Esa mañana de domingo, lo primero que hizo Aitor al levantarse fue abrir su correo con la vaga esperanza de encontrar en la bandeja de entrada un mensaje de Sara. Pero no fue así, no había noticias de ella y las dudas se arremolinaron en su cabeza:
—Lo mismo ha conocido a alguien interesante y no está en su casa en este momento. –Pensó para sí.
Eso no le frenó, así que decidió enviarle un correo para comprobar si estaba disponible y podían charlar durante un rato de lo sucedido esa noche de "fiesta". Lo cierto es que lo necesitaba, pues era consciente de que se avecinaba una de esas situaciones incómodas de las que quería huir a toda costa.
—Buenos días –dijo su invitada acercándose con decisión, balanceando sus caderas en un movimiento hipnótico.
Aitor minimizó rápidamente la ventana que estaba visualizando y fingió leer el periódico digital.
—Buenos días –contestó apretando una sonrisa.
La chica le dedicó una mirada pícara y le tomó de las manos, retirándolas del teclado, para ponerle en pie. Orientó su cuerpo con sutileza hasta situar las manos de él sobre sus prietas nalgas, seguidamente, rodeó su cuello para darle un cálido beso de buenos días.
Aitor correspondió su beso con rigidez, había llegado el difícil momento de decirle a esa impresionante morena de ojos verdes que ahí se acababa todo, recordando el acuerdo al que habían llegado la noche anterior.
—Cielo... –susurró sobre sus labios–, ¿qué haces?
La chica sonrió y se abalanzó sobre él para fundirse en un nuevo y apasionado beso.
—¿Necesitas preguntarlo? –dijo descendiendo su mano, firme y segura, hacia su entrepierna.
Aitor dio un respingo y se retiró, sonriendo por lo bajo.
—Tengo que trabajar... –alegó sin demasiadas ganas.
—¿Un domingo? –preguntó desconcertada.
—Tengo que trabajar con el ordenador, no puedo entretenerme.
Ella suspiró con resignación.
—Está bien –aceptó–, si prefieres quedamos mañana. Termino a las seis, podríamos ir a cenar.
Aitor se giró para ocultar su fatigado rostro; odiaba hacer planes, pero lo que más le asqueaba era que las mujeres los hicieran por él.
—No puedo.
—¿Y el martes?
—Tampoco, tengo una semana difícil.
—Está bien, ¿podemos vernos el sábado?
—Me temo que no.
—¿No? –preguntó incrédula.
—Eso he dicho.
Se hizo un incómodo silencio, la tensión del ambiente podía cortarse con un cuchillo.
—Es tu forma de hacerme entender que no quieres nada más conmigo, ¿no?
—Esa era la idea ayer por la noche –le recordó con seguridad.
—Pero ayer por la noche no nos conocíamos, no sabíamos cómo éramos en la intimidad. Ahora es diferente, ¿es que no te gustó?
—Ha sido increíble –reconoció encogiéndose de hombros, como si fuera una realidad innegable.
—¿Entonces?
—Entonces, ¿qué?
—¿No podemos...?
Aitor suspiró y fue hasta la cocina a prepararse un café bien cargado, la chica le siguió, estudiándolo desde la distancia con una mirada llameante.
—Está bien, lo entiendo, ese era el trato –aceptó sin más.
—Exacto –confirmó él sin mirarla, ofreciéndole la espalda.
La chica se dirigió hacia la habitación para recoger sus cosas, pensando, como tantas otras, que Aitor no era más que un completo gilipollas que no merecía ni un segundo más de su estimado tiempo.
Para él, el sexo no era más que un acuerdo en el que dos personas negocian sus intenciones antes de que se produzca, algo que siempre se aseguraba de dejar claro en todas sus citas, entonces, ¿qué sentido tenía repetir y hacer planes? ¿Para qué?
Cuando volvió a quedarse solo, abrió su ordenador portátil y acabó de escribir el mensaje para Sara. En ese momento necesitaba leer su respuesta, ver cómo la espontaneidad y el humor fresco de esa misteriosa chica volvían a restablecer su ánimo.
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Friend Zone
Любовные романыSara García no tiene nada: ni un físico envidiable, ni un trabajo bien remunerado, ni una familia unida y mucho menos unas amigas normales, pero sí tiene un sueño: conocer al hombre perfecto a la vuelta de la esquina. ¿Lo conseguirá? ... Esta soy yo...