XIV

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Luego del terrible San Valentín, las cosas entre Margot y yo se enfriaron bajo cero grados, pasamos a llevar una relación estrictamente profesional: nada de coqueteos, meriendas ni mucho menos quinta sinfonía con ella; lo entendía perfecto y quizás era preferible así.

Los días transcurrieron antes de volver a ver al insufrible pasante, lo sorpresivo fue el cambio rotundo en su actitud; el chirriante carrito se desplazaba entre los corredores, pero fácilmente podía llevarlo cualquiera porque la música latina acompañada por los estruendosos berreos del chico se volvieron cosa del pasado o al menos cuando era el turno de mi oficina.

Empezó a tocar la puerta, saludaba con cortesía y luego de entregar el paquete en mi escritorio, seguía su recorrido, todo con total seriedad.

—Ricky, ¿podemos hablar? —Me atreví a preguntarle un día dentro de aquella nueva rutina.

Los pequeños apósitos ubicados en distintos puntos de su rostro sacudían mi cerebro con recuerdos de esa fatídica noche en el club y me producía escalofríos; sin embargo, solo acabó de entregar y a medio camino de retirarse fue que decidió responder:

—Disculpe, señor Wolf, tengo demasiado trabajo.

Así, sin más, cerró la puerta tras de sí y continuó su camino. Un pesaroso suspiro se me escapó al verle partir.

Si las cosas con Margot eran frías, con ese chico ni se diga, su actitud distante era un permanente recordatorio de mi idiotez.

«¿Cómo pude tratarlo de esa manera?», no dejaba de preguntarme.

Acababa de pasar un susto tremendo, aquello era una experiencia que a nadie le desearía y allí estaba yo, listo para achacarle culpas, como si él escogió padecerlo. Sí, de haber salido con Ed todo sería distinto, pero eligió a este desconocido...

—Eso no le da derecho de forzarlo a algo... —me dije en bajo luego de darle miles de vueltas al asunto.

Mi animo decayó aún más, lo mismo que mi cabeza hasta reposar la frente sobre el escritorio, un leve respingo me produjo el frío del cristal, pero allí permanecí, pensando alguna manera de resolver las cosas con él hasta que el repique del celular me obligó a incorporarme enseguida.

—¿Ed? —saludé en el auricular luego de corroborar su identidad.

—Tob, el juez ya dio la orden, pasado mañana irás al laboratorio con Tadeo y un fiscal...

—Eso es genial, supongo, pero ¿qué hay de ti?

—Tengo algo que hacer, Tob, pero todo está listo para ustedes y tú ya tienes un resultado positivo así que no hay por qué temer, nos vemos luego.

Apenas tuve oportunidad de despedirme y una vez más suspiré cansino cuando la llamada finalizó. Las cosas con Ed también se habían tornado raras en los últimos días, incluso llegué a arrepentirme de contarle lo sucedido en el club, no lo tomó nada bien y era ese otro recuerdo que no abandonaba mi mente.

Aquel día con Ed, Sebas y los niños de excursión por el bosque nacional, el sol se alzaba sobre las montañas y conseguíamos divisar hasta el pico nevado más alejado; luego de una larga caminata entre pinos de distintos tamaños, llegamos a la primera laguna, dejamos caer las mochilas junto a la orilla y nos sentamos sobre ellas a descansar un poco.

Samantha y su hermano, Simón, tomaron de las manos al bebé y fueron a curiosear en la orilla mientras Sebas le repitió a la niña sin parar que no intentara nada raro con él o el fantasma del policía saldría del lago a llevársela, lo miré raro por semejante amenaza.

—¿Qué? —dijo Sebas, yo no varié la expresión del rostro y él sonrió— Bueno, dicen que un policía secuestró a un chico y quiso matarlo aquí, pero lo descubrieron y fue ultimado en esa laguna.

No te esperaba || ¡YA EN FÍSICO! Donde viven las historias. Descúbrelo ahora