Capítulo 38: Imitación barata.

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P A U L I N A

El primer día que llegamos a la cabaña en la que vivía David, una mujer que rondaba los sesenta años -y ahora sabía que se llamaba Cristina- se había encargado de limpiarme las heridas que tras una semana de descanso muy apenas y se me notaban. Lo único evidente ahora era mi falta de memoria, porque por más que intentaba recordar algo, lo que fuera, las punzadas en mi cabeza volvían y me dejaban en blanco. Bueno, casi en blanco.

La primer noche que me había quedado a dormir aquí había soñado con un par de ojos calidos color miel que me miraban con amor. No sabía a quién pertenecían, pero sí estaba segura de que no había sido un simple sueño. Los había visto antes, de eso no tenía dudas. El problema era que no sabía en dónde.

-Emma-La voz de David me sacó de mis pensamientos.

Sí, así es como había comenzado a llamarme al yo no recordar mi nombre real.

-¿Si?-Pregunté sentándome en la cama que compartía con otra de las niñas que vivían en la cabaña. Éramos varios los que vivíamos ahí así que era la única manera de que todos cupieramos.

-Hoy tendremos que salir.

-¿Por qué?

-De alguna manera tenemos que pagar nuestro lugar en la cabaña. Entonces, como ya te encuentras mejor podemos salir a vender a la calle como los demás.

Así que a eso salían todos los niños cuando David y yo nos quedábamos aquí. Ahora entendía porqué no volvían hasta la tarde.

-¿Y qué vamos a vender?-Pregunté mientras me ponía los únicos tenis que tenía. Rotos y sucios a causa del accidente, supuse yo.

- Aún no lo sé. Cristina no me ha dicho qué toca vender hoy. Pero ven, vamos con ella, nos está esperando.

Me levanté. Salimos juntos de la habitación en la que dormíamos todas las niñas y entramos en la pequeña salita en donde siempre se encontraba Cristina.

-Estamos listos, Cristy-La mujer levantó la mirada de la bola de estambre con la que estaba tejiendo y sonrió en cuanto nos vio.

-¿Cómo te sientes, pequeña?-Me preguntó con dulzura.

-Bien, gracias. Ya no me duele el brazo-Le devolví una pequeña sonrisa.

-¿Y tú cabeza como sigue?

-Mejor, solo me duele cuando hago mucho esfuerzo por intentar recordar algo.

-Muy bien. En ese caso supongo que estás preparada para ir con David-Asentí-Eres bastante linda-Sonreí extrañada por su comentario-Así que es probable que consigan vender más gracias a eso.

Miré de reojo a David confundida, pero él y Cristina ya se encontraban platicando acerca de qué era lo que saldríamos a vender. Minutos después ya nos encontrábamos de camino a la ciudad con una canasta llena de chocolates cada uno.

Nos pasamos horas y horas caminando por las calles, ofreciendo chocolates. Habíamos logrado vender una canasta entera, pero aún nos faltaba recorrer algunas cuadras y yo ya no aguantaba los pies. Me dolían de tanto caminar.

-Ya me cansé-Volví a quejarme a punto de dejarme caer al piso.

-Vamos, no seas exagerada. Ya nos falta poco-Respondió David con una sonrisa divertida al ver mi puchero.

Papá... ¿Qué es Aguslina? [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora