Para haceros una idea de lo que es mi vida, dibujad un diminuto punto en una hoja de papel en blanco. Ahora, trazad una circunferencia con la ayuda de un compás, utilizando ese punto como eje central. Pues bien, imaginando que yo soy ese insignificante puntito, todo cuando hay a mi alrededor es mi radio de mala suerte, el cual afecta también al ámbito laboral. A veces pienso que los astros se han cebado con mi signo, porque he escuchado decir cosas como: "No es muy guapa, pero al menos tiene un trabajo que le permite vivir sin apuros económicos el resto de mi vida". Pero no, tampoco tengo un buen empleo, ni suerte en el juego, y muchísimo menos soy afortunada en el amor. Mi vida es un completo desastre, un pozo sin fondo al que no hago más que caer y caer, pero nunca colisiono contra el suelo.
Actualmente cubro una suplencia en el ayuntamiento de Barcelona, pero mi contrato expira a finales de semana y tendré que volver a las listas del paro.
Ni siquiera tengo una oficina individual, tan solo un pequeño cubículo separado por biombos de madera; aunque esa distribución me permite hablar con las compañeras de tanto en tanto.
A diferencia de otros empleos, en este se respira un buen ambiente, hay lugar para las bromas, las confesiones y los chismorreos. Reconozco que, al menos, tengo buenas compañeras, y creedme, sé de lo que hablo, porque durante el último año he cambiado de empleo más que de ropa interior.
Me siento frente al ordenador y ojeo todo el papeleo que han dejado sobre mi mesa, registros de empadronamiento que debo validar y digitalizar.
Este trabajo me gusta. El día que llegué aquí, me dijeron que tienen un ranquin en el que estudian cada nombre y destacan aquellos que parecen haber sido puestos a mala leche; es lo que hace el aburrimiento.
Este es top cuatro del ranquin de empadronamientos peculiares:
1. Esther Colero.
2. Dolores Fuertes.
3. Enrique Cido.
4. Encarna Vales.
—Oye, Sara –comenta Lourdes, mi compañera de la derecha–, ¿qué te parece este nombre?
Me entrega un formulario y leo con atención el nombre del implicado: Francisco Jones.
La miro sin entender.
—¿No lo pillas? –me pregunta arrugando el entrecejo–. Léelo tal y como se escribe.
Vuelvo a leer: Francis cojones, y automáticamente me echo a reír.
—Sí, creo que es digno de entrar en el ranquin –confirmo riendo.
—Pues las otras me han dicho que se sostiene por los pelos. Vale que el inigualable Estercolero es difícil de superar, pero creo que, como mínimo, se merece el quinto puesto de la lista.
—Pienso lo mismo.
Empiezo a trabajar, porque por lo visto, hoy tengo más volumen de faena de lo habitual y no me gustaría irme dejando las cosas a medias, así que abro el programa y empiezo a teclear con eficiencia.
—Por cierto, Sara, ¿qué tal te fue con aquel chico...? ¿Cómo se llamaba?
—Álvaro –digo sin interés.
—¡Ese! ¿Cómo te ha ido con él? –pregunta Montse, mi compañera de la cabina izquierda.
Emito un bufido.
—Fatal. Bueno, como siempre –reconozco distraída–. Resultó ser un gilipollas total, además, por si eso fuera poco, tampoco destacaba en nada en la cama, un par de sacudidas y fuera, encima no tenía culo, es más, parecía que en lugar de trasero tuviera un socavón.
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Friend Zone
RomanceSara García no tiene nada: ni un físico envidiable, ni un trabajo bien remunerado, ni una familia unida y mucho menos unas amigas normales, pero sí tiene un sueño: conocer al hombre perfecto a la vuelta de la esquina. ¿Lo conseguirá? ... Esta soy yo...