capitulo 30: Sigilosa en el bosque

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Moroha estaba demasiado consciente de que no podría regresar tan rápido al escondite de sus padres. Parecía que luego de esos días de ensueño el aroma de Kenji le había entrado violentamente al cuerpo, de una manera que ni ella misma creía poder ocultar de su padre, así que había elegido actuar "inocente" y no permitir que la culpa la delatara.
Para su horror, no fue el hombre su problema, sino su madre.
-¡Les dije que avisaran continuamente! ¡Me tuvieron muriendo de preocupación, no pueden ser tan irresponsables!- la regaño la miko apenas la vió entrar y luego de dar un suspiro de alivio de verla en una pieza- ¿y Kenji?
-Me dijo que lo despidiera, el viaje se alargó y ya debía volver...
-Claro, no vino porque sabía que los regañaríamos. Pero ya va a ver, él cree que ahora que se viste como adulto y finge ser uno puede librarse de dar explicaciones ¡Pero no es el caso! ¡Y tú menos jovencita!-
-Mamá tranq….
-¡No! Vete a bañar y luego vuelves aquí. Después saludas a tu padre.- terminó de ordenarle Kagome ante la silenciosa mirada de su marido que observaba como perro regañando a su hija. Al salir camino a la tina, Moroha comprendió que estos debían ser los terribles efectos de las hormonas en su madre.
Una vez limpia y aun con el miedo de seguir enfrentando el mal humor de la sacerdotisa, Moroha volvió al silencio de dentro de la cabaña. Luego de unos segundos eternos comiendo en calma pero sin hablarse, Kagome sollozó en su lugar, mientras se acariciaba el vientre.
-Estaba tan asustada de que les hubiera pasado algo, no puedo creer que no fueran capaces de avisar de que el viaje se alargó- dijo la mujer, soltando unos quejidos suaves entre palabras.
-Mamá disculpa, no creí que fuera necesario dar más aviso del que dimos…-
Antes de que Kagome pudiera seguir discutiendo con su hija, Inuyasha se atrevió a intervenir.
-Keh…¡Están bien Kagome! Te dije que los estarían, se saben cuidar mejor que nosotros…
-¡Tú no digas nada!- respondió la miko esta vez dirigiendo su furia a su marido que arrugó la boca, casi atemorizado- ¡No te atrevas a justificar lo que hizo!
-Solo te digo que ya no es necesario seguir retando a la enana, ya entendió. ¡No seas exagerada, mujer!- replicó el hanyo, palabras que lo hicieron arrepentirse al instante cuando vió los ojos de su mujer arder frente a él.
-Inuyasha ¡ABAJO!
Moroha, que intentaba no mover ni un cabello casi temiendo que su madre le hiciera lo mismo (por imposible que fuera) se quedó en silencio y no miró a su progenitora.
-Ahora, si me permiten, iré a dormir con el único miembro de esta familia que aún es considerado.
Kagome terminó su dramática frase levantándose a duras penas antes los ojos impactados de Moroha, mientras susurraba para sí misma frotándose el estómago. Luego de unos segundos en que el hombre se había recuperado del hechizo en medio de quejidos, su hija se acercó a él con una sonrisa culposa.
-Disculpa, fue mi error- le dijo mientras se rascaba la cabeza despreocupadamente. El hanyo solo la miro levantando los hombros, parecía más que molesto, resignado.
-Te advertí que se pondría así. Está de mal humor porque siente calor, le duelen los pies, tiene antojos que no puedo cumplir y volvió a sentir náuseas. Ah...y el cachorro comenzó a patearla desesperadamente…
-¿¡De verdad!?- preguntó feliz Moroha, había bastado ese detalle para ignorar todo lo demás. Su padre le sonrió divertido y asintió. - ¡Me gustaría sentirlo!
-Claramente no es el momento…
-Keh, no.- en ese instante, una cosa volvía a la mente de Moroha, que decidió que era momento de volver a un tema pendiente- Oye ¿recuerdas el trato del que hablamos hace tiempo verdad? Sigue en pie la oferta- susurró para su padre, quien la miró denotando interés.
-Pero nunca dijiste lo que querías ¿que quieres enana? Sé directa
-Ah, muy simple- respondió sonriendo maliciosamente- quiero el derecho a elegir el nombre del cachorro.
Inuyasha pareció dudarlo unos momentos, a juzgar por el movimiento inquieto de sus orejas. Se permitió pensarlo calladamente, con la mirada fija de su hija sobre él.
-De acuerdo.
-¡Bien! Mañana en la mañana te lo quitaré.-
Moroha se durmió esa noche intentando no distraerse del buen dormir con los recuerdos de sus días previos. Pero era imposible no sentirse algo nostálgica. A pesar de lo feliz que se sentía de su "arreglo" tácito con Kenji, algo en ella le decía que, para ambos, solo era un tiempo intermedio, algo que tenía una carga gigante encima y muchas cosas pendientes por resolver.
Ya a la mañana siguiente, muy temprano, Inuyasha la esperaba sentado fuera de la cabaña y casi como un ladrón, intentando que todo eso sucediera rápido. Moroha se sintió divertida.
-Bien, diré las palabras. Tu quédate muy quieto.
-De acuerdo…
La adolescente no pudo evitar sentirse conmovida del evidente estado de duda de su padre, que ignoraba sus manos y se concentró en el cielo mientras su hija sostenía las cuencas del rosario. Moroha recordaba bien cómo debía proceder, era sencillo pero ciertamente sólo personas como ella o su madre podía conjurarlo. Luego de dar una especie de rezo a los oídos del hanyo, Moroha soltó el collar.
-Creo que servirá-
-¿Crees?- interrogó el padre levantando la ceja. La niña le sonrió culposamente y asintió, haciendo un gesto con sus manos para que levantara el collar. Inuyasha, totalmente paralizado por la situación, tomó las cuencas con sus manos y levantó el rosario para sacarlo por su cuello, como muchas veces lo intentó.
Y está vez, sí pudo.
Cuando, con los ojos cerrados escuchó el grito entusiasta de su hija, no pudo creer que después de muchos años ya no sentía el collar en su pecho.
-¡Funcionó! Soy increíble.
Inuyasha, que seguía en silencio, miraba incrédulo el collar entre sus garras. ¿Realmente no lo tenía? Todo parecía muy irreal.
-¿Papá? ¿Estás bien?-preguntó la niña luego de unos segundos- Dí algo
-Sí, bien enana- respondió él, aunque un poco embobado y pasándole con lentitud el collar a su hija, mirándolo en todo momento- será mejor que...que tu lo tengas.
-Sí. No te ves muy feliz-
-Keh. No es eso. Es que es...es rarísimo- respondió él con expresión notoriamente confundida.
-Pensé que era lo que querías.
-Claro, es solo que se siente casi como un...vacío. No sé explicarlo.
Su padre no siguió explicando, solo soltó un resoplido y se movió del sitio, moviéndose como intentando controlar su propio peso, lo que hizo pensar a Moroha que quizá la falta del collar lo hacía sentir más liviano, por extraño que fuera.
Cuando se concentró en lo que hacía su padre, la chica entendió que el hombre iba directo hacia su madre. Su instinto le gritó al segundo que eso no era buena idea, pero para cuando pudo llegar con ellos, ya estaba su padre sentado junto al futón, observando a la miko que recién abría los ojos, esperando que ella lo notara.
-¿Inuyasha? Pasa al…
Silencio.
La sacerdotisa se quedó mirando confundida a su marido que, frente a ella, no emitía sonido alguno. A Moroha comenzaba a atormentarla el silencio, así que decidió intervenir.
-Yo fui, lo liberé del rosario- dijo, llamando la atención de su madre- lo hice pero solamente porque me ofreció algo mejor que lo que ofrecías tú para no quitárselo…
-¿También negociabas con tu madre? Enana tramposa- alegó por fin Inuyasha, mirando con los ojos entornados a su hija que le sonrió con malicia.
Moroha, que comenzaba a asustarse de la nula reacción de la mujer, se acercó a ella y se le quedó mirando, esperando que le gritara, la retara o cualquier muestra de enfado por el estilo. Pero nada. La miko se limitaba a mirar con una ceja más arriba de la otra a su esposo, impávida, aun con los evidentes gestos de su reciente despertar en el cuerpo. A su vez, la adolescente podía palmar en la distancia que los separaba el obvio nerviosismo de su padre, quien probablemente estaba pasando por los mismos pensamientos que ella.
-¿Mamá? ¿Estás bien?
-Sí…-respondió finalmente la mujer, volviendo a mirarla pero esta vez sonriéndole. La extraña actitud que estaba manifestando era indescifrable para la shihanyo ¿era esto el inicio de un gran acto de ira de su madre?- ¿Y qué te dió tu padre a cambio?
-Me dió el derecho a elegir el nombre del cachorro- dijo Moroha con una sonrisa satisfecha y un poco más tranquila de ver que su madre no estaba convertida en piedra ni nada por el estilo.
-Pero no puede ser. Tu padre no tiene ese derecho, cuando tu naciste él eligió tu nombre y me lo propuso, así que hace tiempo dijimos que el nombre de este bebé me tocaría a mi-
-¿¡QUÉ!?- gritó la chica parándose y mirando a su padre que le sonreía con la misma malicia que le sonreía ella siempre a él- ¡VIEJO TRAMPOSO ME ENGAÑASTE! ¿Por qué no dijiste que habían llegado a ese acuerdo con mamá?
-Tu asumiste que era mi responsabilidad, enana. Yo simplemente no te corregí- se explicó el semidemonio, alejándose unos pasos seguros de su hija que lo miraba realmente enardecida. El solo podía sonreír por sentirse victorioso en todas las formas. Aunque, detrás de todo eso, la misteriosa actitud de su mujer lo estaba atormentando silenciosamente.
-¡No es justo! Ven aquí papá, volveré a colocarlo y esta vez mamá y yo tendremos dominio de la palabra, vas a ver que mamá era misericordiosa contigo cuando yo pueda decirte abajo.
Moroha, decidida, apretó con rabia el rosario con una mano y con la otra apuntó a su padre que se paró para alejarse a saltos de ella, todo en medio de la pequeña habitación. Tener a su esposo y a su hija persiguiéndose mutuamente y tan junto a ella hizo que la paciencia de Kagome comenzara a desaparecer gradualmente.
-¡Basta los dos!- gritó, logrando que se pusieran uno a cada lado de su cama.
-¿No quieres que se lo coloque de nuevo?
El silencio que siguió a esa pregunta fue el más expectante de la vida de Inuyasha. Por alguna razón que no sabía ni quería analizar, algo dentro de el hanyo le indicó que, fuera lo que fuera que dijera la miko, él debía obedecer a su petición. Y si debía volver a tener el collar…
-No- respondió Kagome, logrando que Inuyasha abriera mucho los ojos, más confundido que ella anteriormente.
-¿Segura?
-Sí, segura. Te pido por favor que no se lo coloques. Si lo que deseas es nombrar a tu hermano, yo te doy mi turno.- dijo la mujer sonriéndole a su hija, quien le respondió de igual manera. Pero el hanyo, aún aturdido, era incapaz de decir nada.- Si lo que desea tu padre es no tenerlo, está bien, no me opondré.
-Vaya, entonces guardaré el collar con mis cosas- dijo Moroha, intentando romper la incomodidad obvia entre sus padres luego de lo dicho. Acto seguido, salió de la habitación, rogando para sus adentro que lo que había hecho no trajera muchos problemas maritales para sus padres.
Lo primero que hizo Kenji al volver a la aldea fue buscar a Sayumi, a quien encontró conviviendo con las tres demonias que conformaban su harén, riendo y jugando junto a una fuente de agua. Sintió vergüenza de acercarse a todas ellas de esa manera tan repentina, más aún después de todo lo sucedido. Tener que fingir que tenía algo con esas mujeres, que ellas significaban algo para el parecía muy absurdo cuando a la única que tenía en su mente era con la que precisamente no podía estar.
-Buenos días, lamento molestarlas…
Las tres concubinas le hicieron una pequeña reverencia y se ordenaron para saludarlo. Sayumi, por su lado, le dió una sonrisa muy feliz por verlo sano y salvo.
-Estábamos pasando el tiempo luego de desayunar. Hoy las chicas no han tenido instrucciones.
-¿No?- preguntó al hanyo levantando una ceja extrañado- ¿y Nomi?
-No la hemos visto hace días, nos dejó con libre albedrío. Dijo que estuviéramos dispuestas a vuestra vuelta- explicó una de las demonias. Kenji dudó unos segundos ¿dónde estaría Nomi? La verdad es que desde ese día cuando se gritaron mutuamente y el chico terminó confesando su amor por Moroha, Nomi se había alejado de él, al extremo de casi no verla.
-Que extraño. Pueden hacer lo que deseen, si quieren visitar a sus familias estará bien. Necesito conversar con Sayumi- dijo Kenji con una sonrisa, recibiendo en respuesta ruidos entusiastas de las demonias. El hanyo sabía muy bien que Nomi no las había dejado ir a sus casas, las tenía siempre dispuestas a atenderlo a él incluso cuando a Kenji poco y nada le importaba. Las demonias se marcharon del sitio y Sayumi volvió a dirigirle la mirada a Kenji, está vez con una expresión más curiosa.
-Eres curioso- le dijo la demonia, haciendo que el chico la mirara con extrañeza y un poco divertido.
-¿Por qué lo dices?
-Debes ser el primer demonio con un harén que al volver de un viaje despacha a sus mujeres…
-No soy demonio, soy un hanyo. Y no son mis mujeres- respondió Kenji, sentándose con Sayumi.- Muchas gracias por la ayuda.
-¡No hay de que! La verdad la he pasado muy bien aquí. ¿Y tú? ¿Cómo estaban…?
-Todos bien.
-¿Y Morohita?
La pregunta de Sayumi, que venía cargada de una doble intención que Kenji no esperaba lo sorprendió.
-Ella está bien, me acompañó a la tumba de mi padre. Por eso el viaje duró más de lo esperado.
-Me imaginé. Pero aquí todo estuvo bien, yo te cubrí correctamente.
-Sayumi- intentando cambiar de tema antes de ponerse nervioso, Kenji se concentró en lo que realmente debía conversar con la demonia loba.- pronto todo esto se podrá de cabeza. Necesito que estés siempre lista para arrancar y cuidarte, si es que yo no puedo ayudarte.
-Lo sé- dijo ella, volviendo a sonreírle- Tranquilo, sé bien lo que pasara.
Kenji le sonrió de vuelta, totalmente agradecido de esa gran amiga que le había surgido en el camino. El hanyo no sabía bien cuál era la motivación de la loba para ayudarlo de manera tan gratuita, pero antes de irse al encuentro de sus maestros y de Moroha, Kenji había descubierto que en ella había alguien en quien confiar cuando le contó todo el plan y le presentó al grupo de demonios que conformaban la resistencia a su tío. La comprensión y la amabilidad de la chica se tradujo luego en que le sirvió de excusa perfecta al hanyo para marcharse, todo porque Sayumi concertó una supuesta visita al clan de los lobos por parte del joven. Luego de pasar un tiempo con ella, el semidemonio se dispuso a seguir con los pasos que mentalmente se había impuesto. Lo siguiente fue ir hasta donde estaba Marita. Resultaba que la demonia, haciendo gala de su fidelidad para con su joven amo, había servido de conexión entre Kenji y sus maestros mediante cartas que le eran entregadas a la pulga Myoga. Luego de agradecerle nuevamente, Kenji le pidió a la demonia que diera un último mensaje: que había llegado bien a destino, con objeto en gran parte de cumplir con la promesa hecha a Moroha.
"Moroha…"
Igual que para un niño pequeño enamorado, pensar en su nombre lo hacía sonreír. Evitaba que eso se notara, ya que solo faltaba que comenzaran a creer que estaba loco. Aunque al final del día todo daba igual; recordarla, pensar en ella, rememorar con sus sentidos su olor, el color de su pelo, la suavidad de su piel, lo sacaban de sí mismo por segundos, en medio de todo el enredo que tenía en la cabeza por aquello que se venía sobre él.
Aquella noche, decidió tener una sesión especial de entrenamiento con su maestro, había algo importante que necesitaba resolver. Para su suerte, fue fácil.
-Buenas noches amo- dijo el demonio como siempre en una reverencia que Kenji agradeció de igual manera- Se ve...bien.
-Ryu yo…
-Su aura, su aura demoniaca es diferente. El descontrol que lo había dominado, ya no lo siento. Pareciera que nunca hubiera pasado por las transformaciones.
La rapidez con la que el yokai notó lo que Kenji quería comprobar lo hizo reír, asombrando aún más al entrenador de mentes.
-Eso es lo que venía a hablar contigo.
-¿Logró aprender cómo controlarse? Habíamos hablado de que debe ser algo que selle su sangre demoníaca…
-Sí. Sí y no- admitió el hanyo sentándose frente al demonio que se había acomodado en el piso de la sala de entrenamiento, mirando sin descanso a su amo.
-No lo entiendo amo…
-No puedo explicártelo en detalle, pero digamos que alguien me ayudó- explicó el joven, aunque era casi inevitable que Ryu lo infiriera. La mirada concentrada del demonio le confirmó su error.
-Solo puedo imaginar que fue alguna persona con poderes espirituales. Un monje...o una sacerdotisa- la certeza de entender que el demonio comprendía la verdad, hizo que Kenji se sintiera como un idiota ¿podía confiar en él? Su instinto le decía que sí. Que era su maestro, que lo respetaba (era mutuo) pero...por otro lado, Kenji también evitaba pecar de confiado.
-Ryu...
-No se preocupe, amo. Creo que comprendo. No diga más. Si es lo que entiendo, es una buena señal. No es una solución...pero podríamos tener más respuestas.
-Gracias. Espero que entiendas también que preferiría que esto quede aquí, no deseo que Atae conozca mi mejoría-
-No hay problema- dijo muy solemnemente, logrando que el pecho de Kenji se liberara del tormento por lo impulsivo que había sido. Elegiría confiar esta vez.- Amo, déjeme revisar su herida.
Obediente, Kenji se liberó de su ropa superior donde estaba la herida de garra y el demonio saco con cuidado la venda que previamente le había colocado Moroha, la última noche que estuvieron juntos. La expresión de sorpresa de los ojos del maestro de mentes fue evidente. sin decir nada, se dedicó a inspeccionar la herida con mucho cuidado.
-Está mucho mejor que antes, amo. ¿alguien lo estuvo curando?
-Eh...sí.
-entiendo. pero es curioso, sano considerablemente mejor que con todos los remedios que poseemos en la aldea. No sé explicarlo ¿le pusieron algo en especial?
-Sí... unas hierbas- recordó Kenji. Cuando comenzó a hacer más memoria mientras el demonio seguía sin poder creerlo, recordó también cierto acto sobre la herida que no era precisamente el contacto con alguna pócima ni remedio...- bueno eh...también hubo algo más pero preferiría no decirlo.
-No es necesario, amo- agregó el demonio sonriente y complice, lo que hizo sonrojarse de nuevo a Kenji- Creo que ya imaginó que fue. Esta herida fue hecha por un miembro del clan de perros demonios y es sabido entre los sanadores que la mejor forma de sanarse de una herida de esas es en manos de un individuo del mismo clan.
-Emm...- Kenji, en medio de su bochorno, supo con esas palabras que la poción mágica que tan bien le había hecho a su herida había sido, probablemente, la propia Moroha. - ¿Volverá a abrirse?
-Puede ser. Lo ideal sería que esto que tan bien le hizo fuera un tratamiento, amo. Pero asumo que es imposible. de todas formas, la herida está muchísimo más sana.
-Entiendo...
- Ahora...debemos seguir escudriñando su mente. Esta vez será como las primeras, evitaremos que vuelva a ese estado intermedio entre Hanyo y demonio que lo dominó las semanas anteriores.
-Lo agradecería. Había olvidado cómo era vivir sin dolores de cabeza y pérdidas de memoria-
Como en todas las ocasiones, el proceso de descubrir las infinitudes de la mente del chico era lento, invasivo y tortuoso, pero en esas alturas del camino el cuerpo de Kenji se había curtido, cada vez le era menos terrible de llevar. Aunque esta vez, en medio de ese bizarro viaje por su interior, imágenes sueltas de sus días pasados lo hicieron intentar pelear por que Ryu no viera, o al menos no viera todo lo que sus recuerdos le hacían presente. El autocontrol que también había logrado hizo que el camino se fuera hacia otro lado. ¿Eran recuerdos? No parecía posible. Kenji veía a una mujer...muy levemente. Lo más familiar de todo ese contexto, de lo borroso del cuerpo de la chica joven, eran dos ojos enormes iguales a los de él.
Tenía que ser Eimi, su madre. Cuando quería comenzar a descifrar si era ella, Ryu lo expulsó de su propia mente.
Kenji, asustado por el cambio de su realidad y su entorno, terminó cayendo de frente, apoyado torpemente de las manos y respirando pesadamente, bañado en sudor. Como casi todas las veces, al menos cuando no se desmayaba.
-¡Lo vi!- sintió de pronto gritar a Ryu. El hanyo intentaba comprender mejor donde estaba, era difícil volver a su realidad luego de esas intromisiones- ¡Lo vi amo!
-Ryu espera…-pidió el chico, siendo ayudado luego por el demonio que lo apoyó contra la pared, sentando. Luego de unos segundos, la vista le permitió hacer contacto visual.- ¿Ella es mi madre verdad? La joven de ojos violetas.
-Eso creo.
-¿No la conocías?
-No, yo volví a esta aldea hace algunos años, viví como ermitaño muchísimo tiempo. Nunca conocí a su madre.
-No lo sabía. De todas formas...sé que es ella. Vi sus ojos antes. Sé que toda la aldea tiene ese color de ojos, pero por alguna razón los de ella me son familiares.
-Tiene sentido. ¡Tiene que ser su madre! ¿Logró ver lo que hizo?
-Solo la vi unos segundos- admitió el hanyo, mientras su entrenador, aún entusiasmado, se sentaba expectante junto a él.
-Amo. Su madre poseía una habilidad casi inaudita del clan.
-¿Cuál?
-¡Y tiene mucho sentido! Siendo la familia de líderes, tienen sangre más pura que el resto…-
-Excepto por mi, claro- dijo Kenji en una sonrisa, mientras intentaba que el demonio se concentrara.
-Lo siento, amo.
-¡Dilo Ryu!
-Amo Kenji. Si no me equivoco, su madre era dueña del poder de vaticinio. Su madre era capaz de tener visiones sobre el futuro.
Una paz casi novelesca bañaba el escondite de la pequeña familia de Moroha. La falta del rosario parecía ser algo que, incluso, se asemejaba a una fantasía propia, algo que quizá había imaginado. Su madre actuaba tranquila y su padre, también. Habían pasado dos días desde que había liberado la hanyo del collar y la normalidad los atrapó nuevamente.
Solo que, paralelamente a ese pequeño Edén, la adolescente esperaba siempre expectante cualquier llegada de información sobre Kenji. Había determinado para sí misma que si ese mismo día no llegaban noticias de él, ella misma enviaría un mensajero espiritual, tal y como lo había amenazado cuando se despidieron.
Mientras Moroha entrenaba con sus o funda, fascinada de cómo los llevaba con muchísima más facilidad que antes y como incluso sus flechas sagradas parecían ser más poderosas, Kagome la observaba secretamente, orgullosa de como una suerte de aura de concordia rodeaba a su hija, haciéndola ver ligera y segura en sus movimientos. La miko no era tonta, sabía que esa nueva prestancia de su hija tenía que ver, muy probablemente, con el alivio que había sentido su herido corazón los días previos. Después de todo, la shihanyo era una jovencita, estaba enamorada y se había reencontrado con quien extrañaba con toda su alma. Kagome no solo lo sabía, también lo comprendía profundamente. Ella misma lo había vivido alguna vez.
De la nada, la tranquilidad de la miko se vio perturbada por un dolor intenso en la espalda. ¿Eso era…?
-¡Moroha! ¡Inuyasha!
-¡Qué pasa!- gritaron ambos semidemonios a la vez, que había llegado a velocidad luz junto a ella, ambos con la misma expresión de temor.
-Creo...creo que tuve una contracción.
-¿Crees? ¡Pero como mujer! ¿Qué sentiste? Ya tuviste de estás, deberías estar segura- gruño Inuyasha totalmente asustado, mientras tomaba con delicadeza del brazo a la miko.
-¡Inuyasha, mi parto anterior fue hace casi 17 años!
-¿No es pronto?- dijo Moroha, mientras agarraba a la mujer del otro brazo.
Ambos llevaron a la mujer dentro a paso lento y la recostaron con lentitud.
-No es pronto...tengo cerca de nueve meses. - explicó Kagome, mientras el marido y la hija no sabían qué hacer.
-Malditasea, no creí que seguiríamos aquí para el parto…Moroha, tendrás que recibir al cachorro.
-¿Te volviste loco papá?- respondió la chica, envuelta entre la furia y el miedo- ¡No sé cómo recibir un cachorro!
-¡BEBÉ, ES BEBÉ!- corrigió Kagome en medio de otra (muy segura) contracción, acompañada de gemidos intensos de dolor.
-¿No ayudaste con el nieto de Miroku? ¡Eso ya es suficiente!- replicó el hanyo, mientras sostenía la espalda de la miko que comenzaba a sudar por los dolores.
-¡No, no, yo solo fui de apoyo, no supe que estaba mirando! No sabia que parte del cuerpo era cada cosa.
-¡Enana no pretenderás que yo lo haga!
-¿Y por qué no? ¡Tu eres muy viejo, de seguro viste a algún humano o demonio nacer…!
Antes de que Inuyasha pudiera seguir discutiendo, Kagome los calló a ambos con sus manos, alejándolos el uno del otro.
-No…¡No pueden ponerse así ahora! No creo que nazca ahora…- la voz de Kagome era casi un susurro, un suerte de pequeño alivio que le había dado la pausa de las contracciones.- en todo este rato han sido solo dos...eso puede significar que son contracciones Braxton Hicks.
-¿Qué?- preguntaron ambos semidemonios. Kagome dió un suspiro.
-Son contracciones "de prueba"- expresó la sacerdotisa. La pausa de los dolores le permitieron acomodarse mejor.- Suelen darse antes del parto, dentro del tercer trimestre.
-Pero si son de prueba…- dijo Moroha entornando los ojos y luego abriéndolos mucho- ¡Entonces igualmente será luego!
-No, no. Si será luego, tendremos que traer a la anciana a vivir con nosotros. No podemos arriesgarnos- agregó Inuyasha levantándose del suelo- Iré ahora mismo.
-No, Inuyasha espera- pidió Kagome. La vena de la cabeza comenzaba a palpitar por lo molesto que era ahora tener que lidiar no con uno, sino con dos semidemonios asustados por su inminente parto. Si cuando eran solos los dos y Moroha estaba por nacer Inuyasha casi la había vuelto loca, no quería dilucidar cómo sería el estado en que la dejaría el poco control de su hija en sumatoria.
-Mamá, papá tiene razón, mejor nos traemos a la vieja acá- dijo la niña. Kagome sonrió enternecida, pensando que incluso en el caos, padre e hija podrían coincidir.
-Sí, tranquilos ambos. Ven, Inuyasha, siéntate aquí por favor. Esto es lo que haremos. Voy a quedarme en cama por hoy y veremos como van las contracciones, es posible que tenga otras, de seguro el aumento de mi actividad física las provocó.
-Te dije…- susurró bajito el hanyo, pero la miko lo ignoró.
-Sería arriesgado salir ahora a la aldea sin pensar. Enviaremos a Myoga con un mensaje para Sango y para la anciana Kaede, diciéndoles que será luego. Es cierto que no lo planeamos así...pero prefiero darles tiempo de ordenar sus asuntos para que cuando llegue el momento puedan venir sin tener que forzarlas a convivir en este lugar. ¡Pero tranquilos! Sé de lo que hablo, lo más probable es que suceda en un par de semanas más.
Marido e hija miraron a la mujer, quien le acarició con una mano la carita a su niña y con la otra apretó la mano de su esposo. Lo comprendía, ella era el caos y la tranquilidad para ellos en ese momento.
-Bien, haremos lo que dices Kagome- dijo Inuyasha resignado. Moroha, un poco menos segura de la idea, soltó un "Keh" y se acomodó en el pecho de su madre cuando vió que la mujer estaba considerablemente mejor que antes. En medio del silencio que vino cuando Moroha se acurrucó e Inuyasha salió de la habitación a buscar algo para darle de tomar a Kagome, la miko sonrió y soltó una risita.
-¿De qué ríes?- preguntó la niña curiosa, levantando la mirada pero aun apoyada con suavidad en su mamá.
-Pensé que vendría bien en ocasiones cómo está la calma de Kenji.
Moroha no respondió nada, volvió a esconderse y se mordió el labio escondida en el pecho de la miko. Todo el alboroto por el parto falso la habían hecho sacar de su mente y de su pecho la ansiedad que sentía por noticias del hanyo. Decidió luego de unos segundos de calma que lo mejor era olvidarlo, así que entregada al resguardo de su madre, la niña se quedó dormida.
Un dolor pequeño, profundo y familiar la despertó de su siesta. Moroha se enderezó, había terminado de alguna manera junto a Kagome, ambas acostadas y tapadas, seguramente acomodadas por su padre. Cuando estuvo sentada, la mujer también se despertó.
-Pulga Myoga…- dijo entonces, golpeándose en el cuello y mirando la mano para notar al anciano en su palma. El golpe había sido suave, netamente para sacarlo de su piel.
-¡Amas! Disculpen despertarlas de su siesta...se veían tan cómodas ambas.
-No te preocupes, nos alegra verte- dijo la miko.
-Ay ama, el amo me contó de la falsa alarma, que bueno saber que aun falta.
-Pero no tanto Myoga, ojalá se resuelva todo pronto…- dijo Moroha, mientras dejaba sobre la manta que la tapaba a la pulga.
-Por eso estoy aquí, la sirvienta del joven Kenji me mandó noticias.
Con un movimiento, Myoga sacó de su ropa un pequeño pedazo de papel, que cuando Moroha comenzó a abrirlo se amplió muy mágicamente, convirtiéndose en un pergamino también diminuto pero legible. Cuando terminó de leerlo, Moroha miró a su madre y se lo entregó.
-Esto es para hoy...dice que vendrá personalmente. Que tiene algo importante que decirnos- expresó la miko para la pulga con la frente arrugada.- ¿había dicho que vendría, hija?
-No recuerdo…
-¡Si viene a de ser algo muy importante! Amas, tengo que retirarme, el amo Inuyasha me dijo que apenas diera este mensaje me marchara a la aldea con la señora Sango.
-¡Gracias Myoga!- dijo Kagome y la pulga se marchó, mientras Moroha seguía mirando el mensaje.
-Iré, dice que nos veamos donde nos despedimos el otro día.
-Hija- dijo la sacerdotisa, mientras veía como la ansiedad movía con rapidez el cuerpo de la adolescente, que la miro impacientemente- ¿podrías ir con tu papá?
-Keh….¿para que?- respondió la niña, sonrojada- Iré sola mamá, tranquila. Está prácticamente fuera del límite del campo. Papá estará a metros de mi. Además ¿qué te preocupa?
-Realmente no lo sé…-admitió la mujer, mirando como Moroha inconscientemente se miraba en un pequeño espejo que había llevado, todo para arreglarse el cabello negro azulado que llevaba suelto desde que había regresado.
-Estaré bien.
-Bueno…¡Ay!
-¿Fue otra contracción?- preguntó Moroha acercándose a su madre.
-No...el bebé me pateó fuertemente. Ven, pon la mano- Moroha, obedientemente, colocó su mano con temor sobre el vientre. Apenas lo hizo, un increíble golpe casi la alejó de su madre.
-¡FUE FUERTÍSIMO!
-Sí...creo que ya está aburrido adentro-
-Woooww. Cachorro, hazlo de nuevo- dijo la niña. Una vez dejó de hablar, volvió a sentir la certera patada- ¡Increíble!
-Creo que le gusta oír tu voz.
-Hola cachorro, soy Moroha, tu hermana mayor. Por ende, debes obedecerme en todo- patada- sin discutir ¿eh?.
Otra patada.
-Es un cachorro rebelde- dijo Moroha entre risas suaves. Kagome también se rió.
Minutos después Moroha había terminado de explicarle a su padre que estaría unos pocos minutos fuera hablando con Kenji. Inuyasha accedió, de una forma tan pasiva que Moroha se extrañó pero que, por supuesto, no cuestionó.
Salir al aire puro, mirar alrededor y notar la libertad fuera del campo le agradó más que la vez anterior. La noche, que comenzaba a rodearla, era sólo la cúspide de ese momento. Se sentía realmente feliz. Después de mucho tiempo, Moroha se percibía a sí misma como un ser pleno, por sus padres, por su hermanito, por Kenji…
Y ahora iba a volver a verlo.
Esperó un tiempo justo en el mismo sitio de la vez anterior, pero Kenji no llegó. En su lugar, vio aparecer igual que a una sombra la figura indiscutida de una bella demonia.
-¿Nomi?- preguntó Moroha aún insegura, hasta que la tuvo más de cerca. La demonia seguía igual, lo único que sintió distinto la shihanyo era la intensidad de sus ojos.
-Buenas noches, Moroha- le dijo ella, aproximándose hasta estar cerca de un metro de distancia de la adolescente, mirándola con una sonrisa encantadora, que bordeaba la sensual. Como todo en ella.
-No sabía que tú vendrías…-por alguna razón, la adolescente sintió que su cuerpo se erizaba completamente.
-Kenji no pudo venir, me pidió que lo reemplazara, dijo que tenía que hacerles saber que todo estaba bien, que no se preocupen- agregó Nomi, mientras no dejaba de rodear a Moroha igual que una bestia a su presa. Así se sentía la shihanyo al menos. De la nada, la demonia estuvo tan cerca de ella que era capaz de percibir su aliento justo en su mejilla derecha. Se había detenido.
-¿Qué...qué haces Nomi?-
-Hay algo distinto en ti- susurro la demonia, soltando una risa coqueta cuando Moroha se alejó con un pequeño salto de ella, dejando una distancia aceptable-
¿Te decepciona que haya venido yo y no él?
-No es eso, solo me parece extraño. ¿Por qué te acercas tanto a mi?- preguntó entre gruñidos suaves la niña, que comenzaba a alterarse de cómo Nomi parecía querer intimidarla con su actitud sin vergüenza. Si había algo que odiaba era la gente que se pasaba en los límites de su confianza y ella nunca había permitido que Nomi tuviera su cercanía ¿y porque lo haría? Moroha nunca había terminado de creerle, si la había aguantado todo ese tiempo era simplemente porque era alguien especial para Kenji. La demonia debió percibir su incomodidad, porque su expresión cambió a una severa, molesta.
-¿Qué es lo raro? Soy la persona más cercana a Kenji, es natural que me enviara.
Moroha hizo una pausa para calmarse a sí misma mientras se mordía la lengua para no soltar algunas verdades a Nomi. Algo, en todo lo que estaba pasando entre ellas, estaba muy mal y no tenía idea porqué. La demonia, como en una baile felino, se aproximó nuevamente a Moroha que esta vez no quería dejarse amedrentar. Volvió a rodearla, lento, mientras la shihanyo evitaba mirarla. Sutilmente, comenzó a olerla, a tocar fugazmente mechones de su cabello e incluso pasar sus manos por sus brazos.
La sensación de desagrado de Moroha llegó al punto que todo su cuerpo, de cabeza a los pies le gritaba, le ordenaba que se alejara de ahí.
-Estás diferente.
-Ya lo habías dicho- respondió la adolescente con el tono más duro que pudo, decidida a verse inquebrantable. La demonia sólo soltó una risa.
-Te siento menos niña, tus facciones se ven más de mujer...incluso de demonia- le susurro suave, casi en su oreja, lo que hizo estremecerse a la shihanyo- algo en ti expele un aroma dulce, algo atractivo. Moroha…¿Es posible que ya te hayas hecho mujer?
La pregunta descolocó tanto a Moroha que se obligó a moverse un poco evitando la cercanía de la demonia, pero en cuanto dio un paso Nomi la sostuvo del brazo con tanta fuerza que la hizo gritar de dolor.
-¡Respóndeme!
-Déjame en paz ¡eso no te incumbe!- le gritó la chica en respuesta intentando sacarse del agarre de su mano, pero solo provocó que el rostro de Nomi se endureciera, sus ojos se tornaron un poco amarillos y dejo ver con sus expresiones cuando y como la odiaba. Era odio, nada más que eso. La certeza que tuvo entonces Moroha de que Nomi era el enemigo hizo que lograra liberarse e intentar sacar su espada, pero antes de poder hacer nada dos figuras la atraparon con firmeza de ambos brazos, impidiéndole moverse. Al instante, uno de los tipos le tapó la boca impidiéndole decir nada. Moroha lo mordió con rapidez, lo que hizo que el demonio gritara de dolor. El otro hombre impidió que alcanzara a decir nada metiéndole una especie de tela en la boca y cubriéndola con su mano.
-Maldita salvaje- gruño Nomi, que en medio de su descontrol volvió a sonreírle y, casi con ternura, sostuvo la cabeza de Moroha entre sus manos heladas para luego concentrar sus ojos amarillentos en ella- buenas noches, Moroha.
La shihanyo no pudo hacer nada más que abrir inmensos los ojos, sabiendo que iba a dormirla. Luego de un rato los intentos de la niña por librarse fueron inútiles, sus ojos se cerraron pesadamente y su cuerpo cedió al sueño más profundo que había tenido.

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