El dolor recorre su cuerpo cuando se despierta fría y desorientada, encerrada en una habitación de cemento abandonada.
¿Una pista...? Ella no se encuentra sola junto a una figura desconocida.
Alguien más las está observando.
𝘕𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘴𝘦 𝘴𝘢𝘣�...
Nunca me he ahogado antes, así que cuando mi cerebro se despierta, todo está desorientado. ¿Así es la muerte? No hay tranquilidad. No hay ángeles con trompetas ni almohadas blancas. Estoy congelada.
No puedo respirar. Tal vez estoy en el infierno.
Me oprimen el pecho y me golpean la espalda. Toso, me ahogo y vomito agua. Rodando hacia un lado, me tumbo en la cálida humedad. Es la única forma de calor. El agua expulsada de mi cuerpo.
Todas las demás partes de mí están heladas.
Y entonces el ruido de un metal cerrándose me sacude. Probablemente las puertas del infierno. Pero sin fuerzas ni energía para abrir los ojos, vuelvo a perder el conocimiento.
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Una superficie fría y sólida me recibe cuando recupero la conciencia, mi mejilla está demasiado familiarizada con el duro hormigón.
Me pongo de rodillas y vomito más agua. Deseo que se detenga. ¿Me han echado lava caliente por la garganta? Por mis pulmones, en mi estómago, todo arde. Cuando recupero el aliento, los recuerdos del tanque y de estar atada asaltan los recovecos de mi mente.
En un frenesí, mis ojos recorren la celda hasta que la encuentro. Jennie está tumbada boca abajo en un charco de agua, con la camiseta todavía empapada, pero es imposible que toda esa agua sea del fino material.
—¡Jennie! —grito, intento gritar, pero no sale más que un jadeo sibilante.
Crackle.
—Relájate. Su corazón aún late. Lo he comprobado. Ella tosió un galón más que tú y luego se desmayó. No se ha despertado desde entonces.
Utilizo los brazos para arrastrarme por el espacio y me tumbo a su lado.
Los mechones de su cabello rubio pajizo están húmedos y helados. Mirando más de cerca, sus labios son de un ligero tono azul. Aunque mis manos no son mejores que los carámbanos, le froto el brazo de arriba abajo, intentando generar algo de calor.
—Oye. Vamos. ¿Estás conmigo, Nini?
Al oír mi voz, sus ojos se abren y su cabeza gira lentamente en mi dirección. Exhala con dificultad antes de toser y desfallecer, alejándose de mí.
—Sácalo todo —le susurro y le froto la espalda.
Tras recuperar el aliento, se echa hacia atrás, con los ojos enloquecidos y llorosos.
—¿Cómo estamos vivas?
—Las he sacado —su voz retumba— Creo que un agradecimiento no estaría de más.
¿Gracias por qué? ¿Una experiencia cercana a la muerte?
Jennie se sienta, acercando sus piernas desnudas al pecho mientras se estremece, casi convulsionando.