y los dejo sobre la mesa.

—Hay que gastarlos todos –informo mirándolas a ambas.

—¿Quieres que nos emborrachemos? –pregunta Gina, escéptica.

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