Capítulo 20: Una ceremonia, una desaparición y una despedida.

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La sacerdotisa del futuro sintió sobre sus piernas un peso sutil y algo que la abrigaba hasta la cintura por sobre las frazadas del futon. Cuando abrió los ojos, Inuyasha estaba sentado junto a ella con la espalda apoyada en la pared profundamente dormido. Y el peso sobre ella era su hija, que la tenía abrazada y dormía con su cabeza recostada junto a su vientre. Su vientre, Kagome recordó su accidente y también como en un espacio de lucidez Kaede le había explicado lo sucedido. En definitiva, sus siguientes meses de embarazo los pasaría recostada, haciendo lo mínimo y aquello la angustiaba un poco. Sentirse pausada, como una carga, era algo terrible para su mente, pero sabía muy bien que lo hacía por el bien mayor: el bienestar de su pequeño. 

Moroha, cuando notó que su madre se incorporaba acariciándole el cabello, miró a su mamá de frente y disfrutó de verla con su color natural y una sonrisa acogedora. 

-Hola mamá ¿tienes hambre? Puedo traerte algo- la miko asintió a su hija y esta se levantó sonriéndole apenas. Kagome pudo notar en una milésima de segundo la mirada triste de la niña, los ojos cansados, ojerosos y con restos de lo que parecían lágrimas. Antes de que pudiera decirle nada, la adolescente había salido de la habitación y la habían dejado con su marido, que también había despertado y se aproximó a ella con prisa. 

- ¿Te sientes bien?- le preguntó el hanyo, pero Kagome seguía con la mirada extrañada. 

-Sí ¿Moroha cómo está? La noté extraña- 

-La enana bien, supongo. Le afectó mucho verte así, cuando llegué no estaba, pero volvió al rato y se recostó sobre ti. Kenji no ha vuelto. 

-Em….

-¿Qué sucede? No te preocupes, la enana es fuerte y cuando te vea mejor se sentirá bien. Aparte está agotada, se nota que no ha dormido bien. 

-Creo, Inuyasha, que tenemos que darle un respiro a Moroha. Sé que ella querrá quedarse aquí cuidándome, pero le he estado exigiendo mucho con lo de atender aldeanos, no es justo, aun es una niña. 

-Keh...ella no querrá dejarte sola.

-Estoy contigo ¿no? Y está Kenji.- Kagome hizo una pausa para enderezarse y estirar la espalda, momentos que uso para también acariciar su más abultado estómago- se me ocurre que quizá podríamos pedirle a Rin que cuide de ella unos días, que la consienta como nosotros no podemos.

- ¿Justo ahora? Si tú crees que es buena idea, yo mismo se lo pediré, pero no creo que Moroha acepte.

-Si yo se lo pido lo hará- respondió la miko. Fuera del evidente cansancio de su hija, Kagome podía leer en sus ojos que su pena era incluso más profunda. Pero ella había aprendido de su propia madre, que muchas veces es mejor dejar que los hijos aprendan y vivan los dolores del corazón en paz. Aunque con la seguridad de que siempre tendrán a los suyos con ellos si los necesitan. 

-Bueno Kagome, como te parezca bien. Pero ahora vas a comer, descansar y volverás a dormirte. ¿Entendido? Se terminó el esposo pasivo, ahora solo te toca acatar lo que te diga- la sacerdotisa, entre risas, asintió a lo que Inuyasha le decía y dejó que la abrazara con cariño. Él tenía razón, por lo menos por esa vez ella lo dejaría ganar. 

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Moroha desayunó con la sorpresa de su padre de que Kagome quería que ella estuviera tranquila algunos días al cuidado de su tía Rin. Por supuesto, se negó rotundamente pero cuando vió que su madre hablaba en serio y su padre la secundaba, decidió que era mejor. Además, por mucho que quisiera cuidar de la sacerdotisa, la tía Sango había llegado ese día determinada a cuidarla a diario hasta que se estabilizara su cuerpo, así que mucho aporte ella no significaría.  

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