21

313 58 0
                                    

Emito un leve ronroneo mientras me desperezo haciendo crujir las vértebras, que han quedado agarrotadas tras permanecer toda la noche en la misma postura.

El sol hace acto de presencia iluminando con timidez la estancia, proyectando extrañas sombras a causa de los objetos que bloquean parte de la ventana. Por lo visto, anoche olvidé bajar la persiana.

Bostezo exageradamente y me doy media vuelta para seguir durmiendo, aunque no llego a cerrar los ojos, sino que los mantengo abiertos de par en par.

¡Coño! ¡Me he dormido!

Me destapo con urgencia y entro en la ducha sin dar tiempo a que el agua se caliente. Me seco, consciente de que en mi pelo todavía quedan restos de jabón, pero voy mal de tiempo y no me puedo entretener. Me visto echando mano a lo primero que encuentro en el armario y salgo de casa a toda prisa y a la pata coja, intentando atarme el cordón de la zapatilla sin caerme de camino al ascensor.

Corro por la calle y cruzo sin mirar, una manía que mi padre siempre me reprocha, pero hoy tengo mucha prisa. No puedo creer que me haya dormido, ¡¿qué me ha pasado?!

Cuando llego a la empresa, saludo de pasada a los compañeros y entro apresurada en mi despacho.

—Te hemos llamado, ¿qué te ha pasado? –pregunta Laura, recostándose contra el marco de la puerta con los brazos cruzados.

Suspiro mientras ocupo mi puesto y enciendo el ordenador.

—Lo sé y lo siento muchísimo. Me he dormido, no sé qué me ha pasado... –Me muerdo el labio inferior para esconder la risilla estúpida que está a punto de salir.

—Esa cara... solo puedes tener esa cara si... –Abre los ojos como platos–. ¡Has estado con un hombre!

—¡Shhhhh! ¡Baja la voz! –le ruego–. Sí, ayer tuve una cita –confieso entre susurros.

—¡No fastidies! ¿Y cómo fue?

—Bueno... hubo un poco de todo...

—¿Qué significa eso? A mí me hablas en cristiano, ¿fue o no fue bien?

—Digamos que no fue mal del todo –admito sin poder evitar sonrojarme al recordar a Aitor. ¡Dios! Es tan guapo...

Laura sonríe y corre a sentarse en la silla que hay en uno de los laterales del despacho.

—Cuéntame más –me anima–. ¿Cómo se llama? ¿Dónde lo has conocido?

Hago una mueca de fastidio. No me apetece revelarle todos los detalles porque no sé cómo va a reaccionar, pero dentro de lo que puedo contarle, intento ser lo más sincera posible.

—Se llama Aitor y lo conocí de casualidad. Llevamos cerca de dos meses conociéndonos, pero hasta ayer no...

Dejo mi discurso a medias al cruzar la mirada con la de Alberto, que está quieto en el pasillo. Su rostro refleja confusión y el desmedido brillo de sus ojos transmite una profunda decepción. Verle así logra dejarme momentáneamente helada, ahora mismo me siento un ser despreciable.

—Alberto... –digo con la voz rota.

No responde, niega con la cabeza antes de desaparecer de mi campo visual.

Laura intuye que algo acaba de pasar entre Alberto y yo, pero no se atreve a hacer preguntas. Da por terminada nuestra conversación y se marcha.

Ahora no puedo entretenerme. Me siento frente al ordenador para empezar a trabajar, pero una parte de mi cerebro sigue culpándose por haber hecho daño a Alberto inconscientemente. Es la primera vez que siento que he jugado con los sentimientos de alguien y es una sensación horrible.

Friend ZoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora