Capítulo 39: Miedo a los recuerdos.

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A G U S T I N

Un abrupto estremecimiento me hizo despertar alarmado. Mi respiración agitada retumbaba en mis oídos. Me restregué los ojos mientras me sentaba en la cama aún con el miedo oprimiendome el pecho.

Solo había sido una pesadilla, pero se había sentido malditamente real. Tal vez por el hecho de que mi hija y la mujer que amaba seguían sin estar conmigo.

Respiré hondo tratando de disipar de mi mente la imagen de ambas tiradas en una carretera en medio de la nada. Intenté olvidar el horror que sentí al verlas en medio de un gran charco rojo, pero nada funcionaba así que me levanté de la cama y salí de la habitación de invitados de la casa de mi mejor amigo.

No vi ni a Ori ni a Alex al cruzar la sala. Supuse que seguirían dormidos. A Maxi alcancé a escucharlo en su estudio. Salí de la casa y tras cerrar la puerta principal detrás de mi, el mismo escalofrío que me llevaba despertando todas las mañanas volvió a recorrerme el cuerpo.

Le di una mirada fugaz a la casa de enfrente: la mía. La misma que llevaba sin pisar desde hace dos semanas porque le tenía miedo a los recuerdos. A sentirla tan grande y vacía sin la risa de Pau y la calidez de Carolina.

Un vuelco en el pecho me hizo desviar la mirada y continuar con mi caminata habitual hacia el parque. La misma que llevaba recorriendo toda la semana. Desde que las pesadillas comenzaron a aparecer.

Caminé cuatro cuadras hasta llegar. Cada una de ellas fue un recuerdo que me invadió la mente. El día en el que encontré a Pau. El día que choqué con Carolina en los pasillos del estudio. La primera palabra de Pau: Papá. Mi primer beso con Caro.

Di tres vueltas al parque antes de sentarme en una de las bancas. Cada una fue un recuerdo más que apretó el nudo en mi garganta. Mi primer "te amo" a Caro. La primer noche que le canté a Pau para tranquilizarla. El día en el que le dimos la noticia a Carolina de que Paulina era nuestra hija.

Apoyé mis antebrazos sobre mis rodillas y dejé caer la cabeza hacia adelante. Una notificación encendió la pantalla de mi celular. Las lágrimas comenzaron a desbordarse de mis ojos en cuanto vi la fotografía que tenía de Caro y Pau como fondo de pantalla.

Era un idiota. Lo había tenido todo a manos llenas: una hija maravillosa, a la mujer que siempre había amado nuevamente a mi lado, la familia con la que siempre soñé. Pero ahora no tenía nada más que el vacío que habían dejado tras su partida. Sentía que había perdido por completo el sentido de mi vida.

Cubrí mi rostro empapado sin importarme dónde me encontraba. Alguien podría verme en cualquier momento, pero eso era lo que menos me importaba en aquel instante.

-¿Agustín? ¿Estás bien?

Levanté la cabeza al escuchar una voz familiar y me aclaré la garganta incómodo al ver a la chica parada frente a mi. Vanesa frunció el ceño y se sentó junto a mi en cuanto notó la humedad en mis mejillas.

-Agus, ¿Qué ocurre?

Sequé los restos de las lágrimas con el dorso de mi mano. No respondí hasta que inspiré hondo para destensar el nudo en mi garganta.

-¿Qué haces aquí? Pensé que no volvería a verte luego del juicio.

No había sido mi intención sonar tan tosco, pero el llanto me había rasgado la voz. Sin embargo, a ella pareció pasarle desapercibido.

Papá... ¿Qué es Aguslina? [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora