Mis ojos temblaron y no pude acabar de leer. Hacía años que no pensaba en Odette, mi pequeña princesa «¿seré un padre monstruoso por eso?», me pregunté y deseé que Odalys no lo hubiese mencionado porque una vez más volví a quebrarme la cabeza, dar vueltas y cuestionarme: ¿qué diablos pasó? El embarazo y ella iban bien, todo estaba en orden, cada prueba de descarte. ¡Todo!
Estrujé la carta contra mi pecho y puse la vista en el niño; no sé por qué, pero una sonrisa tonta se me escapó al verlo sacar y morder cada cosa del bolso, excepto el juguete mordedor. Respiré hondo, incontables veces, para conseguir serenarme y continuar leyendo, fue imposible.
-¿Por qué me haces esto ahora, Odalys? -murmuré entre lágrimas y me puse en pie.
Caminé de un lado a otro, quería frenar ese maldito temblor que se apoderó de mi cuerpo. Inhalé y exhalé con brusquedad y una vez más mis ojos se clavaron en el niño; necesitaba una explicación.
Coloqué la carta encima de la mesa de centro y tragué en seco. Salté de nuevo al sobre para buscar la fecha de nacimiento de Tadeo en su acta.
-Noviembre siete de dos mil dieciocho -susurré y comencé a hiperventilarme.
Según esto, el pequeño que en ese momento se peleaba con el bolso de la esposa de mi ex, recién acababa de cumplir su primer año una semana atrás. Me levanté del suelo y caminé de un lado a otro, desesperado, al recordar aquel catorce de febrero en el cual Odalys y yo coincidimos en el mismo hotel.
Fui con la bonita chica que tenía aspecto de Harley Quinn, esa que conocí en una perfumería unas semanas antes y que al principio se rehusaba a cualquier interacción, pero que ahora entiendo por qué no me sonaba el nombre o cara de Jessica, todo fue un plan desde el comienzo, su apariencia era muy distinta entonces.
Luego de una noche de concierto y tragos estábamos listos para anotar, pero en cuanto llegamos al hotel casi se caía por lo mareada que iba, así que ni modo, llamé un taxi para ella.
Me encontraba en la recepción, a punto de cerrar la cuenta, cuando reconocí a la mujer que, pese a su corta cabellera negra y el llanto que le inundaba el rostro, lucía bella. Estaba en un sofá, aferrada a un pañuelo de tela que restregaba contra sus mejillas y ojos.
Odalys.
Dudé un rato en acercarme, habían pasado años desde la última vez que nos vimos en aquella oficina para finiquitar el divorcio, ninguno de los dos miró atrás al salir y lo entendí a la perfección, para ese momento cada uno tenía sus propios intereses.
Sin embargo, cuando vi el estado en que se encontraba, no pude evitar acercarme; quizás fue preocupación o un remanente de aquel amor que solía sentir. Con la vista fija en ella, caminé por el corredor, incluso me tropecé con otras personas; al estar en frente, se sorprendió de verme o eso creí.
-Tobias -me dijo con un tono algo tembloroso y luego de un sonoro suspiro me senté a su lado, a escucharla.
Ahora sé que toda aquella historia que me contó sobre haber descubierto a su pareja, justo ese día, con otra persona mientras lloraba de esa desgarradora manera, no fue más que una actuación digna de un Oscar y yo de imbécil me la tragué completa.
Fuimos al bar del hotel a embriagarnos porque el amor era para pobres diablos, o eso decíamos. No había una sola mesa libre, un milagro nos hizo hallar el par de puestos en la barra antes que alguien más.
Allí estábamos, apoyados sobre una encimera de piedra negra donde se reflejaban las luces del local, disfrutábamos de la música, plática y risas. Un par de pobres diablos con el corazón roto, porque sí, ella me lo rompió años antes y en ese momento, un supuesto karma le hacía lo mismo, "por suerte" me tenía a mí, el idiota que quería hacerla sentir mejor.
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No te esperaba || ¡YA EN FÍSICO!
UmorismoEl señor Wolf no cree en el amor. Eso es para pobres diablos, suele decir. El señor Wolf solo ama el dinero y fraterniza con el trabajo. A sus treinta y cinco años está a punto de convertirse en socio de la segunda constructora más importante en el...