Capítulo 2

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Sus ojos me miraron con detenimiento, me sonrió y el brillo se hizo permanente en su rostro. Verme de nuevo provocó una sonrisa en su cara. Sus ojos se volvieron acuosos, los míos por instinto también. No lo conocía, bueno, más bien no lo reconocía. Nos miramos como si el mundo se hubiese detenido, sentí como mi corazón latía con fuerza, él fue la razón de mi existir.

Acorté la distancia mientras que Pedri se deshacía en lágrimas, me abracé a su cuerpo y cerré los ojos. Sus labios besaron mi frente y me abrazó cálidamente. Sus brazos envolvieron mi cuerpo, saciando la sed de un año sin mí. Lloró y yo me emocioné al verlo tan sensible. Aquel abrazo me abrió un mundo, descubrí que Pedri era mucho más que mi marido. La Casilda de antes del accidente lo quería a rabiar, renunció a una vida idílica por estar con él y sin pedirle nada a cambio.

-Te he echado tanto de menos. Creía que nunca más volvería a verte-susurró separándose de mí.

-Tengo que confesarte una cosa-agaché la mirada al suelo con miedo.

Decirle que tenía amnesia no fue algo fácil. Temí que le entraran los miedos, temí que se alejara de mí. Se le veía noble y bueno, se le veía atento y se notaba que me quería. Las miradas no mienten y él me miró de forma especial, me miró como si fuese lo más bonito del mundo. En un segundo pude apreciar que yo era su mundo y que sin mí su vida no había tenido sentido.

Tragué saliva, alcé la mirada y me atreví a mirarlo a los ojos. Unos ojos marrones intimidantes, su mirada hipnotizaba y yo caí rendida.

-Tengo amnesia-murmuré-. No recuerdo nada-confesé.

Pedri se quedó mudo, no dijo nada, tan solo se dedicó a observarme. Noté como un nudo se formó en su garganta impidiéndole hablar. Su rostro entristeció, me dio pena la forma en la que reaccionó. En parte imaginé que lo supiera, pero a la vista estaba que nadie le dijo nada.

-La pregunta es absurda, pero entonces, ¿no recuerdas nada?

Negué con la cabeza, retrocedí dos pasos para dejarle su espacio. Trató de asimilarlo, pero aquello no fue algo que se asimilara fácilmente. Necesitaba tiempo y yo estaba decidida a darle todo el tiempo del mundo siempre y cuando no fuera un año.

-Hay tantas cosas que te tengo que contar-suspiré-. Me encantaría hablar contigo y que me ayudes a recordar. Siento que de todas las personas de mi entorno, solo tú puedes ayudarme-le rogué con la mirada.

Él era mi única salvación. Necesitaba tenerlo cerca, prefería estar con él antes que con mi familia. Lo vi tan noble que supe al instante que jamás me mentiría. Él y solo él sería capaz de hacerme ver la vida más bonita. Estaba dispuesta a dejarlo todo para estar con él. Quería adentrarme en su mundo y no salir nunca.

-Casilda, todo esto es muy chocante para mí-rascó su nuca nervioso, entristecí el rostro en cuanto articuló aquellas palabras-. Pero eres mi mujer y te sigo amando. No voy a dejarte sola-sonreí y me abalancé sobre él.

-Gracias-sonreí mientras le acariciaba el rostro.

Nos quedamos mirándonos a los ojos y sentí paz, me sentí en casa. Él era la armonía que le faltaba a mi vida, supe al mirarlo que el contrato de mi madre no valdría para nada. Él era especial y yo lo supe ver al instante. Puede que no sintiera nada al principio, pero estaba convencida de que si pasaba tiempo con él no querría marcharme nunca.

-Supongo que ahora las cosas cambiarán, ¿no?-acarició mi pelo sonriéndome con una sonrisa tonta en la cara.

-Cambiar, ¿el qué?

-Te solía llamar "mi reina", los viernes por la noche íbamos a cenar a un restaurante cualquiera y bueno, vivíamos juntos en mi casa de Barcelona-la sonrisa se esfumó, me percaté de como su mirada se desvió con temor hacia mi padre.

365 días para recordar ▪︎ PEDRI GONZÁLEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora