Capítulo 24: Recuerdos imborrables.

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La dificultad de Moroha para expresar de manera adecuada sus sentimientos mutaba muchas veces en sueños sumamente pesados que la perseguían y que la agotaban.

Su madre, consciente de ello, le dió aquella noche antes de dormir un té concentrado que funcionaba como relajante natural.

Si lograba no soñar sería bueno, pensó la niña, mientras se metía a su futon intentando no recordar que llevaba un tiempo molesta con su padre, olvidar los pocos avances de su entrenamiento e ignorar sus recuerdos de Kenji.

A la mañana siguiente el descanso de todo su cuerpo le cambió el ánimo, podía recordar sin mucha dificultad parte de su sueño y, después de mucho tiempo, había sido lindo y no una pesadilla.

Cuando a la salida de la cabaña se encontró de frente con Hiroyuki, lo recibió con la más hermosa de sus sonrisas.

-¡Hola Hiro! Soñé contigo- el chico hizo una pausa extraña que hizo dar cuenta a Moroha sus intentos por no decir nada inapropiado. Desde su vuelta, su amigo procuraba tener una actitud menos intensa y su relación de amistad había vuelto a lo que era antes, cuando ambos vivían en las cuevas.

-Hola Morohita. Esperaba encontrarte.

-¿Sucede algo?-

-Sí, hoy con mis hermanas tenemos la visita a la aldea de Kenji…

-Oh…muy bien. Espero que sea provechoso- Moroha desvió la vista distraída, pero Hiro, solo con mirarla, sabía leerla.

-¿Y qué soñaste?

-Fue como un recuerdo- dijo Moroha, mientras le indicaba al chico que la siguiera y se sentaron juntos bajo un árbol cercano.- ¿Recuerdas los juegos que teníamos de niños? Soñé con una de esas ocasiones en que tus padres nos hacían noches de comida familiar.

-Si lo recuerdo, mamá siempre se esmeraba, sobre todo en que comiéramos mucho.

-La última de esas noches...antes de que te fueras a entrenar, creamos ese juego en que inventamos nuestro propio idioma para hablar a escondidas de Umiko y de tus papás.

-¡Cierto! Era con gestos y palabras- el joven lobo, entre risas, comenzaba a recordar lo que la niña le decía. Efectivamente, hace muchos años, habían creado un lenguaje común, sin mucho sentido pero muy divertido.

-Soñé que estábamos en una de esas noches. Yo salía de la cueva y me encontraba con un demonio enorme. Tú salías a ayudarme, pero adulto así cómo estás ahora. Luego… tu y yo...conversábamos. Y el demonio no entendía nada. Al final, lo derrotamos de aburrimiento.

-Qué sueño más absurdo- antes de que Hiro pudiera controlar la risa que le ocasionó el relato de su amiga, Moroha lo golpeó con fuerza en el hombro.

-Seguramente los tuyos son mejores.

-No tienes idea. Deberíamos retomar nuestro lenguaje secreto.

-Keh...lo olvidé completamente.

-Recuerdo que inventamos una palabra para evitar el baño. Y otra para burlarnos de Umiko.

-Umiko nunca me perdonó que la excluyéramos. Decía que…- Hiro volvió a hacer una pausa, que irritó brevemente a su compañera que arrugó su frente.

-Dilo.

-Noooo

-¡Dilo!

-Ya, ya. ¡No grites!. Umiko pensaba que era porque somos muy parecidos, solía decir que eres mi alma gemela.

-Umi siempre ha sido una romántica. Ya la ves tú, casada y tapada en cachorros- respondió Moroha intentado bajarle el perfil, pero algo dentro de ella la hizo sentir un cálido sentimiento en el pecho. Era cierto, Umiko solía decir que ellos estaban hechos el uno para el otro. Incluso ella, en su peor momento de dudas cuando se fue a entrenar muy pequeña, pensaba que Hiro era su única persona en el mundo. ¿Y cómo no? Era huérfana en una familia enorme de hermanos lobos, donde a pesar del amor que le dieron, nunca se sintió totalmente a gusto. Excepto, claro, en momentos como el de su recuerdo.

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