Capítulo 32: Parte de mí.

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P A U L I N A

Las lágrimas cubrían por completo mis mejillas y mis ojos estaban tan nublados que casi no lograba distinguir el rostro de la mujer que me había arrancado de los brazos de mis padres. Ella estaba terminando de hablar con el policía que nos había traído a la estación de policía, mientras yo esperaba a un lado de ella, con su mano sujetando mi muñeca para evitar que saliera corriendo lo más lejos posible de ella.

No escuché nada de lo que hablaron, no presté atención, porque yo solamente podía pensar en papá y mamá. En la última imagen que vi de ellos antes de que desaparecieran de mi vista.

Cuando finalmente salimos de la estación, un taxi nos esperaba afuera, pero fruncí el ceño al ver un auto rojo estacionado detrás de el. Se me hizo conocido, al igual que la mujer que logré divisar dentro de el, pero la tal Sandra me metió al taxi antes de que lograra reconocer de quien se trataba.

-Ya linda, no llores. Al fin estás con mamá-La mujer trató de acariciar mi mejilla, pero me aparté antes de que me tocara.

-¡No me toque, señora! Yo sé bien quién es mi mamá, y usted no lo es-Me recorrí hasta el otro asiento, pegándome lo más posible a la puerta con seguro. Lejos de ella con los brazos cruzados.

Ella no hizo por volver a hablarme el resto del camino, pero mis lágrimas seguían cayendo por el miedo que sentía y por la necesidad de volver junto a mi familia. Me sequé las mejillas hasta que el auto se detuvo, y alcancé a ver una casa color naranja chillón, pequeña y de un solo piso, al otro lado de la acera. Al bajar, vi que el resto de las casas de esa misma calle eran prácticamente iguales.

-Bienvenida a tu hogar, hija-Me tomó de la mano y aunque intenté safarme, no lo logré. No tenía fuerzas para resistirme más ni para repetirle que yo no era su hija, así que simplemente la seguí dentro de la vivienda.

En cuanto la puerta se abrió, vi a un hombre que nos esperaba con una sonrisa tan grande como cálida y una caja de regalo entre sus manos. Apenas nos vio, se acercó con los brazos extendidos hacia mi, esperando un abrazo de mi parte que nunca llegó. No me daba tanta desconfianza como Sandra, pero acababa de conocerlo, así que me mantuve apartada de él tanto como pude.

-Hola, pequeña. Soy Pablo, tu papá-El tono de su voz me relajó un poco, pero aún así, no tomé el regalo que me tendió.

No sabía qué más hacer para que ambos entendieran que yo no era su hija, que yo ya tenía una familia que me quería y que en estos momentos seguramente se encontraba desesperada por encontrarme. Aún así, le dije a Pablo lo que ya le había repetido a su esposa miles de veces antes de llegar.

-Disculpe, señor. Pero no puedo aceptarlo. Además, mi papá es Agustín Bernasconi, no usted.

-Entiendo-Esa única palabra casi me hizo sonreír. Al fin había alguien que parecía comprenderme.

-Aún así, espero que te sientas cómoda aquí. Siéntete como en casa, lo será a partir de ahora.

Exploré el lugar con la mirada, pero todo era tan diferente a lo que conocía.
No se parecía en nada a mi hogar. No sólo por el espacio minúsculo con el que contaba, sino por los muebles viejos, las paredes gastadas y la sensación de ausencia que me causaba en el pecho. Aquí no oía las risas y platicas que tenían mis padres, tampoco los repentinos tarareos de mamá y mucho menos escuchaba a papá cantando por cada rincón de la casa. No olía la carne asandose en el patio, la colonia de papá, ni el suave perfume de mamá. Este lugar se sentía tan solo sin mis tíos y mis amigos. Faltaba la calidez de un verdadero hogar y recordar que no lo era, por lo menos no el mío, me hizo un hueco en el estómago.

Papá... ¿Qué es Aguslina? [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora