Introducción

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"El hombre se define como ser que evalúa, como ser que ama por excelencia"Friedrich Wilhelm Nietzsche




La noche es fría, las calles están desiertas, tanto que no se ve ni un alma dando vueltas.

Un hombre de saco negro hace presencia en la misma, a la salida de lo que parece ser un bar, dobla en una esquina y escucha el ruido amortiguado de golpes y varias voces provenientes de un oscuro callejón. Sigue su camino, hasta que escucha una risa, acompañada de una voz burlona con un "¿no te vas a defender marica?" y luego más risas.

El hombre mira hacia el callejón, oscuro, húmedo, estrecho, pero es un atajo importante hacia su destino. Pasa caminando y entonces ve como las figuras, aquellas sombras, frente a él se giran, mirándolo.

— Ehhh.... Sólo es un viejo —dice uno de los chicos. Rubio, alto, ojos marrones, de no más de 17 años, pero aquel hombre no le responde, ni siquiera lo mira, solo sigue caminando como si ellos no estuviesen ahí.

— Asegurémonos que no llame a la policía —dice otro chico, un poco más bajo y regordete de la misma edad, sosteniendo un palo entre sus manos.

Los dos chicos que los acompañan se ríen y se acercan al hombre del saco oscuro, quien al verlos actuar sonríe de lado, con arrogancia, provocando el enfado de los adolescentes. Sonríe cruelmente, mostrando sus dientes cuando se acercan más, y del bolsillo de su saco, con su mano derecha, saca un arma, una glock 17 negra, apuntándolos sin borrar su sonrisa.

— Hombre equivocado... —les dice aquel hombre de ojos verdes, mirándolos sin borrar su sonrisa arrogante, mientras los presentes abren sus ojos, sorprendidos y asustados.

— Diablos... —susurra uno, entre dientes, y se da la vuelta, saliendo corriendo como si su vida dependiera de ellos y los otros dos presentes siguiéndolos, excepto el rubio alto de ojos marrones, a quien está apuntando con el arma.

—O debería decir... ¿viejo equivocado? —pregunta, quitando el seguro del arma y disparando, el ruido del disparo resonando en los oídos del rubio, la bala pasando por al lado de su rostro, haciendo que su cabello ondulado baile por el roce y perdiéndose en la oscuridad de la noche— Te aseguro que a la próxima no fallo —le advierte, sonriéndole ahora con dientes incluidos, una sonrisa macabra, y aquel rubio de ojos marrones sale corriendo como alma que se lleva el diablo, cayendo al suelo de rodillas cuando gira su cuerpo al principio por el susto, pero levantándose a una velocidad casi sobrehumana y corriendo a toda velocidad.

El hombre solo se carcajea al verlo, hasta que desaparece de su vista, luego acerca el arma a su rostro y gira su muñeca, mirando la misma, y chasqueando su lengua, para volverla a guardar en su bolsillo y emprender camino hacia su hogar. Entonces un bulto en el suelo se mueve, agarrándolo de los tobillos, débilmente, provocando que aquel hombre solo baje su mirada al suelo, topándose con un chico joven, pequeño, con más sangre que piel a la vista, exceptuando los dedos de aquel chico completamente escritos con tinta.

— Ayúdame... —susurra entre dientes aquel chico, y el hombre solo lo mira desde arriba, con prepotencia, creyéndose un Dios.

Y a pesar de que no esté en sus planes, se inclina, quedando de cuclillas enfrente de aquel chico, mirándolo aburrido.

— ¿Por qué debería hacerlo? —le pregunta, sin dejar de mirarlo ni por un segundos.

Entonces aquel niño le devuelve la mirada. Una mirada extraña, entre fría y arrogante, y le sonríe, mostrándole los dientes ensangrentados al igual que sus labios y su rostro.

— Porque hare lo que sea... —responde aquel enclenque.

Y el hombre no sabe porque lo hace, pero lo agarra entre sus brazos y lo levanta, llevándoselo con él.

Ni Orgullo, Ni Derecho - FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora