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Escucho un ruido a lo lejos, pero estoy tan cansada que no puedo ponerme en pie. Si son ladrones, que se lo lleven todo, me da igual, pero que me dejen dormir, por favor...

—¡Oh, Dios! ¿A qué huele?

Esa voz solo puede ser de Raquel, por dentro me río, pero no tengo fuerzas ni para saludar.

—En esta habitación huele a humanidad –confirma Gina, dirigiéndose hacia la ventana para descorrer las cortinas, subir la persiana y abrirla.

Percibo el sutil contacto de unas pinzas para ensalada que intentan mover mi cuerpo haciendo palanca, pero sigo tendida sobre la cama, inalterable como un bloque de hormigón.

—Debe haber muerto, huele a cuerpo en descomposición –continúa Raquel, ahora pellizcando mi culo con las dichosas pinzas.

Gina se echa a reír y se tumba a mi lado haciéndome botar.

—Venga, perezosa, tengo algo que contarte –dice con la intención de hacerme reaccionar, pero ni tan siquiera su intrigante argumento logra tentarme.

Entonces escucho el sonido de una cremallera que se abre, Raquel ha abierto su bolso mágico y de su interior extrae una especie de aerosol, lo sé por el sonido de agitación previo a la pulverización. Seguidamente empieza a rociar algo que huele a menta sobre mi cuerpo, por la habitación, la cama, las cortinas...

—¿Quieres parar con eso? ¡Vas a asfixiarnos, maldita sea!

—Hay demasiados gérmenes en esta habitación –sentencia, y solo para provocar a Gina, se acerca y rocía una pequeña cantidad cerca de su cara.

—Te lo advierto, cómo vuelvas a echar más de esa cosa, te quito la mascarilla y te doy un beso salivoso, de esos que te gustan.

—¡Uy, no! ¡Tú ganas! –dice, y automáticamente guarda el aerosol en el bolso.

Y ahora sí que se acabó mi paz, Gina retira las sábanas que hay bajo mi cuerpo de un tirón y ruedo sobre el colchón hasta acabar en el suelo.

—¡Joder, qué bruta! –exclamo llevándome la mano a la cabeza.

—¡No me digas que has dormido con la ropa y las deportivas puestas!

—Anoche llegué cansada y...

Raquel se lleva una mano al pecho por la impresión y vuelve a hacer uso de las pinzas para ensalada.

—Hay que cambiar las sábanas –concluye cogiendo una esquinita con las pinzas–, y limpiar la habitación con ácido clorhídrico, ¡esto es un criadero de gérmenes!

Gina y yo reímos; no obstante, decidimos ayudar a nuestra amiga a adecentar mi descuidada habitación, ya que a su manera, se preocupa por mí y por el estado de salubridad de mi apartamento.

—Desde luego, Raquel –comenta Gina una vez acabada la limpieza–, yo no te dejo entrar en mi casa ni loca, sin duda te morirías del susto.

—¿Y eso? –pregunta inconscientemente.

—Solo te digo una cosa, llevo tanto tiempo sin lavar los platos que entre ellos se ha formado un micro ecosistema.

No puedo contener la risa y me agito nerviosa, cubriéndome los ojos con una mano.

—¡Mira que eres guarra! –espeta Raquel, a la que su comentario no le ha hecho ni pizca de gracia.

—Lo sé, lo sé... Cuesta mucho llevar todo el peso de una casa sola. Puedo con todo, menos con los platos sucios. ¡Qué se le va a hacer! No soy perfecta.

—Bueno, chicas, dejémonos de tonterías –intervengo para hacerlas callar–. Si mal no recuerdo tenías una noticia que darnos.

—¡Es verdad, se me olvidaba! No es que sea demasiado importante, pero...

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