Capítulo 11: La familia del lobo y la familia del hanyo

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La sensación en su fuero interno era entre mareo y furia, que se manifestaba en la intensidad con que apretaba los puños para no hacer alguna estupidez. 

Inuyasha se había percatado demasiado tarde de la presencia de Koga frente a él. Pero no iba solo, junto a él iba la pelirroja Ayame y, para su sorpresa, tres niños pequeños. Era claro porque estaban ahí, seguramente Kagome les había advertido del problema con el mini pulgoso. 

Impulsivo como era, tuvo deseos de golpearle la cara cuando con aquel gesto típico de él (que parecía que el matrimonio con la loba nada había mermado) se acercó a la miko y la tomó de las manos para darle un saludo y un cumplido que le hizo rebotar la vena de la frente. 

-Kagome, estás tan bella como la última vez que nos vimos- 

Gruñó, solo pudo gruñir, acababa de reconciliarse con Kagome, había dormido demasiadas noches afuera y no volvería hacerlo, no, no después de que había aprendido a disfrutar de dormir cómodamente en un futón con su mujer al lado. 

- ¡Bestia! Cuando tiempo sin vernos, puedo comprobar que tu mal humor no ha cambiado nada. -  el hombre lobo, seguro como siempre, le dirigió una mirada burlona. No podía responderle, tenía atorado en la garganta un insulto que poco ayudaría a su situación. 

Solo pudo bajar su odio cuando vió entrar por la puerta a su hija, a Kenji y Hiro. Cuando se saludaron, su esposa y él notaron la mirada intensa que le dió Koga a su discípulo, por lo que se aproximó a él. 

-Vete- le susurró- ve a cazar, intentaré que se vayan luego pero ahora mejor te ahorras ese problema. - el chico asintió, también había percibido lo mal recibido que era por la pareja de lobos, así que se marchó sin decir nada. 

- ¿Y estos pequeños quiénes son? - Kagome se agacho mirando a los tres pequeños que estaban jugando entre ellos en una esquina cerca de su madre. Moroha no había dado con ellos hasta que todos la miraron clavándole sus ojos de colores.

- ¡Moroha! - una de ellas, la más grande a juzgar por la altura, se abalanzó sobre la muchacha quien había alcanzado a sostenerla.

-Hola Shoko, que enorme estás- las niñas se abrazaron con mucho cariño.

-Estos son los tres hijos que pudimos traer con nosotros, no podíamos dejarlos solos y la verdad también deseaban ver a Morohita- Ayame tomó en brazos al más pequeño, un niño de enormes ojos verdes como los de ella y pelo negro azabache que tenía una nariz respingona muy linda.

-Este pequeño es Dai, es el menor. - El padre intervino, al ver cómo las mujeres le hacían gracias al bebé que reía divertido. - y la de aquí es Yumi, tiene cinco años.

Yumi era más parecida a Koga que el mismo Hiro, tenía la expresión igualita a la de su progenitor. Inuyasha, ante ese pensamiento que se le vino a la mente, dió un “keh” que el lobo alcanzó a percibir.

- ¿Temes a algo, bestia? Si tuvieras más hijos, quizá podríamos emparejar a un par más-

-Ni en tus mejores sueños, sarnoso- primera vez que hablaba, pero era necesario. Koga solo se sonrió. 

-Son bienvenidos, sé que no los convoca algo muy agradable, pero pueden ver que Hiro está bien, se recuperó rápidamente. -Kagome les indicó a que se sentaran, los niños se quedaron con Moroha y Hiro que los llevaron a la habitación de la chica por una seña de la sacerdotisa.

-Claro que sí, digno hijo mío. 

-Digno heredero de tus mañas- Inuyasha dijo con tanta satisfacción que le pareció un poema como la cara del lobo se desfiguró. 

- ¿Con tu tono quisiste insinuar algo cara de perro? - 

-Aquí nadie insinúa nada, maldito pulgoso, te diré todo muy claramente- el hanyo se volvió a levantar de su asiento, tenía la mano apretada sobre su espada. El lobo estaba casi igual, solo que le mostraba los dientes amenazantemente.

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