Capitulo 27 Maestro y discipulo

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Moroha no lograba salir de su estado de caos total. Su cuerpo se sentía pesado y al mismo tiempo muy frío por el increíble tormento de ver a su padre sangrar de sus heridas en el estómago. La anciana había liberado al hanyo de sus prendas superiores y movía sus manos ágilmente, mientras de fondo se sentían cada vez más leves los jadeos de Inuyasha, quien en su poca conciencia miraba a su hija en la altura. Pero ella no reaccionaba, aun no podía dejar de recrear en su mente lo sucedido. Y siempre tenía presente los ojos violáceos sobre ella, más oscuros y tristes que antes. ¿Eso había logrado?¿Qué pasó en el camino para que Kenji terminara haciendo lo que hizo? Pero eso no importaba, no cuando su padre estaba a sus pies, esforzándose por respirar. En segundos la adolescente se tiró al piso junto a él y no fue consciente de que lloraba hasta que notó el calor repentino en su rostro. El hanyo intentaba hablarle, la anciana le pedía que estuviera quieto y la niña solo intentaba resolver lo que parecía casi un mal sueño ¿Qué más podría hacer? ¿Ella sabría más que Kaede cómo ayudarlo? Por su mente de pronto cruzó la idea de llamar a cierta pulga.

-¡Myoga! Iré a llamarlo, puedo mandarle un espíritu mensajero o quizá llamarlo con el olor de mi sangre…- apenas terminó de hablar, la anciana le suplicó que no gritara.

-Moroha, silencio, necesito parar la hemorragia. No servirá de nada que te alteres, tengo aquí hierbas para venenos potentes, traemelas, estás junto al fuego.- ordenó a la mujer, pero Moroha solo se levantó con evidente enfado, sin bajar el tono de voz.

-¡Ese veneno no es una simple poción de humanos anciana! Es venenos de demonios, fue muy obvio cuando lo sentí ¡tu hierbas no le servirán! ¡Myoga puede chuparle la sangre y…!

-No hay tiempo, perderás tiempo si te vas …- mientras le replicaba, la sacerdotisa puso paños húmedos en la cabeza del hanyo que intentaban a duras penas abrir los ojos y mirar a su hija. La fiebre que le estaba provocando el veneno enrojeció su rostro y Moroha alcanzó a sentir que los latidos de su corazón, antiguamente agitados, habían comenzado a bajar su intensidad notablemente. Y sus ojos se cerraban en medio del sudor de su cara. Su padre se estaba desmayando...

-Inuyasha, no te duermas, no pierdas la conciencia, te necesitamos despierto- volvió a hablar Kaede, que guardaba una compostura que molestaba levemente a la shihanyo pero que, también, agradecía, porque ella misma no sabía realmente cómo mover sus pies. Algo dió un brinco en su corazón cuando su progenitor, en medio de su delirio, soltó un "Keh.." y cerró los ojos sin pelear más, no era capaz de mantenerse despierto por más tiempo.

-¡Papá obedece, despierta!- gritó nuevamente la niña, desesperada, ya ignorando totalmente lo pesado de su llanto. Pero pareció servir, porque como un acto divino su padre en un esfuerzo que se notaba sobrehumano, levantó levemente la cabeza y soltó una palabra inteligible.-¿papá? No hables por favor… solo quédate aquí presente. Iré a buscar a Myoga, es lo mejor o ….

Y entonces, sorpresivamente, el hombre habló muy claramente.

-Enana quédate aquí…- pidió Inuyasha. Moroha no pudo evitar sufrir por lo pesado que sintió el corazón de verlo de esa manera, así que, resignada al ver la seguridad en los ojos casi cerrados de su padre, se acomodó junto a él y le acarició el cabello negro. El hombre, por su parte, volvió a concentrar su mirada en el techo, en un esfuerzo de mantenerse consciente que conmovió aún más a la niña. No quería llorar, pero no podía detenerse. Pero si podía darle compañía a su papá. Kaede parecía haber detenido el sangrado, lo que a su vez parecía haber relajado el ritmo de su corazón o así lo percibió Moroha con su oído privilegiado. Ver a su padre de esa manera era irreal. Había procurado que incluso en sus sueños cuando no conocía a sus padres y solo los imaginaba, que la idea de su progenitor fuera fuerte, aguerrida e inquebrantable. Pero quien tenía frente a ella en el suelo, manchado de sangre y en estado de desbaneo no coincidía con aquello, no era ni rastro de su figura paterna. Aun así, el corazón de la niña manifestaba en su pecho un rompimiento inevitable, un deseo indescriptible de ayudar a aquel hombre que tanto significaba para ella, con el que no sólo compartía un evidente lazo sanguíneo, sino que un cariño incomparable. El sentido de pertenencia, de protección de Moroha le ordenaba que buscara alguna forma...alguna solución. Por mientras, la anciana le había dado todas las cosas con las que contaba y le había dicho a la niña que ahora solo quedaría que resistiera hasta que amaneciera. Y que por nada del mundo podía desmayarse.

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