Prólogo "365 días con una princesa"

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CASILDA

Salí de aquella habitación con el corazón encogido, llevaba cuatro noches durmiendo en aquel sofá-cama, sin apenas moverme de allí mientras intentaba amenizarle la estancia en el hospital a Valentina. Fueron días muy duros, pero si yo no era fuerte, nadie de la familia lo era. Salí a beber un poco de agua y a distraerme, el médico no nos dio buenas noticias en las últimas semanas, es más, nos advirtieron del peor final posible. Valentina estaba a punto de fallecer, era cuestión de horas, días, semanas o meses. Un cáncer de hueso nos la arrebató. Ya no me quedaban más lágrimas que derramar, solo aceptar aquella realidad tan dura y rezar para que el dolor se dispara pronto. Mentalizarme nunca me mentalicé, simplemente aprendí a aceptar la realidad por muy dura que fuera.

‐Mamá-mencioné su nombre sintiendo un nudo en la garganta-, voy a bajar a por algo de comer, ¿quieres algo?

Mi madre negó con la cabeza, vagamente me agarró de la mano y forzosamente hizo que sus labios se curvaran hacia arriba. Aquella sonrisa que me dedicó estuvo cargada de tristeza. Lo que peor llevaba era ver a mi madre tan abatida, me puse en su lugar y se me cayó el mundo encima. Le habían dicho que su hija pequeña estaba a punto de fallecer y a ningún padre o madre deberían de decirle eso.

-Ella está bien-dije para amenizar la situación-dentro de todo lo malo, ella está bien.

-Anoche me dijo que sabía que se moría-mi madre tragó saliva, su mirada iba y venía, su cuerpo estaba presente, pero su mente no.

-Me ha dado una lección de vida, esta mañana cuando se ha despertado me ha pedido que no lloráramos más-aguanté el llanto y miré al frente-. Que ella nos quiere felices, mamá. Me ha dicho que no quiere hacernos sufrir-me senté a su lado y me dejé caer apoyándome en su hombro-. Yo no puedo más, la veo tan delgadita y tan delicada sabiendo que puede ser la última vez que la vea con vida y se me cae el mundo encima.

-La vida es una mierda-me apretó la mano-, la vida se lleva siempre a las mejores personas.

-Todos tenemos dictado cual va a ser nuestro final-murmuré-. Nuestro destino ya está escrito. Y el suyo por lo pronto tiene que acabarse ya-dije con rabia-. Es muy injusto.

-Lo es, es que no puedo más, Casi-suspiró cansada-. Anda, entra dentro y no la dejes sola. Ya voy yo a por algo de comer-mi madre me agarró la cara con las manos y me besó la frente.

-Está bien-me levanté y le di un beso.

Mi madre se perdió por el pasillo y yo caminé hasta la cama. Me senté en el borde y le agarré las manitas. Valentina me miraba con esos ojos azules tan grandes y sonrió. Llevaba su larga melena rubia recogida en dos trenzas, estaba pálida y débil.

‐Casilda-mencionó mi nombre en un delicado hilo de voz.

-Dime, Valen-le acaricié la cara y le retiré un par de mechones sueltos.

-Te quiero-sonrió.

-Y yo a ti-aguanté el llanto.

Esa misma mañana nos comentaron que Valentina había sufrido una mejoría, pero lejos de ser una buena noticia, nosotras sabíamos que estábamos ante el final de todo el calvario que nos estuvo atormentando durante varios años.

-¿Pensarás en mí cuando me muera?-ella hablaba con tanta normalidad que yo no supe que responder.

-Nunca te voy a olvidar, te voy a recordar siempre. Vas a estar grabada en mi piel hasta el final de mis días-le di un beso y por petición suya me tumbé a su lado.

-Voy a ser una estrella más en el cielo-sonrió-. No tengáis miedo, ¿vale? No quiero que lloréis por mí, no me gusta veros así de tristes.

-Es inevitable Valentina. Sé que es el ciclo de la vida, pero no estoy preparada para decirte adiós tan pronto. Tan solo eres una niña.

-Es que no me tienes que decir adiós, Casilda. Aunque no esté presente, siempre me vas a poder recordar.

-Lo sé, amor-Valentina se abrazó a mí y yo respiré hondo tratando de aguantar las ganas de llorar.

-En la memoria nadie muere-murmuró.

Valentina cerró sus ojos para siempre dos días después. Desde ese día el reloj se paralizó en nuestras vidas. Sentí que mi vida se fue con ella, sentí un vacío en mi interior que sabía que no se iba a volver a llenar, sentía que ya nada tenía sentido si ella no estaba conmigo.

Miraba al frente y sentía que ya no estaba con nosotros. Cerraba los ojos y la veía sonreír manteniendo ese recuerdo en mi mente. La rabia inundó mi alma y con ella mi mundo cambió. De repente se paró el reloj, mi realidad ya nunca volvió a ser la misma. Mi faceta más formal desapareció para darle paso a la locura y a la ganas de experimentar. No podía, pero sin ella todo me daba igual.

La vida me arrebató a mi hermana y aunque sabía que iba a pasar no fui capaz de asimilarlo, no podía seguir sin ella, ella era mi vida y sin ella yo sentía que estaba muerta en vida. Porque no había vida después de su vida.

Sentía su presencia conmigo, aunque ella no estuviera presente, la sentía junto a mí. Su olor inundaba mis fosas nasales, su voz retumbaba con fuerza en mi mente y su lindo rostro era el vivo recuerdo de alguien que se fue sin vivir.

Cuando te quitan la luz que ilumina tu vida sientes frío y oscuridad, ella era la única persona que me ataba a la monarquía, por ella yo estaba dispuesta a ser reina. Cuando se marchó sentí que nada tenía sentido y que todo lo que yo había estado construyendo para ser la persona que querían que fuera se desvaneció. Porque ya nada tenía sentido, quise romper las reglas, quise ser yo en mi plena esencia. Me dio igual todo, en mi mente solo estaba la opción de vivir.

El tiempo se detuvo llevándose consigo mi alma, llevándose los recuerdos, llevándose todas mis ganas y todas mis ilusiones. Se lo llevaron todo, menos aquello a lo que siempre renuncié. La heredera al trono, una vida que yo no quería, pero que ya estaba dictaminada antes de que yo naciera. Futura Princesa de España y con el tiempo futura Reina. Yo quería ser la reina de mi vida, no la de un país entero.

Me negaba a olvidar y a superar. Yo solo quise cumplir sus sueños, yo solo quería que su recuerdo nunca muriera. El nunca jamás fue mi para siempre más real.

Se convirtió en mi ángel de la guarda, en la estrella que más brillaba en el cielo, en el atardecer más bonito. Ella fue luz, ella fue la razón por la que luchar. Porque al final el cielo y la tierra no están tan lejos y porque al final quien ha dejado huella no desaparece.

Acaricié la tinta que decoraba mi piel, justo debajo del pecho izquierdo, aquella frase que me marcaría para siempre. El veneno me la arrebató, ella alumbraba mi vida, pensé mil veces en cambiarnos los roles. Me negaba a aceptarlo, no quería y no podía.

Escuchando "Veneno" de Dellafuente intentando memorizar que la vida no se terminaba al morir, pero sobre todo que en la memoria nadie muere.

365 días para recordar ▪︎ PEDRI GONZÁLEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora