Esa noche luego de que la yokai se marchara, en la mente de Kenji llegaron rápidas imágenes de su infancia. Tenía once años cuando fue presentado por su tío a Yorio, el encargado de entrenar a los jóvenes de la aldea de origen de su madre. Nomi era una niña un poco menor que él, una yokai de sangre limpia que cuando la conoció le pareció la muchacha más hermosa que había visto en su corta vida de hanyo. La actitud serena y sutilmente indiferente de la demonia lo atrajo como una abeja a la flor, se propuso, dentro de su increíble timidez, ser su amigo. Y así, pasados los años, la amistad que formaron fue una de las pocas razones por las que él no desistió de entrenar con su cruel maestro de katana y su descariñado tío. Recordaba a la perfección a Nomi curando sus heridas, contándole sus secretos, pidiéndole que hiciera cosas por ella (era manipuladora, pero por alguna razón Kenji adoraba que lo fuera). Hasta que todo se arruinó entre ellos.
Volverla a ver hizo que algo le molestara intensamente, sin quererlo su orgullo herido sangraba en silencio. Sin quererlo, entre esas acosadoras imágenes, se cruzaron los ojos cafés enormes y expresivos de Moroha y olvidó por unos segundos todo aquello. Sonreía en soledad de cómo, de manera calmada, natural e incluso fortuita la shinhanyo estaba borrando sus pequeñas cicatrices. Era tan simple como reconocer que él era otro, su personalidad, sus miedos y anhelos habían cambiado a su favor, todo propiciado por la vida misma, el cariño de quienes lo rodeaban y por supuesto, los encantos sigilosos de Moroha. Su último pensamiento antes de dormir fue para ella, sabía que lo sucedido con Nomi significaba que se vendrían tiempos difíciles, así que, como hace un tiempo se había convencido, viviría con toda la intensidad posible su relación secreta.
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El hanyo salió esa mañana temprano en búsqueda de su amiga Kin´u. La aprendiz de monja solía salir de madrugada a practicar la meditación en una cascada que no quedaba del todo cerca. Cuando llegó hasta ahí la encontró empapada bajo el agua, vestida de blanco casto y totalmente enfocada en su trabajo de relajación. El no deseaba interferir, así que esperó que saliera de su trance, sentado frente a la cascada.
- ¿Qué te atormenta, querido Kenji? - en esa pose, las palabras y los gestos de la muchacha recordaban muchísimo a su padre.
-Disculpa por molestar. Necesito de tus conocimientos.
-Ningún problema- con su respuesta, la joven salió del agua y se aproximó feliz a su amigo, tapándose con su túnica de tono morado. - ¿Es por la diosa demoníaca que estuvo en la casa de tío perrito anoche?
- ¿Cómo supiste?
-Así que sí es una diosa- Kin´u sonrió atrevidamente haciendo que su amigo se sonrojara. - Yo lo sé todo querido, tengo ojos en todos lados, es la labor de una monja.
-Entonces será más fácil explicarte- Kenji se acomodó ignorando la cara de complicidad de la monja, claro que ella no sabía de su relación secreta, así que tampoco podía mostrarse sobre atacado con sus insinuaciones para con Nomi. -Primero deberías cambiarte la ropa mojada, no me gustaría que te enfermaras.
La chica obedeció, no sin antes molestarlo en el camino.
- ¿No quieres ayudarme a cambiarme?
-Kin´u…- Kenji se rió, sabía que solo era broma, pero de todas formas evitó mirarla a los ojos. Cuando volvió de una cueva ya vestida y decente, el hanyo le contó cómo conocía a Nomi, de su infancia y lo sucedido la noche anterior.
- ¿Sombras?
-Sí, sombras. ¿Serán espíritus? La tribu que yo sepa no usa ese tipo de herramientas de ataque, pero…
-No, yo creo que no es tan literal. Probablemente se refiere al hecho de que no podemos saber quiénes están detrás de ti. Y de todos, por lo que entendí.
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La Vida Como La Soñamos
FanficEsta historia y los personajes no me pertenecen la historia pertenece a "Doratina" en fanfiction y twitter (@EmilyCyrine) los personajes pertenecen a "Rumiko Takahashi". Créditos a "Tokio cristal" por la portada. Moroha tiene un año, dado por sus p...