Cacius me contó acerca del arrebato del presidente de la fundación, Cornelio Evans, quien a gritos echó a todo el equipo encargado de adecuar uno de los espacios y decidió prescindir del contrato que tenía con tal constructora ya que era un hombre sumamente perfeccionista, pero la verdad, me pareció entendible su ira. Comparé los planos de la propuesta que le presentaron con el desarrollo y difería bastante.
Así que luego de hacer acuerdos, cerramos el trato y regresé a mi oficina con una fecha agendada para presentar la nueva propuesta, una obra de Fisher que debía ubicar en algún sitio y boletos para un espectáculo al que asistiría con el bebé, pero no sabía a quién más invitar.
Estaba concentrado en el computador cuando las manos de Margot comenzaron a masajear mis hombros y cuello, así fui consciente no solo de su presencia, sino del delicioso aroma a café reinante en la oficina, había estado demasiado metido en mi trabajo.
—Señor Wolf, ¿apetece un bocadillo? —preguntó Margot con una bandeja plateada sobre la cual reposaban dos tazas de café y un plato con galletas.
Asentí en silencio antes de tomar la taza. Ella sonrió y se sentó en el borde del escritorio, con las piernas cruzadas, justo en frente de mí, la falda gris que portaba se ceñía a sus torneados muslos de tal manera que resultaba imposible no darle atención a esa parte de su anatomía.
Sin embargo, en todo momento mantuve el silencio e intercambiamos esporádicas miradas, sabía lo que buscaba, aunque no se atreviera a decirlo en voz alta y pese a que estaba molesto con ella, verla así de sexi e insinuante mientras tomaba su café resultó más provocativo que cualquier refrigerio.
—Señor Wolf —me dijo en un tono bajo y coqueto—, ¿disfrutó sus vacaciones? —agregó antes de ingerir un nuevo sorbo; ambos éramos conscientes de que aquello era una mentira, pero la escena y calor producido por la bebida solo me excitaba más ni hablar del momento en que la vi limpiarse ese grueso y rojizo labio inferior con la lengua.
Me erguí de mi sitio dispuesto a degustar su boca, ella sonrió victoriosa cuando nuestras narices se rozaron; el aroma del café mezclado con la fragancia a vainilla de su perfume aceleró mis sentidos y mi mano por inercia viajó hasta su cadera para aferrarse con firmeza.
Entonces, la puerta de mi oficina se abrió de golpe y mis ojos se desviaron hasta el umbral para encontrarse con el entrometido pasante que, sonriente, meneaba el cuerpo al ritmo de Las chicas del can mientras chillaba a todo volumen:
—¡Yo no soy una loba, no, yo no voy a robártelo!
Todo el ambiente se fue por el retrete en cuestión de segundos. Margot, se levantó veloz, colocó su taza en la bandeja que posó sobre un folder y acelerada me dijo que se encargaría de la documentación para luego abandonar mi oficina, no sin antes ganarse una burlesca mirada por parte de Ricky que la hizo enrojecer.
Suspiré cansino para no matarlo por la interrupción y volví a sentarme, el entrometido se acercó al escritorio con un paquete y no paraba de reír, me atrevería a decir que el desgraciado estaba orgulloso por haber arruinado el momento.
—¡Ay, perdón! Tobi, no sabía que iba a interrumpir una importante reunión —expresó entre risas, su rostro no mostraba ni una mínima señal de arrepentimiento.
—Maldito entrometido, ¿por qué entras sin tocar?
—Bueno, Tobi, no vi a tu secretaria para anunciarme —respondió cargado de ironía y negué con la cabeza en silencio, volví a centrarme en el computador, ignorando cualquier idiotez que me decía hasta que lo escuché hablar sobre el espectáculo navideño de Renacer, giré la cabeza hacia él y lo vi sentarse sobre el escritorio con los boletos en la mano.
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No te esperaba || ¡YA EN FÍSICO!
HumorEl señor Wolf no cree en el amor. Eso es para pobres diablos, suele decir. El señor Wolf solo ama el dinero y fraterniza con el trabajo. A sus treinta y cinco años está a punto de convertirse en socio de la segunda constructora más importante en el...