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No me lo explico, pero me siento eufórica esta mañana. ¡Estoy feliz!

Una sonrisa se ha perpetuado en mi rostro desde que me he levantado y siento que el positivismo me acompaña. Es la misma sensación de cuando subes a una montaña rusa, la adrenalina se dispara por todo el cuerpo y el estómago se contrae, preparándose para descender rápidamente de la cima; esto es maravilloso.

Cruzo enérgica la oficina y sonrío a Laura, que nada más verme asiente complacida con la cabeza aprobando mi actitud, luego entro en mi despacho y me dejo caer en la silla de cuero negro, balanceándome hacia los lados mientras el ordenador se enciende.

Solo tengo ganas de gritar, de saltar, de correr hacia alguien y abrazarle hasta dejarle sin oxígeno en los pulmones, y es que toda esta desbordante felicidad empieza y termina con Aitor. Es su recuerdo el que me hace revolverme nerviosa, canturrear las canciones de moda mientras me visto e incluso olvidar todos y cada uno de mis problemas. Pero entonces, la montaña rusa se detiene a mitad del descenso y la fuerte sacudida restablece el orden de mis emociones. Alberto acaba de entrar en mi despacho y, con cuidado, entorna la puerta para crear cierta privacidad.

—Hola nena, ¿cómo lo llevas?

¡¿Nena?! ¿En serio me ha llamado "nena"?

—Bastante bien, ¿y tú? –pregunto únicamente por cortesía.

—Oh, no me quejo –dice sacando un bloc de notas junto a un bolígrafo del bolsillo trasero de su pantalón–. Pero vayamos al tema que nos interesa: ¿carne o pescado?

Frunzo el ceño, a veces pienso que a Alberto y a mí nos separan centenares de galaxias.

—¿Cómo dices?

—Este sábado es el definitivo, tú y yo en mi casa y quedan prohibidas las excusas, así que, ¿carne o pescado?

¡Dios! ¿Volvemos a lo de siempre?

—Este sábado... –Carraspeo, tomando un tiempo prudencial para centrarme en el tema a tratar.

—¿Qué prefieres? –insiste, sin darme opción a pensar en nada más.

—Mira... verás Al... No sé cómo decirte esto, pero...

—Tampoco quieres quedar, ¿me equivoco? –dice con desánimo.

Suspiro. Esto va a ser más complicado de lo que creía, nunca he dicho "no" a un hombre. Aunque parezca mentira, no he tenido muchas oportunidades para rechazar a alguien, siempre han sido ellos los primeros en hacerlo.

—Dime la verdad, ¿qué crees que hay entre nosotros? –pregunto señalándonos con el dedo índice.

Está visiblemente confundido, no obstante, rompe el silencio y dice:

—A mí me gustas, Sara, pero tengo la impresión de que no me das mucha cabida en tu vida.

Paso las manos por mi pelo suelto, intentando desenredarlo ligeramente con los dedos.

—No quiero confundirte, pero creo que entre nosotros no puede haber nada más que una bonita amistad.

Me mira horrorizado.

—¿Me estás friendzoneando?

Es curioso, pero sí. Dejando al margen la divertida forma de expresarlo, es justo lo que estoy haciendo. Y sin darme cuenta me pongo triste, no me gusta hacer a otros lo que no quiero que me hagan a mí, es decir, no soporto que Aitor me considere una amiga cuando yo siento algo más por él, pero de igual forma, estoy pagando a Al con la misma moneda. Realmente soy una mala persona.

Friend ZoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora