Capitulo O1.

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Cuando tenía ocho años, mi madre me regalo un perro.
Me dijo que lo cuidara, que iba a ser mi fiel amigo, mi compañero de toda la vida. Que me iba a dar amor, que me iba a respetar, que siempre iba a estar conmigo hasta el final de sus días.

*

Te levantas de tu cama cuando sientes la fuerte luz del sol en tu rostro.

Estas molesto, tienes resaca y sientes que la cabeza se te va a partir en dos, de igual manera te levantas de tu cama con pereza, arrastrando los pies, llevando solo puestos los pantalones de vestir de la noche anterior, vas al baño, te lavas la cara con agua fría, haces tus necesidades y sales del mismo para ir a la cocina y tomar agua.

Cuando pasas por el pequeño living de tu departamento ves una silueta, pero no le prestas atención, solo sigues tu camino hacia donde está tu heladera, sacando una botella de agua y bebiendo el contenido de la misma como si tu vida dependiera de ello.

Te hace sentir bien el agua pasar por tu garganta, por lo que cuando te sientes mejor, giras tu rostro, volviendo a mirar donde están los sillones, en el doble, viendo al chico que recogiste a la madrugada, sentado, sus muñecas sobre sus rodillas, la cabeza gacha, mirando al suelo...

- ¿Qué haces aún acá? -le preguntas con la voz ronca producto de no haberla usado en todo el día, entonces aquel chico gira su rostro, mirándote fijamente.

- No tengo a donde ir -te responde, su rostro de vuelta mirando sus zapatillas pero sus ojos mirándote de reojo.

- ¿Y qué quieres que le haga? -le preguntas, apoyando tu mano izquierda sobre la mesa.

Pero aquel niño no te responde, es más, ahora ya ni siquiera te mira, su rostro y sus ojos vuelven a mirar el suelo, por lo que levantas una ceja, observándolo mejor, aprovechando que es de día y la luz del sol entra en tu departamento. Su rostro estaba inflamado, apostarías que tiene morado uno de sus ojos, pero no logras verlo por la posición en la que te encuentras, la sangre estaba seca y sus ropas estaban completamente sucias y manchadas con una mezcla de sangre y tierra.

- ¿Te quieres quedar? -preguntas, dejando de sonreír por unos segundos, por lo que aquel chico al escuchar esa pegunta, se gira, mirándote confundido.

- ¿Puedo?

-Con una condición -respondes, sonriendo de lado, con arrogancia, acercándote hasta donde estaba él, aun con la botella de agua media vacía en tu mano derecha, hasta que quedas enfrente suyo.

- ¿Cuál? -te vuelve a preguntar, sin dejar de mirarte por unos segundos, y solo ahí te das cuenta del extraño color de sus ojos, ¿verdes? No, dirías mas que es una especie de avellana, y a la vez compruebas que tiene morado su ojo derecho.

- Dijiste que harías lo que sea ¿no?

- Lo dije - te responde apenas terminas la pregunta, con seguridad, por lo que reprimes una pequeña carcajada.

Hacia unos días tu hermano menor te había dicho que debías conseguirte una mascota, un perro o un gato, hasta un pez. Estuviste en desacuerdo con eso, porque los perros son sucios, los gatos son traidores, los peces son aburridos (los peces nunca estuvieron en tus planes en realidad) y por sobre todas las cosas, odias los pelos en tu ropa, en el suelo.

- Serás mi mascota, como un perro -le dices, sentándote en el sillón individual que estaba enfrente de donde estaba aquel chico- no hablaras a menos que yo te lo diga, comerás cuando yo te alimente, no opinaras, dormirás en el suelo, no tendrás ningún derecho y me obedecerás en todo, puedes olvidarte de tu orgullo por completo -informas, apoyando tu codo en el respaldo del sofá mientras tu mejilla descansaba en el dorso de tu mano.

Ni Orgullo, Ni Derecho - FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora