Capítulo 6: Pruebas y caja de recuerdos

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Kagome se sentía curiosa aquella mañana. No podía dejar de mirar el semblante tranquilo y - casi- muy alegre de Inuyasha. Lo increíble, es que la noche anterior se había acostado refunfuñando maldiciones en voz baja por la presencia de cierto demonio lobo que se alojaba en la cabaña. Lo cierto es que la miko pudo notar como en la noche Moroha se había levantado con la excusa de ir al baño y, lo primero que pensó, fue que se reuniría con Hiro. 

Algo dentro de sí la hizo sentir emocionada “un encuentro romántico, que lindo” pero, por otro lado, pudo sentir como Inuyasha salía detrás de la niña. Estaba tan ensimismado que ni siquiera notó que se encontraba despierta a su lado. Rogó que no pasara nada y, cuando ambos volvieron (papá primero, claro) se alivió al no poder identificar restos de una discusión o algo por el estilo. 

Inuyasha estaba sentado esperando desayunar junto a Kenji, con quien conversaba de manera cotidiana, ambos en muy buen ánimo. Por otra parte, Moroha había salido temprano sin comer para poder saludar a la anciana Kaede y entregarle algo, lo que también era curioso, considerando que salió al alba en búsqueda de la vieja sacerdotisa. 

Cuando Hiroyuki se sentó juntos al resto en la mesa, con su sonrisa y sus dientes blancos decorados con dos colmillos, Kagome aprovechó para saber más de él. 

- ¿Cómo están tus padres?, ¿Tienes más hermanos, Hiro?, ¿saben que estás aquí? 

-Están muy bien, gracias señora Kagome. Mi padre tiene muchas obligaciones, principalmente cuidar de la unión de los distintos grupos y clanes…-

Inuyasha hizo un resoplido sarcástico. 

-Podría apostar que ese lobo sarnoso lo ha hecho pésimo, no me extrañaría con la actitud que tiene…- la sacerdotisa le hizo un gesto para que no molestara. Hiro solo sonrió encantadoramente, sabía que su padre y el de Moroha eran rivales, tanto por sus diferencias de opinión como por el amor de la sacerdotisa que era su anfitriona. Y, por lo mismo, prefería no reaccionar a las palabras del semi demonio. 

-Y sí, tengo hermanos, exactamente ocho, yo soy el mayor. 

- ¡¿Qué?!- Inuyasha se empezó a doblar de la risa frente al chico- ese lobo maldito no perdió el tiempo en la cama, de seguro que la mitad de lo que le quede de clan que lo siga deben ser puros hijos suyos, obligados. 

- ¡INUYASHA, no seas vulgar!- la mujer lo miró con los ojos impregnados de molestia, le parecía de sumo mal gusto. 

-Que tiene mujer, el mini pulgoso no es un cachorro de pecho-

-Tranquila señora Kagome. Somos varios hermanos y nos llevamos todos bien, aunque fuimos separados para ser entrenados, a corta edad dejamos a nuestra madre. 

-Lo siento...debió ser terrible para Ayame.- la sacerdotisa dejó su enojo y sintió empatía por la mujer lobo, después de todo aunque ella podría haber criado más a sus hijos a diferencia de ella, finalmente también se había separado de sus niños. 

-Yo no siento pena, después de todo por la mala elección de maestra para nuestra hija fue que la vendieron como si fuera un mueble o una esclava- Inuyasha estaba serio, su tono esta vez era duro. Tenía esa espina atragantada en la garganta. Algún día tendría que resolver todas esas dudas con los que fueron los encargados de cuidar a la niña. 

-Yo lo lamento, Yawaragi era de las mejores del clan, pero sus problemas personales la superaron y.…me consta que mis padres no sabían nada de esto. 

-Bueno, Hiro, esto no es tu culpa. Aquí eres bienvenido y esos temas se verán en su momento- aquello era un acuerdo al que habían llegado Inuyasha y Kagome una noche cuando discutían sobre cómo había vivido su pequeña sin ellos y cómo sus decisiones pudieran afectarla.

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